"ES UN MOMENTO HISTÓRICO BISAGRA"

En conversación con Fixiones, el bisnieto restituido Gonzalo Tarelli Montenegro, hijo de Victoria Montenegro, recordó el proceso de reconstrucción identitaria de su familia cuando se enteró que sus abuelos eran militantes desaparecidos y reflexionó sobre los desafíos de las nuevas generaciones para mantener viva la memoria. 

 

Por Malena Costamagna Demare

 

Lo primero que hace Gonzalo Tarelli Montenegro, primer bisnieto restituido por las Abuelas, es disculparse por la presencia de su hijo. Noah alterna demandas dulces con preguntas inesperadas mientras su padre conversa con Fixiones. Tiene cuatro años y es el primer 24 de marzo que acompañará a su papá a marchar hasta la Plaza de Mayo por la Memoria, la Verdad y la Justicia. En una charla donde se mezclan los recuerdos, los secretos y los apellidos, Gonzalo, a sus 30 años, reconstruye parte de su historia desde aquel día en que su madre, hoy Victoria Montenegro antes María Sol Tetzlaff, descubrió que era hija de desaparecidos. 

 

El trece de febrero de 1976, doce días después de nacer, Victoria fue secuestrada por grupos paramilitares junto a sus padres, “Chicha” Hilda Ramona Torres y “Toti” Roque Orlando Montenegro, militantes salteños del PRT-ERP. Unos meses después, Victoria es apropiada ilegalmente por el coronel del ejército argentino Herman Antonio Tetzlaff y su esposa, María del Carmen Eduartes. Los verdaderos abuelos de Gonzalo fueron víctimas de los vuelos de la muerte. Gracias al incansable trabajo del Banco Nacional de Datos Genéticos (BNDG) el cuerpo de Toti fue indentifiado en el 2012, en costas uruguayas. A Chicha nunca la encontraron. “Si hay un antes y un después es cuando aparece Toti”, dice Gonzalo. Otro de los momentos bisagras para él fue ser papá y dimensionar por primera vez un atisbo del dolor que vivieron sus abuelos mientras daban a luz a Victoria secuestrados en Campo de Mayo. 

 

La vida de Gonzalo se tuerce entre contradicciones. De desfilar con sus hermanos por los pasillos de su casa, vestido con boina militar, a descubrir que tenía una familia en Salta, con otros primos y otros abuelos. De admirar a Herman, apropiador de Victoria, a enfrentarse con los restos del silencio. El relato de la identidad, explica Gonzalo, todavía lo sigue construyendo y en una jornada de lucha como la de hoy, la construcción de memoria es un proceso colectivo. Las nuevas generaciones, de las que va a formar parte Noah, “tienen la posta y la responsabilidad de sembrar la memoria para que esos hechos no vuelvan a suceder nunca más”.

 

–El proceso de restitución de la identidad en tu caso fue colectivo, lo viviste junto a tu familia. ¿Qué recuerdos tenés de ese momento?

 

Fue un proceso colectivo, si bien cada uno tenía sus formas y sus tiempos. Nosotros tenemos edades muy diferentes, entonces lo vivimos de formas distintas. Yo era muy chico, tenía siete u ocho años cuando mi mamá nos contó. Se enteró un poco a través de la televisión, en una nota que estaban pasando. Fue un proceso muy complejo. Nosotros teníamos una historia, una familia y de repente todo eso se dio vuelta: quienes eran tus abuelos y tus tíos, no eran tus abuelos y tus tíos. Había otra familia que en nuestro caso estaba en Salta, en la otra punta de la Argentina. Fue difícil por la edad que yo tenía, siete u ocho años. Después fui creciendo y entendiendo muchas cosas. En la adolescencia uno se hace otras preguntas. 

 

–¿Ser padre te cambió la perspectiva?

