sábado 20 abril, 2024

VICTORIA FEMINISTA

Perfil de Victoria Ocampo, mujer que a lo largo de su vida combinó su deseo de ampliar los horizontes culturales de Argentina con su incansable lucha feminista. 

Por: Juan Funes  |  Fotos: Melisa Molina   

Victoria Ocampo, en la década del veinte, con 21 años, manejando su auto descapotable por las avenidas porteñas hacia lo de su amante, Julián Martínez, entre insultos de hombres indignados por ver a una mujer al volante. Victoria cara a cara con Benito Mussolini, cuestionando el rol de la mujer en el fascismo. Victoria vistiendo traje de dos piezas de Chanel, pantalón y saco, fumando en público, lujo reservado para hombres. Victoria leyendo en vivo el discurso La mujer y su expresión, transmitido por radio en Argentina y España, para evitar una reforma retrógrada del gobierno de Agustín P. Justo sobre los derechos de las mujeres. Victoria presa, con 63 años, contándole cuentos a otras reclusas, mujeres humildes, la mayoría prostitutas. Victoria entrando al Palacio Errázuriz detrás de sus lentes pin up de marco blanco, para convertirse en la primer mujer en integrar la Academia Argentina de Letras. La vida de Victoria Ocampo se puede ordenar por sus logros como embajadora cultural argentina, por las personalidades con quienes trató en todo el mundo – desde Albert Camus, hasta Jaques Lacan, Aldous Huxley, Ígor Stravinski, Virginia Woolf o Gabriela Mistral- , por sus viajes y sus textos, o bien por sus gestos de rebeldía feminista. 

Victoria Ocampo con sus lentes Pin up, en su escritorio de la casa de Vicente López

Ramona Victoria Epifanía Rufina Ocampo – Victoria Ocampo – nació el 7 de abril de 1890 en el seno de una familia patricia, enraizada en los orígenes de la historia argentina. Por el lado materno, su ascendencia llega hasta Domingo Martínez de Irala, compañero de Pedro de Mendoza en la primera fundación de Buenos Aires, en 1536; tres siglos después, Manuel Hermenegildo Aguirre, bisabuelo de Victoria, fue uno de los principales financistas del Cabildo de Buenos Aires para la revolución de 1810. El abuelo paterno de Victoria, el Tata Ocampo, se juntaba a tomar el té con Domingo Faustino Sarmiento, y con su cuñado Vicente Fidel López, ministro de Hacienda de Carlos Pellegrini, hijo del autor del himno nacional, Vicente López y Planes. 

La primera de las seis hijas del matrimonio de Manuel Ocampo y Ramona Aguirre se tuvo que enfrentar a un doble mandato: el de ser mujer dentro de una familia de alta alcurnia, con todo lo que ello suponía a los ojos de la “sociedad”. Mientras los hombres ocupaban los cargos más jerárquicos del poder político y económico, o bien podían dedicarse a “las artes” recostados sobre sus grandes fortunas, las mujeres tenían la tarea de cuidar las formas que suponía la clase alta. Se encargaban de la decoración, y eran a su vez decorado. Desde muy joven Victoria se mostró reacia al rol que le tocaba. Cuando conoció a quien sería su esposo, Luis Bernardo de Estrada, a quien todos conocían como Mónaco, sus dudas se multiplicaron: “Entiendo que una debe hacer este sacrificio por amor. Pero yo no. No puedo. De modo que solo me daré en parte, pues mi inteligencia seguirá siendo mía, intacta y poderosa, lista para combatir la otra inteligencia. (..) No soy una frágil planta a la que le gusta sentirse protegida bajo la sombra de un árbol vigoroso. Tengo mucho amor dentro de mí, pero también estoy borracha de libertad y de fuerza intelectual”, le escribió en 1907 a su amiga Delfina Bunge. 

Finalmente se casaron el 8 de noviembre de 1912 y se fueron de luna de miel a Europa, en donde la relación empezó a resquebrajarse. Victoria se movía con naturalidad entre intelectuales y artistas europeos; en los salones de las reuniones más prestigiosas deslumbraba con su inteligencia y su belleza, la rodeaba un magnetismo que la convertía en el centro de atención. A Mónaco ésto lo indignaba y se lo hizo notar. En el tercer tomo de su Autobiografía, Victoria escribió que su esposo era de “una inteligencia desconectada de su sensibilidad. Susceptible, tiránico y débil, convencional y devorado por amor propio, católico y anticristiano, exigente y mezquino, me trataba como un país conquistado y desconfiaba, al mismo tiempo de mí”. 

