martes 23 abril, 2024

"UN TEXTO DEBER SER UNA BOMBA PARA PENSAR DESDE OTRA PERSPECTIVA"

En diálogo con Fixiones el cronista peruano Joseph Zárate –autor del multipremiado libro “Guerras del interior”– habló sobre cómo aborda en sus libros de no ficción las realidades más críticas y veladas de Perú, que son una muestra más de la matriz extractivista que sufre toda América Latina. Además, reflexionó sobre la importancia del trabajo sobre el lenguaje y la poesía en el periodismo, y sobre el desafío de escribir relatos que movilicen a los y las lectoras.

Por Nahum Villamil Garcés  |  Foto: Theo Hall Peña

En Guerras del interior (2018), Edwin Chota, Máxima Acuña y Osmán Cuñachí son los nombres con que el cronista y editor peruano Joseph Zárate (1986) teje la red del Perú otro, de selva y sierra, de víctimas abnegadas y ruines, que ha sido invisibilizado y reducido a plataforma para el “progreso” nacional, al amparo de la corrupción estatal, el olvido mediático y el cotidiano ejercicio de la violencia física y simbólica que subyuga, pero también entrelaza a la población de dichos territorios. 

En Madera” nos enteramos de cómo la mafia maderera cobra la vida del líder Asháninka Edwin Chota y sus compañeros de lucha. Pero, a su vez, llegamos a comprender cómo las condiciones del mercado negro convierten esa trágica masacre en una constante sin fronteras. En “Oro” asistimos a la resistencia que Máxima Acuña se impone frente a la minera Yanacoche para salvaguardar la integridad de su terruño y la posibilidad de vivir tal y como ella aspira. “Petróleo” es el relato del futuro hipotecado del pequeño Osmán Cuñachí y su comunidad, donde un derrame posibilita desentrañar los vaivenes económicos, sociales, sanitarios y culturales de una sociedad en la que recuperar un balde de crudo, y asegurarse de que este siga manando del oleoducto, representa la casi única posibilidad real de mejorar su calidad de vida inmediata, en detrimento de terribles consecuencias ulteriores. 

Todas estas historias ya fueron contadas antes, pero la pluma de Zárate las ubicó en su dimensión plena, acaso transversal y humana, desde la cual logran interpelar a cualquier lector. Dos de ellas, “Oro” y “Petróleo”, fueron galardonadas con los premios Gabo y Ortega y Gasset, grandes referentes del periodismo en lengua castellana, y el volumen entero fue seleccionado como uno de los mejores libros de no ficción por el New York Times. 

En Fixiones tuvimos ocasión de conversar con Joseph Zárate e indagar acerca de sus perspectivas de escritura, la instancia humana y poética en el periodismo y los alcances que este tiene dentro de realidades que abren heridas emocionales.

-En una presentación afirmabas que tu periodismo, al menos el que subyace en Guerras del interior, puede ser una suerte de periodismo de perturbación, es decir, uno que busca trocar o hacer que el lector reformule su perspectiva sobre determinada realidad. 

Más que llamarlo periodismo de perturbación (risas) aludía al efecto que causan las historias que yo intento escribir. Cuando me refería a perturbación, señalaba la posibilidad de que el texto sea una especie de bomba para aquellas cosas que están inamovibles en tu cabeza y te haga pensar desde otra perspectiva. Creo que el periodismo, más que ofrecer soluciones, tiene que conseguir que los lectores se hagan preguntas y cuestionen su propia condición, su propia realidad. En ese sentido, creo que las armas que da la literatura al periodismo narrativo permiten esto porque te transmiten una experiencia, emociones, conocimiento, cosas que el periodismo informativo no necesariamente logra hacer porque tal vez no hay tiempo para hacerlo ni se cuenta con los recursos necesarios. El periodismo narrativo tiene la posibilidad de remecer esos cimientos que hemos creído que siempre han estado ahí y hemos naturalizado. 

-Si cada vez más asistimos a la dictadura de la inmediatez en el periodismo, no deja de ser saludable que se publiquen libros de largo aliento como Guerras del interior que, además, logran subyugar al lector con su cuidada narración. ¿Cómo logras intercalar investigaciones tan rigurosas con una prosa tan lograda?

