viernes 26 abril, 2024

LA MUJER ENTRE PODER, DESEO Y MATERNIDAD

La protagonista de Borgen, serie danesa estrenada en 2010 y que hace poco fue incorporada al catálogo de Netflix, atraviesa a lo largo de las tres temporadas el arduo camino que implica para una mujer la política, entre el deseo de lo político y el deseo de la maternidad, y la exposición mediática. El psicoanálisis brinda herramientas para reflexionar acerca del rol de la mujer y lo político.

Por: Pilar Molina y Julieta Capuano Ilustración: Cintia Salazar

 

El personaje Briggitte Nyborg, protagonista de la serie danesa Borgen, hace resonar la pregunta acerca del lugar de la mujer en la política: las consecuencias a nivel del deseo y de la subjetividad que esto conlleva. ¿Es el deseo de lo político un deseo inconciliable con el deseo de la maternidad?; ¿por qué se es madre o se es mujer como condiciones excluyentes?; ¿el pasaje de la mujer del ámbito privado al público es la causa por la cual la sociedad, bajo un discurso patriarcal, hace cargar a esta protagonista con culpa frente a ciertas elecciones que toma?; ¿qué aporta el psicoanálisis para pensar estas disyuntivas de la época? 

Estas son algunas preguntas que se despliegan en estas líneas, que buscan, a su vez, hacer resonar la voz y la posición de otras mujeres como Evita y Cristina, quienes se atrevieron a la y lo político, desobedeciendo al patriarcado, pero no al propio deseo. Brigitte nos recuerda indefectiblemente, por el coraje, el amor y el deseo, a la expresidenta, primera mujer en ser electa como Presidenta de la Nación en Argentina: “la yegua, puta y montonera”. El recorrido estará centrado en las elecciones y decisiones de quien en la ficción asume el rol histórico de ser la Primera Ministra mujer de Dinamarca, sus encrucijadas amorosas y familiares, pero sobre todo su deseo como mujer. 

El deseo de lo político

Desde los primeros capítulos de la serie se puede ver la división que se presenta en la protagonista en relación al amor y al deseo: “amar la familia o amar la política”, con un vel mediante, parecen dos vías inarticulables. Brigitte apuesta al deseo y gana, constituyéndose así en la primera mujer en ocupar el cargo de primera ministra danesa. La familia la acompaña, principalmente el marido, quien demuestra entusiasmo. Pero esto no tarda en disolverse. 

Al poco tiempo de que Brigitte se encausa en su deseo, éste comanda su vida y sus actos, como casi nunca sucede en el terreno de la neurosis. Pero su marido, quien se ve encargado de la familia y de las tareas domésticas, no tarda en mostrar insatisfacción, en remarcarle la falta de una manera grotesca en relación con su rol de “madre” y ama de casa, en un proceso que desemboca, finalmente, en una infidelidad seguida de la separación. En este sentido puede pensarse, a través del personaje de Phillip Christensen, cómo la constitución de la masculinidad desde los discursos hegemónicos de poder producen en él incomodidad y hasta cierto sentimiento de humillación frente a la salida de Brigitte del ámbito privado al público, históricamente exclusivo para las masculinidades, tal como sostiene Ana María Fernández en su texto “La mujer de la ilusión” (1993). Esta situación en la pareja permite ubicar la disyuntiva: “el hombre y la potencia, la mujer y la falta”, seguida de: “el hombre y el poder, la mujer y la madre”. 

Entre el deseo y la culpa

La culpa comanda la escena en varios capítulos. En medio de las decisiones políticas que se ve encargada de tomar, la hija enferma, y ella carga con la culpa de no ser “una buena madre”. ¿Es esta culpa parte del pa(i)saje actual donde la mujer se desplaza desde el ámbito privado al público? No se trata de la presencia en la protagonista de un sentimiento de culpa descabellado o delirante, sino que éste se engendra y alimenta en el vientre de una sociedad patriarcal, desde una posición conservadora que tiene ya asignado un destino para la mujer: la familia.

El poder es cosa de machos. La mujer es madre y en tanto madre su deseo debe jugarse todo ahí. Pero la mujer, además de madre, desea como mujer. Hay un más allá de aquello que pretende imponerse como absoluto en una sociedad que excluye y denigra a la mujer que aspira poder, que aspira “tener”, porque la mujer debe ser, desde el discurso imperante, ante todo,  falta, mutilación, humildad y víctima. 