De vuelta en Buenos Aires el matrimonio debía cuidar las formas, a pesar de que la pareja estaba rota. A los pocos años, Victoria conoció a Julián Martínez. Necesitaba de su chofer para ir a ver a su amante; fue entonces que decidió manejar su Packard descapotable sola, para no ser vigilada. «En aquellos días estaba de moda una palabra que se ha dejado de usar: ‘machona’. Con esa palabra parecían aliviarse los hombres del desagrado o sorpresa de encontrarse con una mujer al volante», escribió Victoria en su Autobiografía años más tarde. En 1922 no aguantó más la situación: se mudó sola a un departamento en la calle Montevideo. Era un escándalo: una mujer joven, sola, casada, de familia patricia.

La casa de Victoria Ocampo ubicada en el barrio de Vicente López

“La mirada se hunde inmediatamente en ese rostro hasta no poder desasirse más. (…) No hay nada en ese rostro soberbio (en el sentido pleno de la palabra) que no ofrezca terrible resistencia. (…) La mirada atrae exáctamente como la llama de una chimenea en un cuarto. (…) La mirada tan sostenida, tan directa de sus ojos redondos, muy abiertos, ante los cuales se pregunta uno si los párpados fijos, inmóviles, llegan alguna vez a bajarse”.  Victoria describió en su texto Domingos en Hyde Park a una de las personalidades más intensas de la época: Benito Mussolini. Era el año 1934 y la segunda vez que viajaba sola a Europa. Ya era una mujer distinguida, con reconocimiento local e internacional. En el verano de 1931 había publicado por primera vez la Revista Sur. Victoria llegó al Palazzo Venezia, en Roma, el 24 de septiembre, al que describió como “severamente magnífico”, “construido con las piedras del Coliseo y cuya belleza perfecta es insultada día y noche por la vecindad del monumento a Víctor Manuel”.

Mantuvieron con el Duce una tensa conversación durante más de una hora. Victoria cuestionaba al dictador por el rol que el fascismo le asignaba a la mujer, que se limitaba a “darle hijos al Estado”. Le preguntó si no creía que la mujer pudiera colaborar en otros aspectos, a lo que Mussolini contestó categóricamente: no. La impresión que le generó el encuentro a Victoria quedó palasmada en su ensayo La historia viva, en el que escribió sobre su miedo a que el Duce arrastrara a su país a una guerra y que las mujeres se transformara en instrumentos bélicos estatales, máquinas de producir hijos para la muerte. Una versión de la maternidad aún más sórdida que la imaginada por Margaret Atwood en  El cuento de la criada

El viaje tuvo otras escalas, y en noviembre conoció en Inglaterra a otra mujer escritora que la marcó profundamente: Virginia Woolf. “Con nadie me entendí mejor que con ella sobre el lugar que había de ocupar la mujer en las letras. Ella lo alcanzó”, dijo Victoria muchos años después. La escritora inglesa mostraba mucho interés por Argentina, país que imaginaba exótico, salvaje, mágico. Por algún motivo creía que en el aire rioplatense flotaban mariposas de colores. Victoria la invitó a Buenos Aires en varias ocasiones y mantuvieron una extensa relación epistolar. Para no decepcionar a la imaginación de su amiga, le mandó una caja de vidrio llena de mariposas coloridas y exóticas, que había conseguido en algún país tropical de América Latina.

La mesa de luz de Victoria Ocampo en su casa de Vicente López. Fotos de su juventud

La década del treinta no era auspiciosa para las mujeres tampoco en Argentina. En 1936 el gobierno de Agustín P. Justo impulsó una reforma del Código Civil que buscaba, entre otras cosas, modificar la ley 11.357, con el objetivo de que las mujeres casadas no pudieran disponer de su persona o de sus bienes, que recaerían en su padre, esposo, hijo, o en caso de no haber un hombre en su vida, del juez de turno. Como reacción a este proyecto, en marzo de ese año un grupo de mujeres encabezado por Victoria fundó la Unión de Mujeres Argentinas. La acompañaron en la organización desde el primer día Susana Larguía y María Rosa Oliver, amiga desde la infancia y de militancia comunista. 

