PLATAFORMAS DIGITALES: DESIGUALDADES, LÍMITES Y DESBORDES

En diálogo con Fixiones, las doctoras en Ciencias Sociales y especialistas en comunicación y plataformas Natalia Aruguete y Nadia Koziner reflexionan sobre las características del escenario comunicacional y político desde la aparición de las plataformas digitales, el rol del Estado y la necesidad de garantizar un esquema más plural de voces y debates públicos.

Por Juan Schtivelband Guindi  |  Foto: gentileza de las entrevistadas

¿Cómo cambian las prácticas comunicacionales ante la emergencia de un nuevo soporte?; ¿las plataformas digitales han venido a reemplazar o a complementar otros espacios comunicacionales?; ¿cuál es el rol de los actores estatales y no estatales ante el surgimiento de nuevas dinámicas? Estos interrogantes dan lugar a una nueva entrega de Fixiones sobre el estado de la comunicación actual ante el crecimiento cada vez mayor de las plataformas digitales en todos los aspectos de la vida social: Natalia Aruguete –doctora en Ciencias Sociales por la Universidad Nacional de Quilmes y magíster en Sociología Económica (IDAES-UNSAM) e investigadora del CONICET– y Nadia Koziner –doctora en Ciencias Sociales y Humanas y magíster en Ciencias Sociales y Humanidades por la Universidad Nacional de Quilmes y actual decana en la Universidad Nacional Scalabrini Ortiz–, reflexionaron sobre estos aspectos centrales en el escenario comunicacional de la actualidad. 

“Las plataformas establecen los límites y las posibilidades de nuestras prácticas, decisiones y son los grandes marcos que organizan la conversación pública”, advierte Aruguete. Koziner, en tanto, sostiene que “los organismos de ciencia y tecnología deben ser parte de la discusión sobre la regulación de las plataformas”, dado que “los usuarios/ciudadanos son  quienes interactúan en estos espacios donde debería garantizarse, frente a los contexto de desigualdad vigente en la actualidad, la pluralidad de voces, géneros, culturas a nivel , nacional, regional y global”. 

 

Plataformas digitales y estructuras sociales

Las plataformas digitales han tomado un rol fundamental en las sociedades contemporáneas. Cada vez son más las lecturas que observan la presencia del debate público dentro de estos nuevos espacios sociales, en algunos casos complementando y en otros disputando con los espacios tradicionales de debate como las calles, las plazas y los medios tradicionales. Aruguete advierte que es necesario pensar esta problemática de manera integral, enmarcándola en lo que  denomina “ecosistema digital”. Éste incluiría a “las plataformas, los medios masivos y, por sobre todo, el territorio y las acciones políticas que se hacen allí.” 

Para comprender qué dinámica tiene hoy en día el debate social sobre temas comunes es necesario, en primer lugar, tener en cuenta todos los espacios donde este se puede dar y qué actores están involucrados. Eso nos permite “ver cómo se conforma la agenda más oficial que proponen los medios de comunicación y otras agendas que se generan en muchos casos por sectores que no tienen acceso a la que se considera oficial”, señala Aruguete. En ese sentido, destaca la función cada vez mayor de las plataformas digitales en la vida cotidiana y las observa “como espacios de resistencia y de generación de agendas distintas”, en los cuales no necesariamente surgen agendas que le vaya a disputar poder a la agenda oficial que proponen los medios pero que sí “muchas veces son temáticas que circulan de manera muy distinta a las temáticas oficiales: ponen el eje en un lugar distinto y ahí se logra algo distinto. Es evidente que las agendas que proponen los colectivos y los movimientos sociales tienen una estructura y una tematización distinta a las agendas que proponen las élites políticas.”

Por su parte, Koziner remarca la necesidad de entender a las plataformas digitales ligadas a las estructuras sociales, ya que “durante los últimos años cobraron un rol sumamente relevante e ineludible en la vida, tanto de las instituciones como de las prácticas que organizan a las sociedades democráticas. Tal es así que pueden caracterizarse como coproductoras de las estructuras sociales en las que vivimos”.