 

Me pasó que cuando fui papá empecé a ver las cosas de otra forma. Había armado un relato para entender mi historia y cuando pensaba que tenía la situación cerrada y estudiada, fui papá y me cambió todo. Me acuerdo cuando nació mi hijo. Todavía no habíamos salido de la clínica cuando lo miré y me sentí en el lugar en el que pudieron estar mis abuelos. Mi mamá era muy chica cuando los secuestraron, tenía días de haber nacido. Recuerdo que veía a mi hijo en la clínica, pensaba en la fragilidad que tiene un bebé; que cada cinco minutos lo tocas para que se mueva, que lo acomodas para que no se golpee. Pensaba en mis abuelos y en la desesperación de la noche del operativo. En el secuestro. Pensar en qué había pasado con su hija. Por primera vez pude entenderlo desde ese lugar. Me dio una gran tristeza. Pensar que en los dos o tres meses que estuvieron secuestrados en Campo de Mayo tuvieron que vivir eso, el nacimiento de Victoria en esas condiciones. El proceso está en constante cambio. Cuando uno piensa que logró llegar a la conclusión final, sucede algo que te hace ver las cosas de otra forma: te enterás de algo y se desmorona lo que pensabas que tenías saldado. Pero por más que sea complejo y lleve tiempo, no hay dudas de que es lo mejor. Primero saber la verdad y después encarar ese proceso necesario para poder construir tu propia identidad. 

 

 

–¿Cómo fue ese proceso para vos?

 

A mi me costó bastante. Cuando era chiquito vivíamos en Lugano, en un complejo de edificios, nosotros en el B y el apropiador de mi mamá en el A. Vivíamos pegados, prácticamente juntos. Para mi quien era mi abuelo en ese entonces, el apropiador de mi mamá, era una especie de superhéroe. Mi objetivo en ese momento era terminar la secundaria para poder ingresar en el Ejército. Crecí con esa idea y con ese proyecto de vida, y de repente me enteré de la verdad. De que Herman no era Superman, sino todo lo contrario. Conocer a la familia nueva, conocer que tenía abuelos que eran militantes políticos cuando para mí la militancia política, sobre todo las organizaciones armadas, eran todo lo que estaba mal. Me había criado con ese relato, con esa manera de ver las cosas. Lo primero fue conocer a nuestra familia biológica. Empezar por el principio, humanizando a mis abuelos, conociendo un poco más de su vida, de su militancia. Eso fue decantando también en la necesidad de no solo asumirlos como mis abuelos, sino de entender por qué los habían desaparecido a ellos; porque eran militantes políticos que militaban un proyecto de Argentina. La forma de verlo se fue modificando: ya no era recordar solo a mis abuelos puntualmente, sino entenderlos en un contexto político. Eso me hizo volcarme a la militancia. Empecé a ver las cosas de una forma colectiva y seguir, de alguna forma porque no les llego ni a los tobillos, las mismas banderas y línea de militancia: trabajar por esa Argentina más justa, más inclusiva, con más soberanía. Esa es la razón por la que ellos desaparecen. Toti y Chicha no eran superpoderosos, todo lo contrario. Eran personas jóvenes que militaban un proyecto de país y la dictadura entendía que era necesario desaparecerlos para implementar otro distinto. La preocupación es que hoy nuevamente se vuelven a polarizar las cosas en dos proyectos para el país. Con otros mecanismos más sofisticados, con menos costos, menos complejos, pero siguen sucediendo las mismas cosas. La discusión de fondo es la misma. 

 

–¿Cómo era un 24 de marzo antes de enterarse de su verdadera identidad?

 

Era complicado, una fecha a la que le teníamos mucho rechazo. Mucho miedo. No me preguntes por qué, la fecha no nos había hecho nada, pero sí le teníamos miedo. Para nosotros era todo una mentira, para mí era todo una mentira. La primera marcha por los derechos humanos a la que fui, me acuerdo que con mi familia intentábamos esquivarle a las cámaras. Herman estaba internado en el Hospital Militar y veía todo el tiempo la televisión, por eso teníamos miedo de que nos encontrara en algún canal. Después fue seguir yendo y seguir participando como militante. Con el tiempo fue tomando otro sentido. 

 

–¿En qué pensás para esta fecha?