Se trataba de un grupo política y socialmente transversal, con mujeres militantes de diferentes organizaciones y procedencia de clase. Victoria fue elegida como primera presidenta. Los panfletos que hacía circular la UMA, escritos por Victoria, reclamaban por los derechos políticos y civiles de las mujeres; el incremento de leyes protectoras de mujeres en la industria, en la agricultura o en el servicio doméstico; desarrollo cultural y espiritual de la mujer; disminución y prevención de la prostitución, de la trata de blancas. 

Victoria soñaba con un movimiento mundial de mujeres. Esa idea fue la clave del discurso que leyó en agosto, transmitido por radio en Argentina y España, bajo el título La mujer y su expresión. “Quisiera que hubiese entre las mujeres de toda la tierra una solidaridad no sólo objetiva sino subjetiva. Tal aspiración puede parecer desmesurada, absurda, pero no puedo resignarme a menos. Quisiera que la suma de nuestros esfuerzos, de nuestras vidas, el noventa y nueve por ciento de las cuales permanecerán oscuras y anónimas, haga inclinar la balanza del lado bueno. Del lado que hará de la mujer un ser enriquecido, al que le sea posible la expresión total de su personalidad (no sólo su expresión fisiológica); del lado que hará del hombre un ser completado a quien ya no le baste el monólogo y que, de interrupción en interrupción aceptada, llegue naturalmente al diálogo”. La UMA triunfó en su reclamo y la reforma del gobierno nunca fue aplicada. 

Dos años más tarde, otra mujer de letras la deslumbró. Victoria conoció personalmente a la poeta chilena Gabriela Mistral en Mar del Plata. Habían mantenido desde 1925 una fluido diálogo epistolar, que se transformó en amistad luego de la visita. Pertenecían a la misma generación – Mistral había nacido en 1989 – pero la chilena era hija de padres pobres, lo cual pudo en principio marcar una distancia en su trato. De todas formas, las unía la pasión por las letras y la lucha por imponerse dentro de un universo masculino. “Ha sido descomunal mi sorpresa de hallarla a usted criolla, tan criolla como yo, aunque más fina”, le escribió Mistral a Victoria. La chilena ganó el Premio Nobel de Literatura en 1945. 

Una de las tantas bibliotecas de su casa en Vicente López

Victoria se encontró en una posición muy contradictoria cuando en 1947 el gobierno de Juan Domingo Perón promulgó la ley de voto femenino, impulsada por Eva Perón. Para la escritoria el peronismo era una expresión política autoritaria, de corte fascista, que buscaba cortar todo tipo de libertades individuales. Se consideraba “apolítica”, pero era una antiperonista declarada y criticaba sin reparos al gobierno popular. Cuando la situación entre Perón y los sectores conservadores se agudizó hacia 1953, Victoria sufrió en carne propia el pico de conflictividad política. Luego del estallido de una serie de bombas durante una movilización de la CGT en apoyo a Perón el 15 de abril, por el que murieron seis personas, la policía ordenó la detención de Victoria. El 8 de mayo la fueron a buscar a su casa de Mar del Plata, Villa Ocampo, y la trasladaron a la cárcel El Buen Pastor, en el barrio porteño de San Telmo. 

Con 63 años, entre las paredes húmedas de aquel edificio colonial, Victoria pasó 26 días detenida junto con otras once mujeres, casi todas prostitutas detenidas por ejercer su trabajo. Entre las reclusas la relación era muy buena; se cuidaban entre ellas, y Victoria las entretenía con cuentos. Sintetizaba obras teatrales y novelas que había leído – tenía un vasto inventario -, o inventaba historias basadas en ellas. “En la cárcel uno tenía al fin la sensación de que tocaba fondo, vivía en la realidad.(…) Ya estoy fuera de la zona de falsa libertad; ya estoy al menos en una verdad. Te agradezco, Señor, que me hayas concedido esta gracia. Estos temidos cerrojos, estas paredes elocuentes, esta vigilancia desenmascarada, esta privación de todo lo que quiero – y que ya padecía moralmente cuando aparentaba estar en libertad – la padezco por fin materialmente. Te agradezco este poder vivir en la verdad, Dios desconocido, el único capaz de colmarme concediéndome inexorablemente mis votos más ardientes. Siempre he querido la verdad por encima de todo, como si ella fuera la forma palpable de la libertad: pues bien, aquél la toco”, escribió en la quinta serie de sus Testimonios

