martes 30 abril, 2024

FEMINISMOS Y PSICOANÁLISIS

Tres especialistas ponen en debate sus posturas y perspectivas sobre la relación entre psicoanálisis y feminismo, el paradigma del que surgió la práctica y la función social que se le asignó entonces, y las posibilidades emancipadoras que implica para mujeres y movimientos LGBTTIQ.

Por:  Juan Funes  |  Foto: Melisa Molina y Sofía Solari 

El movimiento feminista volvió a poner en el centro de la escena una vieja premisa: lo personal es político. Desde diferentes marcos teóricos, la práctica psicoanalítica busca ocuparse de la política del sujeto como impulso emancipador ante mandatos familiares y socio-históricos. Pero visto desde el prisma de los feminismos y los movimientos LGBTTIQ, surgen varias tensiones: ¿Es el psicoanálisis potencialmente emancipador para la mujer? ¿Se trata de una práctica heteronormativa y patriarcal? ¿Puede el psicoanálisis ser reelaborado desde una perspectiva de género? En diálogo con Fixiones, tres especialistas en la relación entre feminismo y psicoanálisis analizaron estas cuestiones. Irene Meler es Doctora en Psicología, coordinadora del Foro de Psicoanálisis y Género de la Asociación de Psicólogos de Buenos Aires (APBA); Juan Carlos Volnovich es médico y psicoanalista, fue nombrado Doctor Honoris Causa por la Universidad Madres de Plaza de Mayo y fue seleccionado por la Unión de Mujeres de la Argentina para recibir el premio Margarita de Ponce por sus contribuciones a las teorías de género y psicoanálisis; Malena Lenta, en tanto, es licenciada y profesora en Psicología, magister en Psicología Social Comunitaria y militante feminista.

Irene Meler sostuvo que los desarrollos teóricos de Freud y Lacan han mantenido con el feminismo “una relación tormentosa pero fecunda”. “Quienes trabajamos en el encuentro e intercambio entre los dos campos compartimos una condición semejante a la de los hijos de padres en conflicto. Ese conflicto puede generar diversos trastornos, o potenciar nuestra capacidad reflexiva y nuestro juicio crítico, según sea la reacción de cada sujeto al disfrute/padecimiento de ese debate”, amplió. La autora del libro Recomenzar: amor y poder después del divorcio (Paidós, 2013), subrayó como uno de los problemas principales del psicoanálisis la “ilusión de cientificidad según el modelo positivista”, que para ella es “insostenible”. “De modo inevitable, diversos autores se han hecho eco de los juicios y prejuicios propios de cada época y de los sectores sociales medios a los cuales pertenecen los psicoanalistas. El problema es que en muchos casos se ha intentado blanquear ese contrabando ideológico bajo una caución de cientificidad, cuando en realidad no es pertinente para las diversas teorías que se desarrollaron al interior del campo psicoanalítico”, agregó. En este escenario, Meler consideró que “los puntos de vista alternativos, planteados por las académicas mujeres y por los sectores LGBTTIQ han aportado esclarecimientos de gran valor cognitivo para las distintas disciplinas, entre las cuales se cuenta el psicoanálisis, y para el intercambio interdisciplinario que caracteriza a los estudios de género”.

Malena Lenta sentó una postura similar a la de Meler y afirmó que la relación entre el psicoanálisis y los feminismos “es conflictiva, aunque también puede ser fecunda cuando desde el psicoanálisis hay apertura a romper con los dogmatismos fundantes”. La militante feminista señaló que uno de los aspectos de las teorías de Freud y Lacan más cuestionado por los feminismos es “la persistencia del supuesto ‘enigma de lo femenino’ e incluso de ‘la mujer’ y que solo se explica en tanto tal como efecto de ocultamiento de la definición de ‘la mujer’ y/o ‘lo femenino’ en referencia al ‘varón’ o a ‘lo masculino’ como norma, ley o parámetro, aunque fuere en su versión más metafórica”. Lenta consideró que los dos principales teóricos del psicoanálisis naturalizaron el rol histórico de la mujer, con diferentes planteos. En el caso de Freud, “con la persistencia de la diferencia anatómica como sustrato más o menos velado del complejo de Edipo que deviene en paradigma falocéntrico de la posición sexuada, la elección de objeto y la introyección de las reglas básicas de socialización, plantea un destino ‘normal’ para el varón diferente del de la mujer, lo que muestra claramente cómo en la teoría psicoanalítica se naturalizan los roles de género a través de la esencialización biologicista reintroyectada sobre los cuerpos subjetivados”. En cuanto a Lacan, Lenta apuntó que “sostiene la posición de la mujer como un ser subordinado, es decir, como un ser para el Otro”, debido a que “propone que el falo como significante de la falta se presta a representar la diferencia sexual y afirma que la falta fálica de la mujer la convierte en el ‘beneficio’ de ser falo, es decir, ser objeto, ser partenaire o, en definitiva, ser para Otro”.

