jueves 28 marzo, 2024

UN LEGADO DE LUCHA, FEMINISMO Y MEMORIA

“Con la desaparición de un cuerpo ya no hay manera de narrar, por eso la poesía: ya no hay manera de politizar que no sea por vía de la poesía, porque ya se rompió el pacto básico y fundamental”, dijo en diálogo con Fixiones Virginia Giannoni, escritora, curadora y militante feminista. La autora habló sobre su último libro “Aída”, que cuenta la historia de Aída Bogo de Sarti, Madre de Plaza de Mayo línea fundadora – publicada por Editorial Marea en 2019 -, sobre cómo empezó a trabajar sobre la memoria vinculada con las organizaciones de derechos humanos, y sobre el lazo profundo que vincula a las Madres y Abuelas con la nueva ola feminista.

Por: Bruno Levy / Fotos: Javier Salerno y Mónica Hasenberg

 

Virginia es gigante en el sentido más literal de la palabra. Es imponente. Sus más de 180 centímetros marcan autoridad, son impositivos. Quizás por eso dé una sensación tan liberadora verla y escucharla reír como lo hace: fuerte, con todas las ganas, con casi todo el cuerpo y un montonazo de dientes. No se guarda nada y casi no hace falta hacerle preguntas: en una hora y media de conversación con Fixiones no hubo que pedirle nada sino, más bien, darle cauce a ese torrente imparable de palabras. Tal vez sea su altura o la fuerza que transmite cuando se expresa o las múltiples referencias al fuego que va haciendo durante la charla; tal vez sea algo de eso, o todo junto, pero hace pensar en un volcán.

Hace algunos meses la editorial Marea (https://www.editorialmarea.com.ar/), a cargo de Constanza Brunet, publicó Aída, una particular biografía de Aída Bogo de Sarti, Madre de Plaza de Mayo línea fundadora. No es el primer trabajo de Virginia Giannoni con la editorial. Integrante del colectivo NiUnaMenos, curadora, escritora e investigadora, Virginia ya había trabajado en conjunto con Marea en 2015, y junto a su hermana Ana, para la publicación de Las Viejas, la historia de Madres de Plaza de Mayo – Línea Fundadora. “Ellas querían tener su historia escrita por ellas mismas, yo me limité a tomarles sus historias”, cuenta en relación a aquella publicación, recurrente durante la charla.

Pero el germen de este nuevo libro sobre la vida de Aída es anterior a Las Viejas. El vínculo de Virginia con Aída y “las viejas” nació de los recordatorios que publicaba el diario Página/12: fotito, dato biográfico y un puñado de palabras conmovedoras en honor al desaparecido, a cargo de familiares y/o personas cercanas, en un pequeño recuadro rodeado de notas y publicidades. Con 400 de éstos armó la muestra itinerante Poesía diaria, porque el silencio es mortal, publicada como libro en 2009 por Retina.

Historia, memoria, Madres, feminismo y derechos humanos: un repaso de lo conversado con Virginia, con un diluvio de fondo y Aída como excusa.

-Empezaste a trabajar sobre los recordatorios, al principio, porque los leías y te generaba algo.

Claro. Yo al principio los empecé a juntar. No podía dejar de leerlos, tenían una cosa magnética. Empecé a ir a distintas organizaciones (ex detenidos, familiares) a buscarlos, porque el diario no los guardaba como tales. Yo estaba con un bombo de seis meses. En un momento dije “voy a los organismos que va a ser más fácil”. Fui a varios, con sendas historietas en cada uno, y caí en Madres: me abre la puerta Aída la primera vez que voy. Su lugar era el de estar en la casa, el de recibir, el de contar: recibía a la gente que iba a buscar su historia, que iba a preguntar si tenían alguna idea de lo que había pasado con tal y tal. Era la que te daba el pin, la que te contaba la historia y te contenía. Cuando yo caí a buscar los recordatorios me dijo ay sí, cómo no, sentate: ahí nomás me trae una caja de zapatos repleta de recordatorios.

-¿Cómo fue la transformación de esas visitas en una muestra?