Vitreaux de la casa de Vicente López, dónde murió a los 88 años

El año 1975 fue declarado el Año Internacional de la Mujer, y en Buenos Aires se organizó un congreso, en el que Victoria fue invitada como huésped de honor. Sur había sacado cuatro años antes tres números especiales – el 326, 327 y 328 -, dedicados a la mujer. Las revistas incluyeron artículos escritos por mujeres de distintas partes del mundo, y dos encuestas. Una de ellas estaba conformada por cincuenta y tres preguntas que indagaban sobre cómo se veían las mujeres a ellas mismas, destinada a un total de 74 mujeres de entre 17 y 35 años. La otra consistía en ocho preguntas realizadas a 49 mujeres de distintas áreas, de ciencias naturales, sociales, del periodismo, trabajo social, de las artes. Eran interrogantes sobre leyes y políticas en relación a los derechos de la mujer, del control de natalidad y del aborto. Entre las mujeres que contestaron estuvieron Norma Aleandro, Norah Borges, Maria Luisa Bemberg, Silvina Bullrich, Beatriz Guido y Alejandra Pizarnik. 

Victoria se negó a participar en el congreso de 1975 por considerar que los ejes propuestos no se vinculaban a problemas de mujeres, sino de temas político-marxista. Escribió sobre su posición respecto al congreso en un artículo publicado en La Opinión el 10 de septiembre. “He sido y soy feminista. Desde hace cincuenta años he repudiado un estado de cosas que no podía durar. A pesar de tener, ahora, una presidente (se ha conservado sintomáticamente el masculino del título) – se trataba de Estela Martínez de Perón –  seguimos siendo lo que fuimos siempre: un país con mentalidad retrógrada respecto a la mujer. (…) Les deseo con fervor buena suerte a las jóvenes que entran ahora en la lucha por las reivindicaciones cuyo espíritu se falsea y se politiza con lamentable facilidad (…) Antes de acudir en ayuda de los ideales políticos o partidarios de nuestros queridos adversarios, hemos de resolver nuestros problemas. De éstos sí se puede decir: si no los resuelven las mujeres, no los resolverá nadie”.

El 28 de junio de 1977 Victoria aceptó un reconocimiento que había negado en otras ocasiones. Ese día, con 87 años y un cáncer ya avanzado en su cuerpo, entró al hall central del Palacio Errázuriz – en donde funciona el Museo de Arte Decorativo – con sus lentes de marco blanco y la elegancia que siempre llevaba puesta. Era la primera mujer en la historia en formar parte Academia Argentina de Letras. En su discurso afirmó que aceptaba el cargo porque hubiera implicado bloquear a otras mujeres más aptas para ocupar ese lugar. “No tengo pasta de académica ni de diplomática”, sostuvo; se definió a sí misma como “una autodidacta, franco-tiradora en el terreno de las letras. Estas características provienen de haber nacido en las postrimetrías de la época victoriana. Era un hándicap tremebundo para una mujer”.

Victoria, aristocrática, nieta de próceres y hombres que dieron nombres a calles, avenidas y hasta ciudades, en su discurso destacó un nombre olvidado: 

“Descubrí que por vía materna desciendo de Irala – el conquistador Domingo Martínez Irala, compañero de Mendoza  – Pedro de Mendoza, fundador de Buenos Aires en 1536 -, y de una india guaraní, Águeda. Este español y esta americana tuvieron una hija, que su padre reconoció. Dados mis ‘prejuicios’ feministas simpatizo más con Águeda que con quien podía tratar de igual a igual al primer fundador de Buenos Aires. Este no es un desplante demagógico. Ignoro la demagogia como la pedantería. Pero en mi calidad de mujer, es para mí un desquite y un lujo poder invitar a esta recepción de la Academia a mi antepasada guaraní y sentarla entre la inglesa y la chilena (se refería a Virginia Woolf y a Gabriela Mistral). No porque mereciera como las otras entrar en cualquier Academia de Letras, sino porque a mi vez yo reconozco a Águeda. 

Esto no tiene que ver con la literatura, me dirán. No. Tiene que ver quizás con la justicia inmanente y quizás con la poesía. Así lo hubiese imaginado la fantasía de Virginia. Así lo hubiese entendido la pasión de Gabriela que escribió en Saudades: 

“En la tierra seremos reinas,

y de verídico reinar…”

 

 

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