El planteo de Volnovich para encarar la cuestión partió de un interrogante: “¿no será que el edificio conceptual psicoanalítico, reactualizado por el sofisticado discurso lacaniano, no es otra cosa que un intento de restituir al padre el poder perdido en estas últimas décadas; décadas signadas por enormes cambios en la correlación de fuerzas entre hombres y mujeres que caracteriza al patriarcado?”. El psicoanalista explicó luego que tanto Lacan, como Freud y Claude Levi-Strauss señalaron la interiorización del tabú al incesto como acto fundacional de la cultura, y “de ahí que reclame la intervención de una fuerza externa para intentar desgarrar la poderosa relación que une al niño con su madre. Esa fuerza, claro está, es el padre”, aclaró luego. Lacan sostiene que la Ley Paterna “viene del exterior”, agregó Volnovich, y eso “real” se vincula “al hecho – para nada intrascendente – de ser cultura masculina, no como efecto del lenguaje, sino como consecuencia de las relaciones del poder ejercido por los hombres sobre las mujeres”, continuó. Para el psicoanalista la postura de Freud se presenta más “realista”, debido a que el neurólogo austríaco “no nos pide aceptar que nuestros hijos e hijas están castrados del mismo modo o en el mismo grado; Freud no sugiere que la lucha edípica y la iniciación en la cultura tiene las mismas consecuencias para niñas y varones”. Inmediatamente Volnovich aclaró que “es cierto que Freud desvía la cuestión hacia la biología. ‘Anatomía es destino’, dice y, al hacerlo, deja bien en claro que en este mundo, en esta cultura patriarcal, no da lo mismo nacer varón o nacer mujer. Freud enmascara las cuestiones del poder bajo las diferencias anatómicas pero acepta dos circunstancias importantísimas: que los hombres tienen privilegios que les son quitados a las mujeres – que solo las mujeres están ‘castradas’ -, y que esa diferencia genera un cierto Malestar en la Cultura”.

De vuelta sobre el desarrollo lacaniano, Volnovich apuntó que “con la propuesta de una teoría estructural del lenguaje y un registro simbólico supuestamente ‘neutral’ y universalista en reemplazo de una concepción del desarrollo psicosexual de los sujetos, Lacan ayuda poco a develar los orígenes sociales de la construcción de género y omite la génesis de las asimetrías de poder que caracterizan al patriarcado. Una vez más se afirma y oculta el poder del padre: ser privilegia su lugar y se protege su dominio”. Luego de pivotar sobre los desarrollos de ambos teóricos, el psicoanalista formuló una nueva pregunta: “¿puede el género ‘trabajar’ el psicoanálisis -sea este freudiano o lacaniano- dentro de las instituciones o inevitablemente esta será una tarea a realizarse por fuera ya que la doctrina transformada en dogma condena al fracaso cualquier otra iniciativa?