Al principio era “ay, qué lindos los recortes”. Después empecé a recortarlos: tenía una pila así. Pero, al principio, los recortaba para mí. Y después pensé “che, esto es algo”. Empecé a ir una o dos veces por semana para hacer el laburo de investigación que terminó en la muestra. Cuando junté todo lo que encontré (los de Madres con todos los que tenía en mi casa) empecé a entender lo que quería hacer, a entender qué significaba eso que estaba buscando: era algo así como el uso de la palabra poética para nombrar un fantasma. Se me ordenó por ahí: la palabra, la poesía, no como ornamento, sino como herramienta necesaria para hablar de eso que está por fuera de la cultura, que no tiene nombre y que no puede ser tocado de otro modo que no sea a través de la palabra poética. Gente que no es poeta, gente que no escribe, terminaba generando unos textos de una brillantez, de una profundidad, de una multiplicidad de imágenes, que claramente tiene que ver con la poesía. Pero la poesía no como lujo sino como herramienta, literal, como herramienta política.

-¿Cómo fue el proceso de armar una muestra? Vos no habías hecho nada del estilo hasta el momento…

Yo sabía que quería que estuviera todo pegado con engrudo, que no quería nada elaborado, nada comercial. Entendía que había algo de la estética política de escribir en un diario que la muestra tenía que tener, entonces necesitaba imprimir unos mamotretos. Agarré todos los recordatorios, los limpié uno por uno, le limpié los grises y los dejé blanco y negro. En ese momento yo laburaba haciendo los libros de arte del Banco Ciudad y se me ocurrió ir un día con la carpeta y mostrarle lo que tenía al tipo que hacía, en ese momento, las cosas de Relaciones Públicas: le dije “no quiero guita para mí, necesitó unos mangos para poder imprimir esto en grande y pegarlo en algún lado”. El tipo se re copó. Lo mismo me pasó con el imprentero. Era un montón de guita en ese momento porque son todos plotters originales, no es copia: tenés que imprimir 400 plotters todos distintos. Le llevé la misma carpeta y al tipo se le salían los ojos: “¿qué es esto? ¿De dónde sacaste esto?”. Me terminó imprimiendo gratis la muestra como cinco veces porque, después, estuvo en Casa de HIJOS de Mendoza, en la Universidad de Córdoba, en la Casa de ex detenidos de Entre Ríos. Cada persona que iba teniendo contacto con el proyecto, flasheaba. Hasta que una vez llevamos la muestra al Centro Cultural San Martín, que en ese momento estaba dirigido por María Victoria Alcaraz: cuando le planteé de hacer la muestra ahí, me dijo “elegí vos la sala donde vos quieras”. Se abría todo. En ese momento no se había instalado el tema Derechos Humanos en Argentina todavía, es pre (Néstor) Kirchner la cosa. Después de la muestra, mi relación se afianzó mucho con todas ellas. Recuerdo algo muy loco. Aída nunca había ido a poner su recordatorio para Bety, su hija desaparecida. Un día estábamos en la casa de Madres custodiando los recordatorios y, después de mucho laburar, me comenta que nunca escribió un recordatorio, que no sabe porqué nunca lo hizo, pero que algún día lo iba a hacer: al tiempo me llama incendiada, yendo al diario llorando, angustiada, a dejar su primer recordatorio.

-Como militante activa del movimiento de mujeres y desde esa óptica: ¿cómo pensás a las Madres?, ¿cómo se vinculan esas luchas?

En este país no hay manera de no apoyarse en las Madres: nosotras nos reconocemos, nos historizamos, en las luchas de las Madres y las Abuelas. No es casualidad que aparezca acá, en este país, esta ola feminista. Se lo debemos a las Madres y a las Abuelas que, sin necesidad de retórica, ellas no conceptualizan todo esto pero, la verdad, es que pusieron en cuerpo el amor político feminista que después, mucho después, pudimos conceptualizar. Nos dimos cuenta que habíamos aprendido de todo esto. A mí me enseñaron ellas. Yo siempre trabajé sola. Siempre hice cosas: hice muestras, escribí. Pero siempre desde una especie de soledad. Tengo también una historia muy movida: nunca viví dos años en el mismo lugar cuando era chica, tengo el desarraigo muy ejercitado. Un poco por eso creo que siempre me costó negociar puntos de vista, por ejemplo. Yo aprendí de ellas esta manera política de tejer más allá del yo. Y que no es te aguanto, te tengo paciencia: es que entiendo que lo que estamos tejiendo es mucho más grande que vos y que yo, y no se me va a ir el ego, no hay un yo puesto ahí. Empecé a entender esto que hoy nombramos como un yo colectivo. Yo ahí lo viví con ellas, participando de sus reuniones semanales.