Lo que yo intento hacer es tratar de no olvidarme nunca del lector. Creo que muchas veces el error que cometemos los reporteros es pensar que aquellas cosas que nos parecen importantes lo son también para la gran mayoría. La gente tiene cierta conciencia social, pero no permanentemente y vive en constante sobre estimulación informativa. Entonces, tenemos que abrirnos campo para poder llegar con nuestros textos. Lo que yo intento hacer es tratar de, entre toda la investigación que haya hecho, elegir aquellos detalles que pueda despertar una emoción en los lectores. Por eso toda la información que se plasma en el texto busca: conmoverte, perturbarte, emocionarte y despertar algo. Así, cuando estoy escribiendo, hago una investigación muy ardua y si me encuentro con datos que son muy duros trato de usar metáforas e imágenes que permitan convertir eso abstracto y frío en algo mucho más cercano al lector y que le pueda generar una imagen inmediata y perdurable en su cabeza para que no lo olvide. Por ejemplo: me preguntaba cuánto oro se extrajo durante la historia humana y eso arrojaba cifras enormes. Hace un rato hablamos sobre  Rico Mac Pato y su imagen nadando entre monedas me llevó a imaginar esa obsesión casi fetiche, pero llevada a la realidad. Convertí esa cantidad en volumen líquido y encontré la cantidad de piscinas olímpicas que pudiesen llenarse con todo el oro que se extrajo en la historia, que al final es un dato que perdura más que la cifra bruta del material. Yo creo que cuando estamos frente a ese tipo de situaciones, los periodistas narrativos necesitamos imaginación. No imaginación para inventar datos o detalles, sino para pensar maneras creativas de acercar la información veraz al lector. Yo intento eso: tratar de convertir los datos en conocimiento. En ocasiones resulta y en otras no (risas).

-Una de las metáforas recurrentes de tu libro es “El Perú es un mendigo sentado en un banco de oro”, pero esta, como tu libro, es una noción muy transversal a América Latina y sus desventuras con el extractivismo y el cotidiano ejercicio de exterminar a quienes defienden el medio ambiente. ¿Crees que este tipo de periodismo logra impactar en nuestra realidad? 

Es muy difícil medir eso. Cuando uno está escribiendo, al menos en mi caso, solo se tiene una pequeña intuición de que pueda conectar o decirle y hacerle pensar ciertas cosas a la gente. Esa pequeña intuición es simplemente eso. Lo que uno intenta hacer es abrazarse a ello y creer que algo de lo que estás llevando a cabo pueda impactar. Por supuesto, la crónica periodística, con sus extensos reportajes narrativos, es un género más bien marginal y poco masivo. No es como hacer una película o un artículo informativo. Aun cuando se trata de un público reducido, yo conservo la esperanza de que pueda decirles algo, incluso a la gente que toma decisiones desde las altas esferas del Poder Ejecutivo, mostrarles esa realidad tan terrible y que puedan hacer algo al respecto. Ahora bien, cuando se está escribiendo hay que pensar menos en ese eventual impacto y procurar más por la autenticidad y comprometerse con las historias que se están contando. Yo decía en mi charla con David Lara que el periodismo consiste en apartarse para dejar que el otro sea y que sea quien cuente su propia historia. No contarla tanto yo por él o ella. El efecto de eso me parece muy difícil de medir, pero me parece que si tú lo haces con determinación y compromiso sostenidos, es imposible que todos los grupos de lectores queden ilesos. De alguna u otra manera va a impactar y les dirá algo. 

-Una paradoja a la que asistimos en este momento es al constante bombardeo de información desde la esfera política, pero asimismo evidenciamos un vaciamiento de sentido o una suerte de banalización. Tus crónicas indagan con severidad aspectos que son eminentemente políticos, ¿cómo se elude el panfleto? ¿En qué momento se distancia el periodismo del activismo?

Es importante no olvidar que estas personas, más allá de ser líderes ambientalistas, son seres humanos. Es decir, tienen pasiones, zonas luminosas, grises y oscuras. Cuando te hablaba de ser auténtico y honesto, me refería a acceder a todos esos matices. Si retrato, por ejemplo, a un líder ambientalista, no solo retrato sus partes heroicas sino que también retrato sus posturas contrarias, y tú lo puedes ver en el libro. Por ejemplo: Edwin Chota fue un hombre que abandonó a sus hijos en la ciudad, que nunca se preocupó por ellos, porque pensaba que su misión en la vida era mucho más importante que criar hijos. Y eso es muy humano, como todas las contradicciones terribles. Cuando uno retrata a las personas, más allá del lenguaje y la extensión buscada, debe hacerlo de esa manera. Al tratar de acceder a las diversas gamas que te ofrece la condición humana es cuando te alejas de lo panfletario y del activismo puro y duro que persigue y promueve consignas. Otro modo de distanciarse es tratar de presentar la información, o las versiones de esa verdad, de manera múltiple. Si tomamos la crónica de Máxima Acuña, la campesina que se enfrenta a la minera de oro, no solo se trata de buscar su versión, sino de contrastar también la versión de la minera. Pero la fuerza de la realidad y la evidencia de ver que es tan terrible lo que está sufriendo ella, hace que la historia caiga por su propio peso, sin que tú la direcciones, la fuerza y los datos permiten ver que la víctima es ella. Son maneras que uno va encontrando para sopesar y poder tener no un equilibrio, pero sí los matices de su búsqueda. 