"Los conflictos vinculados con la sexuación y con la orientación del deseo, pueden ser mejor comprendidos y abordados a partir de la perspectiva de género. La psicopatología psicoanalítica clásica se enriquece y adquiere complejidad cuando se la cruza con las diferencias subjetivas y vinculares que se observan como tendencias diferenciales propias de cada género”
Irene Meler
“El desafío que se abre a las puertas del psicoanálisis adquiere un valor definitivo porque lo que se juega allí es, justamente, la posibilidad de sostener un espacio de resistencia al desmantelamiento simbólico; una invitación a resistir el arrasamiento subjetivo".
Juan Carlos Volnovich
"Los roles de género que han sido históricamente construidos en la lógica de familias heterosexuales, heteronormadas y, por lo tanto, patriarcales, a las que el dispositivo del complejo de Edipo refuerza y legitima, designan a los cuerpos sexuados destinos binarios jerarquizado”.
Malena Lenta


De este interrogante se desprende otro: ¿Se puede afirmar que el psicoanálisis es heteronormativo o patriarcal? Malena Lenta consideró que “el énfasis en el complejo de Edipo y la lógica falocéntrica junto con la invisibilización del contexto de producción de la obra freudiana en la sociedad victoriana opera reproduciendo patrones heternormativos y patriarcales de normalización de los sujetos”. Para ella esta “mirada hegemónica” en las clínicas psicoanalíticas “persisten violentamente no sólo en el intento de ‘normalización’ de las mujeres que escapan a su ‘buen destino’, sino que insisten en la psicopatologización de las personas que asumen identidades disidentes o no binarias para las cuales las explicaciones edípicas resultan más que caducas”. “Se trata de prácticas clínicas, aunque también académicas que no se permiten interpelar ni por el feminismo ni por el potente agenciamiento de los colectivos LGTTBIQ que han puesto al descubierto los mecanismos subalternizantes de la heteronorma patriarcal presentes también en los discursos disciplinares”, agregó. Sobre la misma cuestión, Irene Meler sostuvo que “no existe un solo psicoanálisis debido a la diversidad cultural propia de una disciplina que se ha desarrollado en distintos países”, aunque “muchos desarrollos psicoanalíticos presentan sesgos patriarcales y heteronormativos”. Luego mencionó un conjunto de autores y autoras que trabajan perspectivas teóricas y clínicas alternativas en Argentina desde hace más de tres décadas, que han buscado “establecer un nexo entre algunos desarrollos psicoanalíticos y teorías sociales vinculadas con el enfoque de género”, entre los y las cuales se encuentran Eva Giberti, Ana María Fernández, Mabel Burin, Juan Carlos Volnovich, Martha Rosenberg, Débora Tajer, Irene Fridman y Facundo Blestcher. Meler es la compiladora del libro Psicoanálisis y Género. Escritos sobre el amor, el trabajo, la sexualidad y la violencia, que publicó la editorial Paidós en 2017 y reúne producciones de los autores locales mencionados, además de un artículo de una destacada psicoanalista chilena recientemente fallecida, Pilar Errázuriz Vidal.  


“El psicoanálisis dirime las relaciones del sujeto con el Poder”, apuntó, por su parte, Volnovich. “El problema reside en el Otro; en las marcas que ha dejado en el inconsciente la relación con el Otro. Si la constitución del sujeto psíquico se erige sobre la herida que dejó abierta el desamparo original del bebé frente a la mamá o a los adultos responsables de la vida o de la muerte, la situación de extrema indefensión social, no hace otra cosa que reabrir la marca que el Otro grabó en nosotros y, de esta manera, nos predispone a quedar subordinados al Poder”, añadió. De esta forma, en una sociedad como la nuestra “dominada por un proyecto heteronormativo y patriarcal (entre otras estructuras de dominación y explotación) el discurso del Otro absoluto se inscribe en el inconsciente y frecuentemente se expresa a través de acciones destinadas a la subordinación y la obediencia. También, en la propia teoría psicoanalítica”.