Koziner retoma a la investigadora neerlandesa José Van Dijck y su concepto de “sociedad de plataformas” para dar cuenta de forma gráfica de por qué las plataformas digitales y las estructuras sociales ya no se pueden considerar de manera separada y como espacios diferenciados. De esta manera propone que “las grandes plataformas son centrales porque establecen los límites y las posibilidades de nuestras prácticas y también las decisiones que tomamos en la vida cotidiana. Lo que plantean son los grandes marcos que organizan nuestras decisiones, nuestra vida, y que organizan también la conversación pública. Y eso es sumamente relevante porque tiene impacto en el ejercicio de derechos fundamentales, como por ejemplo la libertad de expresión.”  

 

Plataformas privadas y transnacionales

Desde su emergencia, el carácter privado y transnacional de las plataformas ha sido uno de los focos de debate, ya sea por las condiciones de uso que proponen como por las posibilidades de regulación de estos espacios que albergan los intercambios sociales de lxs usuarixs. Sin embargo, justamente estas condiciones le han permitido a las empresas dueñas de las plataformas sortear regulaciones, disputar poder a los actores estatales e imponer sus lógicas de uso dentro de las plataformas. Aruguete define claramente esta situación comparando a las plataformas digitales con una caja negra: “nunca son transparentes, sus reglas siempre permanecen ocultas, esto hace que uno nunca sepa cómo orientarse en esos ámbitos, en esos escenarios”. 

De esta lectura surge la preocupación acerca de cómo afecta esta situación a lxs usuarixs, ya que esta falta de transparencia “busca impedir la capacidad de resistencia de las lógicas impuestas, dando lugar a ser maltratado con falsedades, fake news, trolls”, advierte Aruguete. Koziner adhiere a esta mirada y diagnostica un fenómeno de “creciente desmaterialización de los bienes, de los productos y de los servicios acentuado por el carácter privado y mercantil de las grandes plataformas”. Sumado a esto, advierte que, pese a no ser un eje que se destaque con frecuencia, “en estos espacios se profundiza una heterogeneidad en la oferta, en el consumo, en las audiencias también, que es cada vez más segmentada, donde hay grupos de audiencias, públicos, consumidorxs, que pasan cada vez más tiempo conectadxs, que vuelcan sus consumos culturales y sus prácticas hacia la comunicación en red, pero que muchas veces interactúan poco con otros grupos o segmentos y eso también tiende a profundizar la fragmentación.” En ese sentido, sostiene que se trata de  “un  juego entre lo global y lo fragmentado que muchas veces termina agudizando el carácter privado, mercantil y transnacional que pone en constante tensión la soberanía de los Estados Nacionales”.

 

El juego y las resistencias en las plataformas

Ante el escenario planteado surge la pregunta acerca de si es posible resistir o sortear ciertas lógicas preeminentes de las plataformas. Esta problemática ha traído numerosos debates que, ponen en el centro de la cuestión en algunos casos a lxs propixs usuarixs y, en otros, directamente proponen pensar el rol regulatorio del Estado. Desde su lectura crítica que propone a las plataformas como cajas negras, Aruguete argumenta que “la posibilidad de lxs usuarixs es limitada, pero más limitado te encontrás si no participás. En las condiciones actuales es imposible sortear los algoritmos, esas son sus reglas impuestas. Estamos hablando de espacios de propiedad privada y global. En ese sentido, es muy difícil cualquier iniciativa más local o nacional para intervenir en ese escenario, tanto en términos regulatorios como en cualquier otro tipo de de formatos”. 

Aruguete remarca las posibilidades de lxs usuarixs de “armar una red propia de contactos, gustos y acciones dentro de las plataformas”, pero aclara que “éstas tienen margen de maniobra y están formateadas dentro de los márgenes establecidos y las estructuras que nos exceden. Como usuarios nos movemos y tomamos decisiones dentro de los límites que nos imponen las plataformas, no por fuera de ellas.” Sin embargo, A pesar de la falta de herramientas para resistir y  confrontar el algoritmo, Aruguete debate con aquellas lecturas que sólo ponen el foco en la responsabilidad y educación de lxs usuarixs, la sociedad civil,  sobre todo de aquellas perspectivas que confían y apuestan a la educación virtual o a la educación digital, para que lxs ciudadanxs sepan cómo manejarse en las plataformas y así evitar la circulación noticias falsas y otras prácticas recurrentes. “La responsabilidad tiene que caer en quienes reparten esto, y en quienes lo aprovechan, para que la gente se coma muchos sapos, no tendría que ver con las resistencias que pueden anteponer los ciudadanos. Los ciudadanos, en todo caso, pueden anteponer resistencia política, para que ciertas agendas se instalen o para disputar sus reivindicaciones, y que sus reivindicaciones lleguen al nivel político, y que generen cambios”, apunta. 