-¿Surge repasar momentos de su historia de vida desde una perspectiva relacionada directamente con el feminismo? Hay muchos pasajes relatados en el libro que parecen una invitación…

Es que tampoco hace falta. Aída te cuenta que ella, cuando nació Claudia, tenía demasiada leche: la nena tomaba, quedaba saciada y seguía teniendo leche. Entonces le traían dos veces por día al nene de la vecina porque no se sabe porqué motivo la señora no le podía dar: “algún problema habrá tenido en ese momento y yo tenía”, dice Aída. Seis meses le trajeron al nene de la vecina dos veces por día para que le diera la teta. Compañeras que se autofracturaban para faltar al trabajo y poder visitar a Quarracino (cuando todavía le ponían alguna ficha a la Iglesia). O cuando cuenta Aída que les pedían los documentos a una y todas se juntaban a tirarlos, al mismo tiempo, haciendo una montaña e impidiendo que se las lleven. Cuando el policía dice que lleva a una presa y van todas atrás y dicen que ellas van también. Hay algo en esa construcción que en ese momento ellas no estaban para nombrar, era una cosa de sentido común, animal; de una animalidad que tiene que ver con el cuerpo. ¿Qué le vas a conceptualizar? ¿Qué le vas a decir? Eso es feminismo.

-Sin embargo en el libro aparece, más hacia el final, cierto deslumbramiento por lo que las chicas jóvenes están viviendo ahora. Por lo tanto, si bien nadie le va a enseñar nada, se siente afectada por todo lo que está pasando

Sí, totalmente. Sobre todo porque lo ve como lo único que respira. Los últimos apartados fueron conversados durante el macrismo, con lo cual era todo oscuridad. Y ella lo que dice es esto: lo único que brilla, lo único que está pasando, lo único que tiene luz, lo único que tiene potencia, lo único que tiene vida es lo que hicieron ustedes. Siente que no puede ser que haya que estar diciendo aborto sí o aborto no: no le entra en la cabeza directamente. Ella también siente un legado, ella también siente que hay algo de una construcción histórica. Ella no es inocente respecto a eso. Pasa que no necesita nombrarlo, es como un gesto, una sonrisa.

-¿Qué similitudes y qué semejanzas encontrás entre lo que ustedes están haciendo actualmente y, por otro lado, lo que construyeron ellas?

Ellas laburaron con la tragedia comiéndoles los talones. Nosotras también, por los femicidios. Pero hay algo en la desaparición que rompe la trama cultural, que rompe el pacto. Nosotros tenemos un pacto, más o menos: cruzamos cuando está en verde, pagamos los impuestos. Bueno o malo, pero es un pacto que más o menos lo cumplimos todos y, quien no cumple ese pacto, se supone que tiene un problema. La desaparición de personas en manos del Estado rompe ese pacto de un modo trágico e irreversible. De hecho todavía no tenemos certezas sobre lo que pasó. Pasan los gobiernos, hicimos los juicios, bajamos los cuadros y no tenemos los archivos. Y hay algo en ese pacto que se sostiene todavía: no abrir los archivos, por ejemplo. Es así de profundo y de jodido. Hay algo en la urgencia desesperada en la que trabajaron ellas que es muy diferente. Nosotras tenemos aire por la cuestión intergeneracional, por la práctica asamblearia, por la modernidad de las redes, para poder, mientras estamos en la calle, pensarnos, producir sentido, generar imágenes. Es otra la situación. Las viejas trabajaban con una urgencia de 24 horas, con una desesperación que no permitía ninguna otra cosa. Y esto no quiere decir que los femicidios no sean una urgencia, sino que había una imposibilidad de tramitación colectiva. Con la desaparición de un cuerpo ya no hay manera de narrar, por eso la poesía: ya no hay manera de politizar que no sea por vía de la poesía, porque ya se rompió el pacto básico y fundamental. Ese material con el que ellas trabajaron también impidió cualquier teorización de su parte. Pero, a la vez, ellas lo hicieron todo con una sabiduría impresionante.