 

Estas fechas puntuales me llevan a pensar mucho. Desde hace algunos años hay una particularidad que se repite: ir a la plaza. Estar presentes, que sea una movilización contundente para demostrar fuerza. Pero también hay una preocupación, una necesidad de que la plaza esté llena viendo la avanzada de algunos discursos que atrasan mucho a la Argentina. Hoy en la televisión veía algunos personajes que de nuevo vuelven a intentar instalar discursos de odio que nos llevaron en algún momento a los peores momentos de nuestra historia. Fueron la antesala. No tengo dudas de que la plaza va a estar llena como todos los veinticuatros pero ya no alcanza con ir a conmemorar y recordar, sino que también se le suma la obligación de estar porque del otro lado nuevamente vienen teniendo representatividad legislativa los grupos reaccionarios y violentos que niegan los 30 mil, que tienen toda esa construcción que tanto daño hace y nos ha hecho. 

 

 

–¿Y en el plano más personal?

 

Con respecto a lo sentimental de la fecha, vivirla con mi hijo es totalmente distinto. Cuando uno es papá te cambia todo, la forma de enfrentar y de ver las cosas. Este es el primer año en que mi hijo me va a acompañar. Tengo pensado armar algunas remeras para los dos para marchar a la plaza. Todavía no sé qué les voy a poner, seguramente con los nombres de mis abuelos, Toti y Chicha. Quizás me animo un poco más y dibujo algo, sus caras, si tengo tiempo. También pensar alguna consigna. Hay que seguir laburando la memoria, ojalá que sea una marcha multitudinaria para dar una demostración de que la memoria está viva, que está fuerte y puede frenar un poco la avanzada de todo estos personajes de la derecha. 

 

–Cuando se presentaba para diputada con el entonces Frente de la Victoria, a Victoria le hacen un reportaje donde dijo: “Escucho cuando me dicen que la política siempre fue así o asá. Pero ahora no es siempre, ahora es hoy y este hoy es único”. ¿Qué tiene de único el escenario político de este 24 de marzo?

 

Es un momento histórico bisagra. Lo que pase en estos momentos va a armar o desarmar los próximos años de la Argentina. Hoy en la legislatura los libertarios armaron un proyecto de ley para que el 24 de marzo pase a llamarse en vez de “Día de la Memoria”, “Día de la Memoria Entera”. De nuevo queriendo instalar la teoría de los dos demonios, negando los 30 mil. Si eso no se logra frenar o hacer contrapeso con más construcción de memoria, corre el riesgo que dependiendo el rumbo de la Argentina de los próximos años, se vuelva una idea cada vez más fuerte, más concreta. Tal vez no pase, son muy pocos los legisladores que ellos tienen, pero antes eran dichos y ahora son hechos. Y esos hechos, atendiendo la coyuntura, si llegan a agarrar más fuerza pueden ser una realidad. Es bisagra en ese sentido. Se nos puede venir la profundización de que la política de Memoria, Verdad y Justicia sea una política de Estado o como ha pasado en los cuatro años donde gobernó el macrismo, que fue a contramano. Macri hace dos días volvió a hablar del “curro de los derechos humanos” y de que hay organizaciones y personas que siguen viviendo de una tragedia que sucedió hace cuarenta años. Hoy, cuando todavía hay nietos que buscan a las Abuelas, hay argentinos que tienen una identidad falseada y que se levantan todos los días con ella. Es la complejidad que tiene este escenario. 

 

–En una entrevista Victoria dice que cuando despidió a su apropiadora, Mari, en el hospital, se miró en el espejo y en su reflejo vió a las dos: a María Sol y a Victoria. ¿A vos te pasa algo de eso con tu identidad?

