viernes 26 abril, 2024

“LA MEJOR LITERATURA LA ESTAMOS ESCRIBIENDO LAS MINAS”

La obligación de ser genial es el primer libro que Betina González escribe en primera persona. En conversación con Fixiones, la autora reflexiona sobre la serie de ensayos que forman esta obra, partiendo de una toma de posición como feminista y escritora. A lo largo de los  nueve ensayos, González recorre las piezas secretas que componen la literatura y vuelve sobre sus pasos, a su historia personal, para pensarse en relación con la lectura y la escritura. 

Entrevista y fotos: Malena Costamagna Demare

 

El deseo de estar en una fiesta a la que las mujeres no fueron invitadas. En “La obligación de ser genial” –publicada por Gog & Magog ediciones–, Betina González se pregunta, se recorre y se narra a sí misma para llegar a la literatura y a su relación con la lectura y con la escritura. El libro gira en torno al ensayo que lleva el título de la obra: la tesis es que solo las mejores y las más geniales escritoras –siempre según los criterios determinados por los dueños de la literatura– están a la altura de recibir una invitación a la fiesta de las palabras. Como ofensiva, la autora decide hacer la suya. “Sentía que en Argentina no había un libro así, sobre feminismo y cultura literaria”, cuenta González a Fixiones, y remarca que escribirlo requirió de valentía: “es la primera vez que escribo algo autobiográfico, que hablo de mi y que tomo posición con temas como el feminismo y la violencia de género”. 

“Estoy tratando de entender un modo de escribir que me marcó durante toda la vida y que tal vez ha marcado a otras”, escribe en el apartado “Cómo convertirse en escritora” del ensayo “La obligación de ser genial”. Como revancha o como respuesta natural a ciertas obligaciones, Betina González usa de referentes a una multiplicidad de autoras mujeres y argentinas en su libro. Con una de ellas, la novelista Esther Cross, está escribiendo su próximo libro. Generosa y valiente en la apertura, la autora teje un libro único que permite a las lectoras ver a una Betina de doce años que escribe a escondidas, de noche, siempre “desubicada”, atravesada por “el deseo de ser otra”. Con ese componente sanador de poder verse en otra, la obra se dirige a las que leen y escriben, aunque su impulso alcanza a todas las que participan del arte y de la invención. 

 

–¿Cuál fue la “chispa narrativa” para “La obligación de ser genial”?

Muchos de estos ensayos tienen que ver con clases que di en un seminario en Enjambre. Pero creo que lo primero que escribí y que me di cuenta que daba para un libro, es “La obligación de ser genial”. Es el ensayo más narrativo, más autobiográfico. El puntapié fue un poco la lectura del diario de Alejandra Pizarnik. Cuando empecé a ver que ella a cada rato repetía que no era genial, que no alcanzaba con el talento, empecé a unir cabos con cosas que ya venía pensando sobre ser mujer y ser escritora. Me acordé de esa frase de (Ricardo) Piglia, releí su ensayo “Notas al margen de un ejemplar de Adán Buenosayres”, y me di cuenta de que la única forma que tenía de escribir el mío era hablando de mi historia. Porque no es un ensayo que busca ser académico. Podría haberlo hecho, pero la idea era hacer una toma de posición apoyándome en otras feministas que ya lo habían hecho, como Joanna Russ. 

 

–¿Qué camino hay desde “Arte menor”–publicado en 2006– hasta “La obligación de ser genial” y “Olimpia”, tus últimos libros?

Hay mucho. Fue un camino tortuoso, diría. Nunca como escritora, y como escritora argentina, estás segura de que van a publicar tu próximo libro. El mercado es muy inestable. Creo que se ve de afuera como si fuera fácil: vos te ganaste un par de premios y entonces de ahí en más los editores te van a venir a tocar la puerta. No es así. Muchos editores me han dicho que no posteriormente a esos premios. También creo que es porque escribo libros muy diferentes, siempre uno es muy diferente al otro. Eso a los editores los desconcierta, no es lo que quiere el mercado. De “Arte menor” hasta ahora hay varias cosas que cambiaron. Una es afirmarme en la diferencia. Si me descubro escribiendo el mismo libro, me mato. Por lo menos tengo que creer que estoy haciendo algo distinto, pero nunca la fórmula. Tampoco tenerle miedo a no editar; escribo, escribir voy a escribir siempre. Editar, no sé. Me da igual. No vivo de eso, no quiero vivir de eso, lo cual no quiere decir que no esté bueno que te paguen, que te den lo que corresponde. Pero nunca fue una ambición y creo que lo que más cambió desde “Arte menor” a este libro es la seguridad. Antes, como cualquier carrera cuando empezás, estás insegura. Te agarra mucho el síndrome de la impostora. Sobre todo si te ganás un premio con el primer libro. Me acuerdo que gané el Clarín –con “Arte menor”– y era como “¿por qué me están invitando a la tele? ¡Se van a dar cuenta de que no sé nada!”. 