Una “buena madre” será aquella que desea, “es preciso, además, que para ella ‘el niño no sature la falta en que se sostiene su deseo’. ¿qué quiere decir esto? que la madre sólo es suficientemente buena si no lo es demasiado, sólo lo es a condición de que los cuidados que prodiga al niño no la disuadan de desear como mujer.», sostiene Jacques-Alain Miller en “El niño entre la mujer y la madre” (1996)

Desear más allá de los hijos en un mundo patriarcal es obsceno y cosa de locas. Es desborde, es avaricia, es pura ambición desmedida, es sobre todo algo que roza lo patológico: “La mujer rica puede aparecer como la excelencia de la feminidad, la mujer poderosa, la mujer que muestra su completud, con una pequeña salvedad: que, aun cuando ella toma todos esos valores, que debemos llamar positivos, permanezca marcada por un exceso”, dice también Miller, pero esta vez en “El partenaire-síntoma” (2008)

El rol de la mujer en la política: Brigitte, Evita y Cristina.

 

El poder es masculino. Cuando es deseo de una mujer alcanzarlo y tenerlo, sobre todo tenerlo, es visto siempre como exceso. El poder en la mujer, desde una perspectiva imperante y conservadora, es leído como exceso desregulado e ilimitado, y generalmente acompañado por un plus que connota una maldad inteligente, calculadora, traicionera y con atributos de manipulación o locura. 

El poder en la mujer, al estar marcado por el exceso, es visto como ilegítimo: “demasiado poderosa, demasiado rica”, “demasiado bien vestida”, “demasiado puta”. Un demasiado que deslegitima aquello que, claro, es legítimo en el hombre.

El poder en la mujer es obsceno y esto deja ver la serie danesa en cada planteo, tapa de diario, nota periodística que debe enfrentar Brigitte, ya sea en relación al desempeño de su rol, su vestimenta, el cuidado de sus hijos o su pareja. También dan cuenta de esto, los decires violentos que la acompañaron a Cristina durante sus gobiernos y aún hoy como vicepresidenta, aunque ella, en vez de avergonzarse por esto, es decir por su inteligencia, belleza y aspiraciones políticas, haciéndose eco de estos insultos se definió a sí misma en una entrevista con el periodista Luis Novaresio como “yegua puta y montonera”. Este acto singular de la actual vicepresidenta llevó a que muchas mujeres tomaran estos agravios y los resignificaran positivamente, validando una posición independiente, audaz, en vez de avergonzarse por no responder a los cánones de mujer pretendidos en una sociedad conservadora y ortodoxa. Esto se dio en el contexto de una nueva oleada feminista, en la que muchas mujeres comenzaron a resignificar otros agravios, tales como el de “bruja” o “puta”.

Apropiarse de aquello que deslegitima a la mujer es un primer movimiento para hacer caer lo instituido, lo naturalizado, lo incuestionable, propio de los discursos de poder androcentristas. Eva Perón se enfrentó a situaciones similares. Por ser actriz e interesarse por la justicia social, el poder y la política, las descalificaciones no tardaron en llegar y atravesar generaciones: Evita bastarda, Evita la puta, y su muerte fue utilizada por la derecha para postular el agravio más infame de la historia argentina, el “viva el cáncer”. 

Ella marcó las coordenadas de la transformación del insulto en identidad política, quizá no en lo referido a su propia persona como lo hizo Cristina, pero sí en relación a los trabajadores, “sus descamisados”, “sus cabecitas negras”, marcando también desde su lugar de mujer, un acto político singular y deseante, incuestionable.

Hay algo en ellas, en Brigitte, Cristina y Evita, (en nosotras), que insiste en no ser acallado, en poder realizarse de algún modo. Pese al imaginario, a los prejuicios y a las pérdidas que escuchar el deseo implica para la mujer, este insiste y no debe ni puede ser callado. En él se cuela y se alimenta el amor, el cual, también está encasillado y limitado. En la mujer, el amor a lo familiar.

El amor asignado es el amor romántico, el cual implica amar humildemente y, por sobre todo, a la familia, podría decirse, a condición de exclusividad. El amor cooptado por el discurso imperante ubica y exalta en la mujer los rasgos de debilidad y dependencia. Brigitte pone en cuestión esto, mostrando que el amor a la y lo político puede ser transgresor, articulador y pivote de todo lo demás. Cristina y Evita lo confirmaron con sus actos, enseñándonos por encima de todo que el amor, vence al odio.

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