jueves 18 abril, 2024

FRANCISCO BILBAO BARQUÍN: LA ESTRELLA DEL SUR

Escritor, filósofo, pensador y político chileno, de ascendencia vasca y madre argentina, Francisco Bilbao Barquín nació un 9 de febrero de 1823 en la capital trasandina y dejó el mundo como lo conocemos un día como hoy pero hace 157 años, es decir el 19 de febrero de 1865 a sus tempranos 42 años. Fue Bilbao quien en 1856 utilizó el término Latinoamérica para referirse a nuestra región, pero no lo hizo de manera descriptiva o inocente, sino con una clara voluntad política.

 

Por Juan Pablo Sorrentino

La historia de nuestros pueblos no se compone exclusivamente de conmemoraciones de grandes hechos aislados, batallas, nacimientos y fallecimientos de personalidades destacadas. Pero hay excepciones. Más que excepciones, oportunidades, y esta es una de ellas. Haremos una excepción y centraremos esta nota en un fallecimiento, sí. Será para conocer a un personaje infaltable en nuestro “equipo ideal” de pensadores latinoamericanos, pero desconocido y olvidado: Francisco Bilbao Barquín.

 

Cuando normalmente hablamos de hacer excepciones con tal o cual cosa, nos referimos a tener una deferencia, a quitar del curso normal una situación, pero pasamos por alto que una excepción es algo fuera de lo normal, algo fuera de serie. En su origen, la palabra excepción habla de algo que es sacado de la regla general. A Francisco Bilbao le calza perfecto el ser tratado como una excepción, porque realmente fue un adelantado y no por mero azar, sino por méritos propios.

 

Vale la pena también notar que hablamos de excepcionalidad porque se trata de un personaje que no está entre los panteones clásicos y actuales de los llamados patriotas o héroes latinoamericanos. Quizás por su prematura muerte o por no tratarse de un héroe militar, Bilbao no llena las páginas de los libros escolares, los posteos en redes sociales de páginas dedicadas a la materia o las chapas donde las calles indican sus nombres para algún desorientado. Es probable que en nuestro vecino trasandino sí le hagan mayor justicia a su legado, pero no tengo dudas (pocas pruebas, sí) que lejos está su reconocimiento en el espacio público, de aquel rendido a Bernardo de O’Higgins.

 

Entonces, ¿por qué dedicarle estas líneas?

Una primera respuesta, apurada, podría ser que intentamos divulgar personajes como Bilbao, no tan recordados, pero de un valor primarii lapidis para nuestra historia contemporánea latinoamericana.

 

Pero, sobre todo, la respuesta está en que Bilbao fue fundamental en nuestra construcción identitaria, presente en nuestro día a día, me arriesgo a decir. Intento explicarlo con una prueba de fácil puesta en práctica: Si le preguntás a cualquier hombre o mujer latinoamericano: ¿por qué el conjunto de países de América del Sur, América Central y México es llamado Latinoamérica?, posiblemente, muchos de ellos y ellas respondan que esto ocurre por tener algún idioma de raíz latina o hagan alguna referencia al Latín. Bien. Pero si la pregunta fuera: ¿quién fue aquella persona que por primera vez se refirió a los países al sur del Río Bravo y al Norte del Estrecho de Magallanes como Latinoamérica? Seguramente sean muy pocas quienes den en la tecla. Y la tecla correcta es Francisco Bilbao Barquín.

 

Fue Bilbao quien en 1856 utilizó el término Latinoamérica para referirse a nuestra región, pero no lo hizo de manera descriptiva o inocente, sino con una clara voluntad política de plantar bandera frente al opresor y, encima, de visitante.

 

El término Latinoamérica había comenzado a utilizarse de forma estratégica por Francia en el siglo XIX, con el objetivo de justificar sus intenciones imperiales para con los países de habla latina del mundo. Pero es Bilbao quien, en 1856, en una conferencia en París, defendió la soberanía de nuestra región, notando que no éramos un conjunto de países aislados, sino pueblos integrados culturalmente para su autodefensa, por eso la elección de tal nombre.

 

Latinoamérica se convirtió así en un arma con la que combatir y denunciar el imperialismo, sea quien fuera que lo esgrimiera: primero Francia, que además de buscar unificar sus dominios, años después, en 1861, invadirá México junto al Reino Unido y España, encontrándose con la inquebrantable lucha del pueblo mexicano liderado por Benito Juárez, quien había decidido suspender los pagos de deuda externa (qué cercano nos suena, ¿no?); España, que no se resignaba a perder sus dominios americanos desde la pluma ni desde el fusil, ya que seguían reconociéndonos como su Hispanoamérica y seguían controlando territorios como Puerto Rico y Cuba; y también Estados Unidos, que en palabras de Bilbao “cayó en la tentación de los colosos” para dejar de ser el representante de la libertad, cuya política exterior América para los americanos amenazaba la autonomía del resto del continente.

 

Simpatizante en un principio con el liberalismo, contemporáneo a otros pensadores latinoamericanos de gran talla como Sarmiento (con quien rivalizaba), luego devenido en furioso antiimperialista, Bilbao es una de esas pocas personalidades que hacen de la coherencia entre teoría y praxis un estandarte. Perseguido, exiliado, desafiado y enaltecido, Bilbao luchó contra el más rancio conservadurismo de mitad de siglo en Chile y dejó en su amplia obra, un legado que sigue vigente y que lo seguirá estando, conforme Latinoamérica no se encuentre integrada.

 

Revisando sus textos (invito a leer El Evangelio Americano ), también encontraremos referencias a lo dicho en la nota que dio inicio a este espacio, aquello de que “la evidencia histórica demuestra que los países y naciones que hoy conforman nuestra Latinoamérica han atravesado un camino que conoce más de homogeneidad, integración y procesos simultáneos, antes que de excepcionalidades y rupturas”. Para Bilbao, no era ni es posible una completa independencia sin quitarnos de encima las pesadas manos coloniales, para lo cual llamaba a un segundo proceso regional independentista, una independencia de la mentalidad, que no tenga a Europa como faro civilizador-revolucionario, y que, a pesar de ser técnicamente avanzada, era éticamente bárbara. Reflexiones como aquella que se pregunta “¿qué tiene de civilizado una orden de ejecución pasado por telégrafo?”, ya estaban presentes en el pensamiento de nuestro protagonista.

 

En esta crítica al imperialismo y civilización europea también puede encontrarse una especie de, si se me permite la ucronía, “proto” tercermundismo, ya que Bilbao proponía que aquello que nos une a los pueblos latinoamericanos es el yugo colonial-imperial y el sufrimiento. Entonces, también seríamos pares de los pueblos dominados en África y Asia.

 

Como oposición, sugería iniciar un camino hacia la consolidación de una civilización americana, que tenía mucho menos de bárbara que la europea, donde el individuo no esté alineado, con sociedades igualitarias, democráticas y libres, recuperando el legado humanitario de los pueblos originarios, como el Araucano, donde el “hombre” era completo.

 

Aquel heroísmo, ausente en su trayectoria militar, lo bañará días antes de su muerte, cuando en Buenos Aires, se arroje al Río de La Plata para salvar a una mujer que se ahogaba. Este episodio le valió contraer tuberculosis, la cual será causa de su fallecimiento un día como hoy, pero hace 157 años.

 

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