 

–En ese sentido, ¿creés que la carrera literaria puede ser un campo minado?

Es un campo minado sobre todo si tenés éxito, porque este es un país que no perdona el éxito. Nos fascinamos con los rascacielos, pero a la vez si podemos los tumbamos. Siempre tenemos algo malo que decir sobre la gente a la que le va bien. Requirió mucha valentía escribir un libro de ensayos porque es la primera vez que escribo algo autobiográfico, que hablo de mi y que tomo posición con temas como el feminismo, la violencia de género. Lo que influyó mucho son los años. Cuando ya casi llegas a los cincuenta decís “qué me importa”. No me importa lo que piensen. Siento que tengo esto para compartir y una publica porque siente que tiene algo para compartir. Mis amigas escritoras, mis amigas lectoras, alentaron mucho este proyecto. Sentía que no había en Argentina un libro así: sobre feminismo y cultura literaria. No es todo de eso el libro, pero sí está escrito con esa óptica. Incluso cuando escribo acerca de la emoción… todo el libro está hablando de la autora y de la lectora. Me parece que eso me dio la valentía para que exista algo –quizás lo que yo escriba no sea lo mejor– pero que exista. 

 

–En la narrativa decís que “el tema” sobre el que habla un texto es el punto de llegada, más que el de partida. ¿En el ensayo es al revés?

Estoy pensando si uno escribe en torno a un tema… sí, claro. El ensayo empieza por el tema. El ensayo es un género muy libre, pero ¿dónde trabajas con el tema?, ¿cuál es el peligro? El cliché. Lo primero que tenemos en la cabeza es lo que nos dice la cultura, que son en general lugares comunes. No tiene nada de malo partir de ahí porque empezás a decir qué se ha dicho de este tema, pero tenés que darle un enfoque distinto. En cuanto pensé que algunas de las clases estaban buenas para escribir ensayos hice un listado de temas. Sabía que quería escribir sobre la emoción, sobre el ritmo en prosa. ¿Por qué aparecieron esos temas en mi cabeza? Porque eran problemas que veía en mis alumnos y alumnas a la hora de escribir. Fui cercando esos temas y tomando notas. Esos pies armaron los ensayos.

 

–En el libro contás cómo en tu entrevista con Miss Mary, que iba a ser tu profesora de inglés, ella te dice que los escritores son otros, no son mujeres de clase trabajadora. ¿Qué generó eso en vos?

Los escritores son hombres que tienen plata y viajan por el mundo. Eso pasó cuando yo era chica, en los ochenta. Parece hace un montón, pero no creo que haya cambiado tanto cierta mentalidad. Miss Mary era una mujer culta, pero estaba formateada en el patriarcado. Si hoy la veo a la distancia, la señora, pobre, me decía lo que a ella le habían repetido. Se juntan varias cosas de las que hablo en el libro: la cuestión de ser mujer y la clase social. Son las trampas del patriarcado. No te das cuenta, incluso cuando estás muy alerta, que hay ciertos patrones que estás repitiendo. Aunque haya que dimensionar que esa mujer había nacido en los cuarenta, que te lo digan a los doce años es un poco destructivo. Lo que me protegió mucho fue, primero, un enorme deseo de hacerlo, aunque no tuviera éxito. Un enorme deseo de querer ser parte de eso en palabra, no en el éxito público. Probar a ver si me salía era como un juego cuando era chica.También que me preparé para el fracaso. Escribía sola en mi casa pensando que nunca iba a publicar, lo tomaba como dado. Por eso cuando mandé mi primera novela a Clarín y me avisaron que había ganado, no les creía. Estaba en Estados Unidos, me llamaron para decirme que era finalista y me preguntaban si iba a ir al acto. Contesté que no. Mirá si voy a ir, comprarme un pasaje, cuando probablemente no haya ganado. Finalmente ellos pagaron el pasaje. Ahí empecé a sospechar que podía haber logrado una mención, pero nunca pensé que iba a ganar. Me había preparado muy bien para no herirme, para protegerme de no lograrlo.

 

 

–¿Cómo dirías que sorteaste la “obligación de ser genial”? 

No sé si la sorteé demasiado… Quizás es verdad que este libro es el producto de haber sorteado la obligación de ser genial. Prepararne para el fracaso, se puede leer desde ese lado. Durante mucho tiempo escribí en la sombra, esto de “hago mi propia fiesta, los varones que se jodan”, veré cómo hago mi camino sola, no voy a luchar falsas batallas. Eso me protegió. Y después, claro, sacar un libro así. Denunciarlo, escribirlo, encontrar que un montón más de lectoras de las que pensaba, lectoras que se agarran de este libro para sus propias historias y entender sus propias peleas, dónde es y cómo hacerla. 

–¿La toma de posición estaría en la decisión de centrarse en la creación y las mujeres?