-¿Qué te llevó a elegir ese registro oral para la publicación de Aída? Parece que quisieras borrar las huellas de tu trabajo en el texto.

En principio, a mí no me interesa figurar. Tengo algo con el asunto del nombre propio. Pero, además, Aída en este momento está grande y, por eso, recuerda muchas más cosas de su primera infancia. Y Aída tiene una historia muy especial. Parecida a la de muchos y muchas y, a la vez, con especificidades no tan comunes. Y hay algo en ella, en su oralidad. En un momento pensamos en hacer un video, algo parecido a una película, porque hay algo en el modo de contarlo. Ella hablaba en gallego, tuvo que no dejar rastro del gallego cuando vino a Argentina. Ella hoy, tal vez, recuerda una escena separada totalmente de otra. Y parece que no pero, si las escuchás bien, tienen mucho que ver. Yo decidí dejarla hablar a ella. Mi mayor laburo fue la puntuación para resaltar el tempo de ella al narrar, la sal que tiene. Porque, además, ella es muy graciosa. Y lo sabe. Entonces se termina armando algo como de  stand up que está buenísimo. Yo intenté emular esa voz.

-¿Hay algo en particular de su biografía que te llevó a hacer el libro o fue por el vínculo que tienen entre ustedes?

Fueron las dos cosas. Y tengo el vínculo que tengo con Aída, escucho su historia hace muchos años y yo ya la tengo incorporada. Pero donde le contás media escena de cualquier cosa que le pasa o le pasó a Aída a alguien… hay algo de desopilante que acompaña todo lo trágico que para mí es el motor vital. Ella contando la ida y la vuelta a España. Contando sobre el barco. Ella como trabajadora, como sindicalista. Ella desde dónde cuenta el primer peronismo. Ella desde su historia narra buena parte de la historia de nuestro país y de lo que hoy necesitamos entender para entender cómo llegamos. Hay muchas Madres, igualmente, con historias impactantes. Sin ir más lejos, Sara Rus: estuvo en un Pogrom en Polonia, conoció ahí al que después fue su marido, se juraron ahí que se encontraban en Buenos Aires después de no sé cuántos años y se encontraron en Buenos Aires, se casaron, tuvieron hijos y uno terminó desapareciendo. Nada es casualidad: no son casualidad las decisiones que tomaron sus hijos y no es casualidad lo que armaron entre ellas para buscarlos. Pero hay algo en la vida y en el modo de narrar de Aída que a mí me parecía necesario porque ella politiza sin aspavientos, politiza sin armado, sin jactancia. No explica. Ella, incluso, una de las cosas más increíbles que tiene, es que dice “acá nosotras no estamos para hacer política”. Y ella se ríe cuando le decís que es lo único que está haciendo.

-Pero es algo particular. Uno cuando lee su relato se pregunta “cómo un cuerpo puede soportar todo eso”

Una niña que migra dos veces en nueve años, tiene que aprender y desaprender un idioma, escapa de un país que está prendido fuego, vive sin una madre durante sus primeros años pero con una familia que la cuida. Ya hay ahí una presencia de la ausencia muy fuerte. Es una mujer de una sanidad mental impactante. Para ella no tiene sentido quedar solamente pegada en el destino trágico. Ella y todas ellas. Por eso pudieron hacer lo que hicieron. No lo ven como destino, necesitan superarlo. Por eso piden por los archivos. Por eso dicen que marchan con alegría. Te parte la cabeza. Está la ronda repleta de gente compungida, llorando como bebés, y ellas pueden estar sonriéndoles a un nenito que pasa, pensando en qué grandes están las palmeras.

-¿Aída nunca supo nada de su hija?

No. Beatriz fue secuestrada junto a su novio, Ángel Arias, a quien le decían “el Flaco”. Hay un testimonio de un párrafo, de hace pocos años, de un sobreviviente que dice haber visto a “el flaco”, que era el novio de una que, se cree, puede haber sido Bety. Esto es todo lo que se sabe.

-El vínculo entre ellas, como se lo relata en el libro, es llamativo, de un compañerismo impresionante.