Koziner adhiere a esta última mirada y analiza algunos desafíos que se plantean a la hora de pensar en posibles procesos regulatorios de las plataformas. Considera primordial “conceptualizar los fenómenos sobre los cuales estamos conversando, lograr una clasificación precisa de servicios, de tamaños y de tecnologías, para poder comprender en profundidad el sector y poder discutir reglas para su funcionamiento y que sean constitutivas de las prácticas comunicacionales”. 

 

La investigadora retoma a distintxs especialistas que han propuestos modelos regulatorios focalizados en los estándares internacionales de derechos humanos que se han propuesto revelar las asimetrías que emergen a partir de la actuación de estos grandes actores concentrados y transnacionales como lo son las empresas dueñas de las plataformas. Sin embargo, advierte que “no debe constituirse  como un freno o en un obstáculo para la innovación, para la competencia, para el desarrollo de pequeños proyectos, de pequeñas y medianas empresas, de iniciativas comunitarias, sin fines de lucro, educativas, por el contrario, las regulaciones tienen que permitir una mayor democratización a ese tipo de espacios e innovaciones.” 

 

En ese sentido la preocupación por la regulación y las dificultades que esto presenta se debe ante el crecimiento cada vez mayor de las plataformas, por el tamaño, la concentración y por el alcance que tienen y también por “la transformación constante con que se desarrollan estas tecnologías y que hacen que a veces las reflexiones sobre estos fenómenos, la formación profesional para abordarlos, las políticas públicas, corran muy por detrás de las transformaciones sociales o económicas o tecnológicas de un mercado que está en permanente expansión, cuyo modelo o motor radica fundamentalmente en la innovación, en la combinación de nuevos soportes, de nuevos lenguajes.” 

 

Esta problemática, remarca, no solo debe recaer sobre los gobiernos y organismos internacionales sino que “las sociedades civiles, las instituciones educativas, las universidades que reflexionan, piensan el asunto. Los organismos de ciencia y tecnología deben ser parte de estas cuestiones porque lxs usuarixs/ciudadanxs son  quienes interactúan en estos espacios donde debería garantizarse, frente a los contexto de desigualdad vigente en la actualidad, la pluralidad de voces, géneros, culturas a nivel , nacional, regional y global”, propone Koziner. 

 

(Re)pensar las prácticas comunicacionales

La emergencia de las plataformas digitales sin duda trajo desafíos, innovaciones y nuevas posibilidades. La ilusión de su emergencia como espacio democratizador de la comunicación quedó rápidamente socavado frente a las múltiples evidencias de desigualdad en términos de acceso, participación y uso de las mismas. Sin embargo, las plataformas se han constituido como espacios de tensión entre distintos actores estatales y no estatales que ven en las plataformas un lugar de disputa. 

En ese sentido, Aruguete remarca que lo que pasa en las plataformas no puede ser eximido del resto del ecosistema digital advirtiendo que “lo que pasa en las plataformas no reemplaza lo que pasa fuera de ellas: el debate político, el intercambio social u otras prácticas similares. Las plataformas pueden iniciar, albergar, reforzar y ser parte  de todo esto, pero si no hay un acompañamiento desde el territorio, si no hay una activación social que acompañe eso. las plataformas quedan en un armado artificial y sin peso”. 

Koziner, en tanto, sostiene que es hora de garantizar y repensar las lógicas de  internet porque “es posible lograr prácticas más democráticas y más inclusivas dentro y fuera de las plataformas. Siempre hay que dar la batalla para ensanchar los márgenes de expresión del debate público, aún cuando el escenario pueda ser adverso”. Más precisamente remite al escenario de confinamiento por el Covid durante la pandemia, donde desde su mirada “quedó expuesto y se acentuó un conjunto de desigualdades digitales que están vinculadas no solamente al acceso a la conexión y a la calidad de la conexión, sino a las habilidades que se requieren para participar de esos espacios, evidenciaron estas brechas profundas en función de diversos factores, como el género, el nivel socioeconómico, el nivel educativo, incluso la situación de las personas con discapacidad.” Como última reflexión, agrega que “siempre hay resquicios para la actuación y participación política colectiva y eso es necesario” .



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