-Has señalado que Julio Ramón Ribeyro es uno de los autores que acompañó tu formación escritural. De su libro La tentación del fracaso tomas la noción de “seguir el rastro íntimo de una decisión humana” y esto es algo que se logra percibir a cabalidad en las tres crónicas de tu libro. En el epílogo haces referencia a cómo tu origen y el de tu familia, en la figura de la abuela, subyacen en tu proceso de escritura, ¿cómo se persigue ese rastro íntimo? 

Siempre he intentado, al embarcarme en un proyecto escrito, que sea con historias que me toquen personalmente y resuenen en mí. He tenido la fortuna de encontrar en el periodismo una manera de expresar esas urgencias y que esas urgencias coincidan con esas realidades que cuento en mi libro. Yo creo que es importante que un reportero que quiera hacer periodismo narrativo piense mucho en cuáles son esas historias que le queman, que le urgen, de las que siente necesidad de contar. Cuando uno se sincera y establece qué lo impulsa a contar esas historias, y un por qué, ahí va a encontrar una veta de inspiración y su propio lenguaje. La escritura del libro me ayudó mucho a encontrar los temas que a mí me importan y el lenguaje apropiado para esa manera de contarlas. Pensar por qué lo haces, por qué te quema y llevar la pregunta de tus porqués hasta las últimas consecuencias te ayuda mucho a encontrar las maneras. No creo que sea un consejo o una guía: solo es lo que yo trato de hacer. 

-Dos crónicas contenidas en este libro obtuvieron dos de los premios más renombrados del periodismo en nuestra lengua: el Ortega y Gasset y el de la Fundación Gabo. Esto también ha comportado que Guerras del interior esté ingresando en el sistema escolar peruano. ¿Cómo ves este cambio, respecto de generaciones en las que el sistema escolar no indagaba mucho más allá de Lima? 

Ha entrado en la currícula de una cadena de colegios, todavía no entra en el sistema público. Pero pensemos que al entrar en esa cadena este año habrá 3 mil alumnos que van a leer el libro, lo cual es mucho. Esto es algo que me emociona mucho porque a mí nunca me enseñaron qué estaba pasando en la selva o en los andes de mi país. Yo creo que eso es bonito. En los últimos meses me han estado escribiendo profesores de colegios públicos que han comprado espontáneamente el libro y que han ido con sus alumnos a las presentaciones que hemos hecho en el país y los chicos me cuentan que han estado hablando sobre sus temas y les ha impactado. O colegas que enseñan en las universidades y utilizan esos textos para hablar de la realidad peruana y latinoamericana. Es muy emocionante porque ves que el periodismo que haces no muere al día siguiente, sino que son relatos que nos permiten comprender nuestro país o sus matices. Eso es lo chévere porque, aunque no puedo calcular qué tanto va a pasar, estoy seguro que habrá chicos que se enterarán de qué está sucediendo en su país. 

-Tus crónicas demuestran también un aliento poético, ¿nutre la poesía al periodismo?

A mí me gusta mucho leer poesía y trato de hacerlo en mis ratos libres. Ahora estoy leyendo a una poeta estadounidense que se llama C.D. Wright y que tiene un librito cuyo nombre en español es Un gran ser. Es un libro de poesía documental. Ella visita un grupo de cárceles en el country side de Estados Unidos y utiliza el lenguaje poético para poder narrar lo que ve en esas cárceles. Es un libro de no ficción que usa el lenguaje poético para poder transmitir eso. Yo creo que leer poesía para quienes quieren escribir crónica es importante porque ahí está la esencia del lenguaje y el arte de las palabras. Yo recomendaría que busquen ese libro que está en la editorial Libros de la resistencia (https://www.librosdelaresistencia.com/)

-Desde el atril que ofrece una obra potente, traducida y premiada en importantes tribunas, ¿qué les dices a las autoridades que tienen el poder para tomar decisiones e incidir en las vidas de quienes habitan el Perú y la América Latina de tus crónicas? 

Creo que es importante que entiendan que el poder debe ejercerse con responsabilidad. No solamente porque ejercerlo de una forma violenta genera desigualdad y muertes, sino también porque genera una herida emocional y una rabia muy fuertes, que se van acumulando, y que pueden convertirse en una bomba de tiempo. Ya ha pasado antes en mi país y se ha debido a decisiones terribles de quienes ejercieron el poder en su momento. No hay que esperar a que continúe acumulándose la rabia contenida, hasta que empecemos a matarnos unos a otros. La desigualdad económica y social genera la muerte de personas, ríos, bosques y profundas heridas emocionales que pasan de generación en generación. 

 

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