LA FERIA DEL LIBRO COMO TERRITORIO POLÍTICO

El evento masivo que se nuclea en La Rural todos los años es también un territorio de disputa en relación a la lectura como consumo o como acto emancipador. La propia división de los stands y de las zonas que abarcan el enorme predio dan cuenta de ello, como también, por su puesto, las personas que lo habitan. El conjunto de editoriales que integra “Todo libro es político” encarna esta premisa y busca destacar la potencia política del libro en un escenario de gentrificación literaria. 

Por Malena Costamagna Demare l Fotos: Thxompson 

 

Av. Cerviño 4470. Micros escolares se estacionan en fila sobre la entrada trasera de La Rural. A las cuatro de la tarde de un día frío de otoño, los murmullos adolescentes colman la Feria del Libro. Uniformes de colores se desplazan como hormigas que acaban de entrar o están por salir. Familias perdidas y paseantes expertos en busca de libros específicos arriban a la última parte de la FILBA, el pabellón amarillo. No muy lejos de la entrada se encuentra el standTodo libro es político”. Un cartel de colores señala las nueve editoriales que lo construyen: La Cebra, Tinta Limón, Hekht, Tren en movimiento, Cuenco de plata, Milena Caserola, Ediciones Documenta/Escénicas, Traficante de sueños y LOM. Del otro lado, un letrero que simula los que abundan en la ciudad anuncia “¿lees o alquilas?”, la consigna que propuso el colectivo para este año.

 

A media tarde la feria es de las escuelas. Constanza, la librera del stand, ausculta un libro de Documenta/Escénicas para contarle a una adolescente de qué se trata. Los catálogos que reúne el espacio son conocidos por su versatilidad; los nombres reconocidos que se mezclan con autores inéditos, la poesía que da lugar al ensayo, pasando por la narrativa y la filosofía. Un universo de posibilidades. “Esta es la hora de las consultas más curiosas”, dice y se ríe. A un costado, Andres Bracony, editor de Tinta Limón, espera para conversar con Fixiones.

 

“La feria es una pequeña ciudadela, con sus propias autoridades y jerarquías”, comenta el editor mientras señala con el pie los límites que traza la cinta en el suelo, el comienzo y el final del stand. Su forma primigenia. Todo el resto, los muebles, la conexión de la luz, la electricidad para el posnet y los libros, lo traen quienes montan el lugar. El alquiler en este caso es solo de espacio: el cuadrado que demarcan por las líneas.

 

Bracony habla de la “geopolítica de la feria”, pensando un territorio de desigualdades. Primero está el pabellón azul, que le da la bienvenida al gran caudal del público que entra por la puerta principal sobre Plaza Italia. Le sigue la zona más cotizada, la Recoleta de la Feria y el hogar de las dos gigantes: Grupo Planeta y Penguin sobre el piso verde de su propio pabellón. Alrededor las dos primeras zonas se estructuran los suburbios, editoriales más pequeñas, institucionales o stands de diferentes países que habitan el ecosistema. Al final del recorrido llega el color de la luz: el barrio de los stands colectivos, el pabellón amarillo. Si uno fuera a visitar la feria en ese orden, vería la transformación del paisaje; cómo los amplios rectángulos, con pérgolas y luces que cuelgan del techo, se vuelven metros cuadrados concentrados. Los grandes grupos que albergan múltiples sellos adentro contrasta con la diversidad editorial y catálogos eclécticos que reúnen los stands colectivos.

 

 
La genealogía

“’Todo libro es político’ cierra una historia que empieza en la FLIA, la Feria del Libro Independiente y Autogestiva”, dice Bracony. Lejos de las luces de neón, en espacios tomados como la fábrica recuperada del Museo IMPA, La mutual sentimiento o en lugares como el playón de la Facultad de Ciencias Sociales (UBA) el circuito de la FLIA trazaba un mapa de organización. “En esa etapa las editoriales ni se pensaban dentro del campo de la edición. Eran actores culturales que intervenían a través de la palabra impresa con cualquier formato de libro”, explica el editor de Tinta Limón. 

 

Desde el 2006, dos o tres veces por año, la FLIA tuvo el poder de acercar escritores a editoriales pequeñas. En aquel escenario de organización, con el ojo puesto en expandirse, se conocen los y las editoras que conformarán después el stand de la Feria del Libro. Siguiendo el ejemplo de  Los siete logos –Adriana Hidalgo, Beatriz Viterbo, Caja Negra, Criatura, Eterna Cadencia, Katz y Mardulce– en 2015 este grupo apuesta por un stand colectivo. Se ubicaron al lado de sus parientes ricos, como les dice Bracony, con la esperanza de compartir el mismo caudal lector. Decidieron organizarse por prorrateo, un sistema en el que los costos totales se pagan dependiendo del porcentaje de facturación de cada editorial. “Eso permitía que cualquiera pudiera participar e incentivaba una participación activa que no dependía de lo que ibas a ganar sino de trabajar colectivamente”, recuerda.

 

La forma fue obedeciendo a la práctica y aunque llegaron a ser treinta editoriales en el stand, se estabilizó el criterio de ocho sellos organizadores y el resto, invitados. A este tipo de funcionamiento le agregan la idea de buscar una consigna que busca interpelar a los paseantes de la feria. “Es una manera de mantener vivo el concepto de que producimos libros para que sean leídos y discutidos, para alimentar una vida pública y no simplemente para ser un objeto de consumo”, desliza Bracony con el espíritu de la tinta limón.

 

 
“¿Alquilas o lees?”

