viernes 19 abril, 2024

¿QUÉ CIENCIA QUEREMOS?

En medio de la inédita carrera entre laboratorios por el desarrollo y comercialización de las vacunas contra el Covid-19, algunos científicos revitalizan el debate acerca de cómo sería una ciencia al servicio de un “buen vivir”. Fixiones dialogó con Alicia Massarini integrante de la Unión de Científicos Comprometidos con la Sociedad y la Naturaleza de América Latina sobre la reedición de la disputa dentro del campus científico y lo que ella denominó como una “crisis civilizatoria”.

Por: Juan Funes | Ilustración: Fixiones | Foto: Gentileza Alicia Massarini

 

“En este momento está especialmente a la vista el hecho de que la ciencia no está trabajando de manera concertada, no hay colaboración, no hay criterios universales, ni siquiera hay instancias internacionales en donde se pongan en diálogo diferentes maneras de pensar en la pandemia”, sostuvo en conversación con Fixiones Alicia Massarini, investigadora de la Maestría en Política y Gestión de la Ciencia y la Tecnología de la Universidad de Buenos Aires. El 2020 será recordado como el año de la pandemia de coronavirus, pero también como el año de la ciencia. Las discusiones en torno a las causas de la expansión del virus, a la naturaleza del mismo y sus mutaciones, al modo de neutralizarlo y, finalmente, a la vacuna, hicieron que los ojos de la sociedad estuvieran puestos como pocas veces en el quehacer científico. Se buscó en la ciencia, en definitiva, la respuesta a un problema causado por la propia maquinaria científica en su relación provocante con la naturaleza. Surge, entonces, la pregunta: ¿qué ciencia queremos? diferente a ¿qué ciencia tenemos? “La ciencia está trabajando de manera fragmentada y evidentemente al servicio de las corporaciones, que son las que están fabricando vacunas o medicamentos”, indicó la especialista. 

“Tenemos que repensar dentro de la comunidad científica, y también en la sociedad toda, cuáles son esos valores que debieran orientar el desarrollo científico”, planteó Massarini, quien forma parte de la Unión de Científicos Comprometidos con la Sociedad y la Naturaleza de América Latina (UCCSNAL), organización en el marco de la cual publican la revista Ciencia Digna. Esta revista, entre otras cosas, recuperar la impronta que tuvo en la década del setenta la corriente de Pensamiento Latinoamericano de Ciencia, Tecnologí­a y Sociedad, que buscaba reformular a la ciencia desde otro modelo de sociedad, más igualitario, justo y soberano. “Si hablamos de una ciencia digna, hablamos de una ciencia para el ‘buen vivir’, no para ‘vivir mejor’ en términos de este sistema. El ‘buen vivir’ significa otra relación con la naturaleza, otro compromiso con las futuras generaciones”, explicó.

Por una ciencia digna

La urgencia de revisar el modo en que funciona la ciencia es un imperativo histórico y la pandemia del coronavirus no hizo más que resaltarlo. Para Massarini, el mundo se encuentra en una situación que excede la categoría de crisis ambiental: “se trata de una crisis civilizatoria”. Desde la revista Ciencia Digna, en la editorial del primer número, publicado en mayo, subrayan que el conocimiento científico “es siempre parte de un proceso social, atravesado por tensiones, conflictos e intereses y que los sistemas científico-tecnológicos, junto con sus potenciales beneficios, son también generadores de riesgos sociales y ambientales, consideramos imprescindible desarrollar análisis integrales y críticos de sus posibles aplicaciones”. 

El paradigma de la tecnociencia es para Massarini “uno de los pilares más importantes de este modo de producción y consumo”, para lo cual es necesario “hacer invisible las contradicciones o los intereses que están en juego detrás de la ciencia. Es parte de la estrategia de la comunicación que apunta a sostener y reproducir este sistema”. En su artículo titulado ¿Tecnociencia de mercado o Ciencia Digna?, la investigadora se detuvo justamente en el discurso científico que se postula como neutral y universal: “la naturalización de esta imagen, que obtura toda discusión y oculta complejidades, riesgos, tensiones y conflictos de intereses, se refuerza en las representaciones y supuestos acerca de la ciencia y la tecnología fuertemente presentes en la educación, la publicidad, la divulgación, en el discurso de los funcionarios y frecuentemente, en el de los propios científicos”, puntualizó. 

 Alicia Massarini

En el mencionado artículo, destacó también otra característica fundante del “discurso científico hegemónico”, y es que ha jugado históricamente como “legitimador de las políticas que profundizaron el extractivismo” en América Latina. “Las tendencias, las modas, las metodologías de la ciencia se definen en los países centrales, y se definen en función de los intereses de esos países. Más recientemente, sobre todo, de las corporaciones, que son las que financian esa ciencia. El problema de nuestra región es que, además de recibir los impactos de esa técnica, que ahora está bien puesta al servicio del extractivismo, nosotros desde nuestro sistema científico copiamos, clonamos esos criterios de lo que sería la buena ciencia, porque le pedimos a nuestros investigadores que respondan a esos estándares para publicar en esas revistas que se llaman ‘de alto impacto’”, explicó Massarini a Fixiones. En este marco, los países latinoamericanos destinan “recursos humanos y materiales a desarrollar una ciencia que en realidad está pensando en los países centrales y en las corporaciones”, agregó. 