Es increíble que eso no haya pasado en la Argentina antes. En el inglés se hace desde los años ochenta. Una de las primeras tomas de posición de las feministas en Estados Unidos fue empezar a escribir como si los sujetos autora y lectora fueran mujeres. Eso genera algo muy potente, porque estás leyendo y te imaginas a una mina. Por eso no usé el lenguaje inclusivo, porque ahí te imaginas un “x”. Para mi todavía era necesario que te imaginaras una mina en Argentina. Cuando te dijeran “autora de un libro” o “lectora”, pensabas en una mina sentada frente a una computadora con todo lo que implica ese cuerpo ahí. Lo hice naturalmente, lo tomé como una herencia de ese feminismo. Sin embargo acá pegó mucho, es una de las preguntas que más me hicieron porque, justamente, nadie lo había hecho. Eso muestra cuán lejos estamos de haber dado ciertas batallas y también lo que tiene el provincialismo argentino, como si se hubiera inventado el feminismo en el año 2015. Está todo bien con esa lucha, la banco y estuve, pero también hay una historia del feminismo que viene desde antes, que hay que recuperar. Hay que leer, hay que formarse en eso.

 

–¿Cuáles creés que son los efectos del querer ser genial?

Creo que la obligación de ser genial nos hace demasiado buenas. Por eso los varones están tan asustados. En la cultura, el hecho de que vos sepas que te tenes que esforzar más, que solo las geniales llegan, hace que, de verdad, las que llegan sean muy buenas. Y eso es lo que está pasando en este momento en la literatura argentina. Las más leídas, las más trabajadas por la crítica o en la academia empiezan a ser las mujeres. Tarda más en llegar a la academia, pero realmente la mejor literatura la estamos escribiendo las minas. No es una cuestión de ego lo que estoy diciendo. Y los varones no saben muy bien qué hacer.

 

–Otro de los aspectos que destacas de la escritura es la “inutilidad” ¿Cómo se la defiende en un mundo que funciona bajo el mandato de la productividad?

Eso es re importante. He visto escritoras y escritores muy buenos ser colonizados por el mercado, ser colonizado por el “éxito”. Aparece un momento rutilante en el cual te hacen entrevistas, vendés, cobrás algo de guita y decís “ah bueno, podría vivir de esto”. Me parece legítimo, pero yo tuve mucho cuidado de que eso no me pasara. No podría depender de la próxima novela para pagar el alquiler, la luz o el gas. Para el tipo de escritora que soy, eso me generaría mucha ansiedad. Otro por ahí lo vive distinto. Hay escritores como Philip Dick que vivían de eso porque realmente no podían trabajar de otra cosa. Era lo que él quería hacer y lo que sabía hacer, y así escribió cosas muy buenas por encargo. Yo quiero que la escritura sea un lugar de libertad, en el que pueda hacer lo que se me canta y mañana escribir un libro que no tenga editor o que tenga que esperar diez años para ser editado. Que me de igual. Tuve que generarme esas condiciones.

 

–¿Cómo afectó el encierro de la pandemia a tu escritura?

Por un momento no pude escribir nada. Solo pude leer. Una cosa que hice, que no se nota todavía, es que me puse a escribir un libro con una amiga. Eso me salvó, de escribir con otra mujer, no de escribir con otro escritor. Empezamos a escribir sobre fines del siglo diecinueve, que era un período que nos gustaba, y nos encontramos con un montón de mujeres que no habían sido traducidas, que se las había dejado de lado y que acá se conocen poco. Fue un aluvión de lectura, de whatsapps y mails. Y fue alucinante porque el libro empezó por un lado y fue creciendo –por supuesto que hay escritores varones de los que también nos ocupamos– hacia lugares insospechados. Me gusta esta idea de la colaboración. Se piensa que el trabajo del escritor y de la escritora siempre es en soledad, que somos unos ególatras, narcisistas. Con Esther Cross, no se dio nada de eso. Nunca hubo un problema que tuviera que ver con ego, fue una fiesta escribir con ella. Pensé que me iba a costar más porque nunca había escrito con nadie. Creo que tiene que ver con la clase de escritoras que somos las dos y con el hecho de ser mujeres escritoras. Con esa necesidad de diferenciarse en eso. Hay escritores varones que escribieron juntos, pero siempre había una disparidad. Borges y Bioy escribieron libros juntos, pero claramente para Bioy, Borges era el maestro. Tiene que ver con esta palabra que a mi no me gusta, “sorority”. Es muy yanqui, te remite a un monasterio. Habría que encontrar algo que no fuera tan virginal porque en realidad no lo es. Es este compañerismo que se da entre minas. No digo que sea la norma porque también se puede dar lo contrario. Pero se dio una correspondencia y un crecimiento alucinantes. Creo que crecí como escritora en ese año como si me hubiera formado en otro doctorado.

 

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