Volnovich señaló que la práctica psicoanalítica tiene potencial emancipador tanto para mujeres como para varones, que son “tan prisioneros de una masculinidad normativa como las mujeres, atrapadas dentro de una femineidad convencional”. “El desafío que se abre a las puertas del psicoanálisis adquiere un valor definitivo porque lo que se juega allí es, justamente, la posibilidad de sostener un espacio de resistencia al desmantelamiento simbólico; una invitación a resistir el arrasamiento subjetivo. Hoy en día, el psicoanálisis cumple con el delicado trabajo de invitar a un sueño, de ilusionar otro universo, de proponer un juego que, desde el seno mismo del torrente mercantil, a la velocidad que los flujos imponen, pueda construir una isla, un mínimo dispositivo simbólico, un acuerdo tan sólido como flexible para, desde allí y con esos recursos, hacerle frente al dolor y al sufrimiento que la adaptación al sistema capitalista y patriarcal no sólo no ha logrado atenuar, sino que  aporta como plus, como malestar en la cultura”, desarrolló el psicoanalista. Según su visión de la clínica, ésta debería estar “al servicio de reforzar la esperanza de poder transitar este mundo con valor crítico y poder transformador. En última instancia, a sostener la transferencia. Pero no sólo la transferencia del analizando y la transferencia recíproca del analista, sino la transferencia, siempre asimétrica, de ambos con el psicoanálisis”, que se presenta para él “como esa tabla salvadora, tabla flotadora que, en parte, resiste al torrente devastador y, de esa manera, autoriza a cada uno, a cada una, a defender su lugar, a registrar y usar los propios recursos, a apropiarse de su talento”.


Sobre la facultad liberadora del psicoanálisis, Meler dio una respuesta categórica: “Una buena práctica psicoanalítica debiera tener un potencial emancipador para todos los analizantes”. La Doctora en psicología opinó que cuando el o la analista está formado en el enfoque de género, “adquiere una sensibilidad específica para detectar situaciones de sometimiento, abuso y violencia, ya sean padecidas o perpetradas, que pueden cursar de modo inadvertido”. “En términos generales, esta formación habilita a quien la ha adquirido, para un desempeño más lúcido en la labor analítica – continuó Meler-. Los conflictos vinculados con la sexuación y con la orientación del deseo, pueden ser mejor comprendidos y abordados a partir de la perspectiva de género. La psicopatología psicoanalítica clásica se enriquece y adquiere complejidad cuando se la cruza con las diferencias subjetivas y vinculares que se observan como tendencias diferenciales propias de cada género”. Seguidamente aclaró que “el género subjetivo no coincide de modo forzoso con el sexo biológico y, en ocasiones, tampoco se adecua al género que fue asignado cuando el sujeto nació”.


Malena Lenta advirtió que la práctica psicoanalítica puede ser emancipadora para las mujeres y las personas que asumen identidades no binarias, “en la medida en que se permita ser problematizada por los feminismos y los aportes del movimiento queer. Los roles de género que han sido históricamente construidos en la lógica de familias heterosexuales, heteronormadas y, por lo tanto, patriarcales, a las que el dispositivo del complejo de Edipo refuerza y legitima, designan a los cuerpos sexuados destinos binarios jerarquizado”. De esta forma, “el destino para las personas con vagina es el de ser mujeres, lo que las ubica replegadas a la esfera privada de las tareas domésticas del cuidado, y el de los varones a estar expulsados al mundo público, a disputar lugares de poder, y volver en forma de proveedores”, explicó y apuntó que “la posibilidad de construir un deseo desde la autonomía deviene hereje a la mujer, ofensa que la condena a ser quemada, silenciada, torturada, violada y asesinada. Peor destino aun para aquelles que se asumen más allá del binarismo y que ocupan el lugar de lo abyecto, del desecho, de lo que no tendría siquiera lugar de ser considerado”.


Para finalizar, Lenta enumeró a un grupo de feministas que desde el psicoanálisis “han producidos importantes críticas y aportes a la teoría que han roto con el dogma edípico cristalizado y el sistema falocéntrico de interpretación binaria del deseo, los destinos y las identidades”, entre ellas Jessica Benjamin, Juliet Michell, Emilce Dio Bleichmar, Mabel Burin, Martha Rosenberg, Ana María Fernández. “Ellas – y muchas otras – han aportado a la desesencialicación de las mujeres a partir de cuestionar la sexualidad normativa edípica, al restituir a las mujeres la condición de sujetas deseantes al mismo tiempo en que habilitan la dislocación de la diferencia sexual como fundamento de la identidad. Sin estas aportaciones, el potencial emancipador del psicoanálisis resulta casi nulo”, concluyó.

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