“Siempre tratamos de jugar con el afuera y el adentro de la feria”, subraya Marilina Winik de Hekht. Winik recibe a Fixiones en lo que llama “el living de su casa”, un espacio poco usado con una mesa blanca y dos sillas de plástico que corresponden al puesto que linda con “Todo libro es político”. A la izquierda, un cartel rojo dice en letras mayúsculas “ALQUILAR O LEER” y abajo sobre una franja verde, el nombre del stand. El título surgió en un chiste, en una conversación imaginaria sobre la crisis habitacional y la presión de los precios que sube como el agua hasta la nariz de los asalariados, cuenta Winik. De a poco fue haciendo pie en lecturas que llamaban la atención sobre la “uberización de la vida”. El capital concentrado, las viviendas impropias y las ciudades cada vez más como lugares de tránsito. En medio de este desarraigo, en una feria que Winik ve cada vez más enfocada en la sola venta, este espacio colectivo viene a proponer la reflexión: “No queremos estar en un micromundo donde todos los textos y las editoriales queden en contenidos: queremos dialogar con ese afuera que nos interesa interpelar”.

 

Como réplica miniatura de la dificultad para habitar el espacio en la ciudad, la socióloga creadora de Hekht apunta con el dedo índice al stand blanco inmaculado de Ampersand, el de Panorámica y todos espacios que nuclean sellos independientes. “Cuando vinimos nosotros en el 2015 estábamos solos, Los siete Logos y Akal, por ahí”, dice Winik. La editora habla de una gentrificación de la zona, un proceso en el que la curaduría de estas editoriales fue valorizando el espacio que ocupaban hasta que este se volvió difícil de costear para los propios actores que le dieron vida en un primer lugar. Pero aún así, con lo que cuesta poner el cuerpo y el esfuerzo económico que representan los veinte días de la FILBA, para Winik no es lo mismo estar que no estar. “Hay un contenido que estamos aportando al mundo editorial”, sonríe.

 

El valor de lo alternativo

“Es un año durísimo para todes, no solamente para el mundo del libro”, dice Gabriela Halac de Ediciones Documenta/Escénicas. El precio del papel que sube como una flecha y el poder adquisitivo que baja el volumen de las billeteras, se transforman en una gran preocupación para las editoriales de menor escala que se preguntan cómo afrontar ediciones futuras. Ante el peligro caben dos rutas: encontrar nuevas formas o asumir un camino más conservador. “Arriesgarse y no claudicar en el intento”, esgrime Halac. Eso es lo que hace político al proyecto de este espacio: “asumimos riesgos, dialogamos con la complejidad de esta contemporaneidad que no solamente desde lo que podemos sacar provecho sino con esas oscuridades o esas sombras que se proyectan cada vez más claramente”, cierra la editora.

 

El valor está en lo político, la alternancia. La demora de pensar qué puede ser un libro, en palabras de Halac. Desde Hekht, Winik hace eco de la idea de un coro. El valor de darle voz a un catálogo, su “biografía vital”. Para la editorial de la diosa griega insumisa, la construcción de esta selección no tiene principio ni fin, es un camino zigzagueante que explora las topografías y lo que hay encima de esta contemporaneidad. Se escurre entre lecturas y reflexiones que van sedimentando un conocimiento que hace su síntesis y se amplifica a través del libro. El valor está en la comunidad de lectura que incorpora una lectura nueva, una traducción inédita que nutre el conocimiento y lo cambia para siempre. 

 

 

Es el caso de “Visiones primates” de Donna Haraway, 630 páginas que no habían conocido el castellano rioplatense hasta que llegó a Hekht. “La idea siempre es cambiar el mundo”, empuña Winik, y subraya: “es el objetivo. Siempre queremos pensar y que nuestras idea venzan”. Y no es algo que se logre en soledad, sino que la editora destaca la importancia de las redes de lectura y de edición, con los miles de modos de pensar y de hacer un libro. El catálogo de Hekht se suma al de Tren en movimiento, al de Milena Caserola como voces que conforman un coro que se completa sólo cuando otra persona escucha y canta. Es una opera aperta, en términos de Umberto Eco. Detrás de sus lentes, Winik escanea la feria con los ojos. “Este lugar es loco, feo, con luces horribles, hace frío, calor e igualmente yo siento que es nuestra casa. El stand que fuimos construyendo para albergarnos de un afuera muy hostil, se convierte en una vivienda. El libro para mí es mi casa”, cuenta la editora.

 

Para los editores organizados en “Todo libro es político”, el campo de la edición no es como cualquier otro de negocios. En los últimos veinte años, explica el editor de Tinta Limón, se despegó mucho el carácter político del libro para apuntar más a la idea de profesionalización. “Esa profesionalización es una despolitización”, reclama Bracony mientras pone de relieve que no todo libro es político. Pero acá la propuesta es otra, nace del interés de intervenir en discusiones, a contramano de la circulación de enunciados, imágenes e historias que pierden su conexión con la vida real. “Hay que tener en cuenta que este es un espacio mainstream, el mundo de la edición es mucho más grande que la Feria del Libro”, dice Bracony en señal de advertencia. 

 

La político de la propuesta editorial está en no responder al mercado más que haciéndole preguntas. Como señala Halac sobre la editorial cordobesa Documenta/Escénicas, los títulos no abonan a un sistema sino que lo están creando todo el tiempo. Los libros que se encuentran en este colectivo están hechos, son textos que no llegan acabados. El trabajo editorial no es un simple cómo hacer y vender un libro, es una pregunta que incluye el qué se hace y para qué se está haciendo. “Ese pensar el libro de múltiples maneras es un valor porque permite que haya otro tipo de autorías”, concluye Halac y cierra -por ahora- la propuesta por la bibliodiversidad que recoge el colectivo, donde cada libro propone una interrupción, otro tiempo y otra forma de pensar.

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