El caso de la agricultura transgénica y del uso de agrotóxicos aparece como tema paradigmático en relación al modo en que el discurso y la producción científica atentan contra el bienestar general de la sociedad, lo cual produce una polarización en el seno del ámbito científico. Pero la discusión de fondo, según explica Massarini, está en la propia idea de desarrollo en relación a la ciencia: “por un lado está la idea básica de que la ciencia es el motor del desarrollo, y que el desarrollo es algo necesario, deseable y meditable. Todas esas lógicas son las que nos llevan a esta crisis que no es ambiental, sino es civilizatoria ya que muestra que este sistema pensado de esa manera y actuado de esa manera, es inviable”, apuntó. 

La apuesta es, entonces, pensar otra ciencia, “otra formación social que involucre valores como equidad y solidaridad. Tenemos que pensar en una ciencia que asuma esos valores. A eso es lo que llamamos ‘ciencia digna’”, explicó Massarini. Para ello es necesario, en primer lugar, que se independice de los intereses del mercado. Pero, además, “es muy importante discutir sobre el funcionamiento de la ciencia en las universidades y en las instituciones de investigación pública,  porque muchas veces es allí donde más penetra la idea del desarrollo y de asociarse con las empresas, supuestamente, para hacer una ciencia aplicada”, sostuvo. 

Se desliza, así, otra serie preguntas: ¿ciencia aplicada a qué?, ¿a qué intereses?, ¿a qué modelo de desarrollo para el país? “Necesitamos detenernos a pensar qué tipo de sociedad queremos construir y en función de eso definir los valores científicos”, afirmó Massarini. Solo entonces pueden esbozarse los temas prioritarios para la ciencia y los modos en que se llevarán a cabo las investigaciones, apuntó la especialista. “Necesitamos un modo de investigar que sea capaz de dialogar con las comunidades, con los saberes populares y tradicionales, que tenga una inspiración focalizada, centrada en contribuir a resolver problemas sociales relevantes. Eso es una ciencia digna. Una ciencia que además reconozca que hay controversias, que hay incertidumbres, que hay limitaciones, que hay riesgos. Todo eso que no está dicho por el discurso científico hegemónico”, amplió.

Otra ciencia, otro mundo

El conjunto de interrogantes planteados hasta aquí no es nuevo, y tiene antecedentes en América Latina. En los años setenta, en un contexto en el que se replantearon varios de los cimientos de la sociedad capitalista, hubo una conjunto de investigadores que se nuclearon en torno a la denominada corriente de Pensamiento Latinoamericano de Ciencia, Tecnologí­a y Sociedad, que buscaban romper con la sacralización científica y pensar en desarrollar una ciencia y una técnica centrada en los problemas de la región. La revista Ciencia Nueva   era entonces la plataforma de divulgación de estas ideas revolucionarias respecto a la ciencia. Entre las figuras más conocidas del grupo estaban Rolando Garcí­a, Manuel Sadosky, Jorge Sábato, Amilcar Herrera y Oscar Varsavsky. Este último, tal vez el más trascendió por sus textos, sintetizó en el prefacio del libro Ciencia, política y cientificismo (1969) la utopía que los convocaba: “hacer un llamamiento a todos los científicos politizados para que se liberen del culto a una ciencia adaptada a las necesidades de este sistema social y dediquen su talento a preparar científicamente su reemplazo por un sistema nuevo, con una ciencia nueva”

“Tenían muy claro el asunto de la no neutralidad y la necesidad de poner por delante un proyecto de sociedad que se deseaba construir, antes de cualquier discusión sobre ciencia y tecnología”, opinó Massarini sobre sus antecesores. Como ocurrió con todos los colectivos y agrupaciones que lucharon por un mundo más justo durante esos años, la dictadura arrasó con este proyecto de ciencia alternativa. Sin embargo, Massarini cree que su impronta está reapareciendo: “en los últimos años se está recuperando esta pregunta de ¿ciencia para qué?, ¿ciencia para quién?, y estas preguntas están encarnadas en muchos jóvenes que no están satisfechos con lo que les ofrecen los estándares hegemónicos, con su carrera científica, y que desean repensar cuál es su lugar en la sociedad”.

Desde su perspectiva, si bien es fundamental que el Estado cambie el modo de ejercer la ciencia en las instituciones públicas, son los propios investigadores e investigadoras las encargadas de traccionar el la transformación. “Creo que el cambio va a venir de abajo para arriba”, afirmó la especialista.

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