Aída la acompañó mucho en su militancia. La hija después se mudó, por supuesto que sin decir a dónde, con el compañero, y la veía sólo algunas veces. Aída sabía que estaba en peligro. Pero respetó la decisión de su hija. Es algo muy fuerte. Ella lo que dice es que sabía lo que estaba haciendo Bety, sabía que estaba en peligro, sabía lo que le podía pasar; que Bety había decidido tomar ese riesgo y que respetaría esa decisión. El que se enojaba era el marido de Aída. Yo siempre pensé en el respeto político que ella tenía, como madre, con su hija. Le ofrecieron irse, por supuesto, como prácticamente hicieron todos los padres y madres en esa situación, pero Bety decide que éste es su lugar, que acá se queda y que asumiría las consecuencias; y Aída en un momento decide respetar eso: no te entiendo, estoy partida al medio, me cuesta vivir, pero al mismo tiempo tengo otra hija, tengo un marido. Ese respeto político por la otra más allá de ser su hija, más allá de algo como de la propiedad, del legado, del mandato que implica la maternidad, es muy fuerte. No lo puede hacer cualquiera. Eso es una bomba para mí.

-Ella de chica fue hija sin madre. Cuenta lo que le costó venirse a Argentina con su madre. Parece increíble leer éso sabiendo lo que le va a pasar un par de décadas después con su hija…

Porque politiza. Por eso le da la teta al hijo de la vecina. Porque entiende que la maternidad va más allá del vínculo de sangre y porque ahí también entiende la decisión de una mina adulta. Ella dice “es como el amor”, que Bety cuando entró en la militancia cambió y contra eso no hay nada que decirle. Es como el amor, es una certeza en el cuerpo, en el alma, que es ridículo ir contra eso. Sólo se lo puede respetar y asumir como ese misterio que es. Ese nivel de respeto por la vida de la hija no como una vida que le pertenece, sino como una vida propia, en sí misma, eso es algo muy impresionante. Yo tengo dos hijas: es difícil de pensar, cuando una hija toma una decisión, que no es una cosa personal o una traición. ¿Yo qué tengo que ver? Es mi hija, mi hija es una persona: no es conmigo ni contra mí, ella tomó esa decisión. Eso es amor político.

-¿Tenés esperanza de que se abran los archivos de la dictadura?

Es difícil. Yo creo que no depende mucho de una voluntad presidencial para que suceda. Sí es fundamental: sin eso no se puede. Pero no estoy segura de que con eso alcance. Porque justamente es tan grande lo que se armó entre milicos, iglesia, oligarquía… quiero decir, es tan profundo y tan grande lo que se armó que se les juega mucho a todos. Sinceramente creo que abrir los archivos es abrir la caja de pandora.

-¿Creés que las Madres tienen ilusión de que suceda?

No sé si ilusión. Tienen la voluntad política, lo tienen como bandera, lo defienden. A este gobierno se lo pueden plantear, al macrismo era al pedo. ¿Es un gobierno popular? ¿Es un gobierno de derechos humanos? Se les puede exigir, entonces, lo que se le exige a un gobierno que se reconoce así.

-¿Y qué otra cosa creés que se le podría exigir al gobierno?

Sostener y acompañar el trabajo del EAAF (Equipo Argentino de Antropología Forense). Es fundamental. Es complejo siempre, pero es fundamental. Creo que deberían garantizar que todo su trabajo se haga, se vea, se comparta. Creo que ahí hay algo fundamental. Pero también, claro, que aparezcan los pibes apropiados. La cuestión de los pibes apropiados, que Abuelas motoriza pero que, seguramente, con otra inyección y otra territorialidad, alcanzable con apoyo del Estado, puede mejorar. Afinar los motores de búsqueda. Es una franja etaria corta, chica, es más o menos alcanzable el universo, no es que se apunta a cualquiera en cualquier tiempo. Por supuesto que esto tiene que suceder estando atentos a la historia, porque para mí es fundamental el tono, los modos. Pero muy fundamental, en todo sentido. Vuelvo a lo de la poesía: el tono no como estética sino como política. Cualquiera de estas cosas que se intente, además, tiene que ser basado sobre la experiencia de los colectivos y los espacios que lo vienen sosteniendo desde siempre.

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