 

Nunca me lo puse a pensar de esa forma. Cuando era chico, el día del Ejército Herman nos hacía desfilar; nos ponía su gorra, sus vestimentas militares, la marcha y la camelia, y desfilábamos por el pasillo del edificio. Sobre todo yo que era el más grande. Tenía un vínculo muy fuerte con él. Me acuerdo que pasábamos horas y horas hablando sobre los operativos y un montón de cuestiones que tenían una carga ideológica muy fuerte. Con eso me fui construyendo en mi infancia. No llegó a entrar en la adolescencia. Soy la misma persona pero con un cambio muy radical. Yo quería ser un militar y terminé totalmente distinto. En el momento me adapté, pero cuando lo miro para atrás, fue un cambio muy costoso. Muy complejo, sobre todo en la adolescencia. Donde se sumaron cuestiones personales, la diferencia con los padres y la necesidad de independizarse, hizo que me cueste más en ese momento. Sobre todo porque cuando tenía 17 años aparecieron los restos de mi abuelo, Toti, en Uruguay. Él fue víctima de los vuelos de la muerte. Nosotros habíamos crecido con el relato de Herman, de que a Toti lo habían asesinado en la noche del operativo. Y no fue así. Estuvieron unos tres meses secuestrados en Campo de Mayo hasta que por lo menos a mi abuelo, lo arrojaron vivo al Río de la Plata. En ese entonces yo estaba en plena adolescencia y fue duro. Me costó mucho. Estaba enojado, decepcionado. Es una estupidez lo que te voy a decir pero sentía que Herman me había mentido. Quizás otros piensen “bueno, te mentía desde que naciste, les mintió a todos”. Nos mintieron, no sólo fue él, también Mari. Pero en ese momento lo sentía así. Si tengo que ubicar un momento de cambio definitivo, aunque ya venía con muchas dudas, si hay un antes y un después es cuando aparece Toti. Cuando apareció mi abuelo cambió todo. Antes me había armado una idea, un relato propio que me permitía incorporar las dos historias. Decir: “tengo seis abuelos, seis abuelas, tengo una familia en Salta, otra acá, mi abuelo era militar y el otro militante”. El relato me sirvió para arrancar el auto, digamos y después cambió totalmente. El último cambio fue hace poquito, cuando nació mi hijo. Cuando pude entender la dimensión de lo que es una apropiación. Un padre se da cuenta de que no hay nada más preciado que su hijo y que se lo roben, le cambien la identidad y lo críen dentro de otra familia… Pensaba mucho en mis abuelos y también en lo maravilloso de las Abuelas de Plaza de Mayo, que cuarenta años después siguen encontrando los nietos que les faltan. Lamentablemente muchos se están yendo sin poder encontrarlos, pero la verdad es que todo está en constante construcción. 

 

 

–¿Alguna vez pensaste cómo le vas a contar a tu hijo la historia de tu familia?

 

No. La verdad que lo vamos haciendo de a poco, él va viendo fotos de mis abuelos, de Tito y Chicha. Hoy en día las nuevas generaciones tienen muchas más herramientas de las que tuve yo cuando era chico y eso no es cuestión de azar ni de buena suerte, es porque hubo una Argentina donde durante muchos años los derechos humanos fueron política de Estado. Cuando yo iba a la escuela no se hablaba del 24 de marzo, era optativo. Era muy complicado y me daba mucha vergüenza hablarlo con mis amigos. Me ponía mal, me sentía muy solo en el ámbito escolar. Hace algunos años apareció una nieta y cuenta que cuando le fue a contar a su hija que sus papás habían sido desaparecidos, la hija la corta en seco y le dice: “Mira mamá, yo todo lo que me estás contando ya lo sé porque lo vi en Paka Paka”. Cuando hay política de Estado es mucho más fácil para las nuevas generaciones. Para mí fue mucho más difícil y hoy es distinto. Creo que cuando tenga que hablar con mi hijo, me pongo a ver Paka Paka. Que refresque la memoria y nos sentaremos a hablar con la base que él tenga. Hay que seguir trabajando la memoria desde muy chicos. Esta no fue la única dictadura que hubo en la Argentina. Estela siempre lo dijo: “si yo hubiera salido en el 55 o en las dictaduras anteriores mi hija hoy estaría conmigo”. Entender que la historia no se salva en seco, vuelve a suceder. Por eso es importante trabajar desde las infancias. 

 

–¿Cómo crees que debería ser el legado que llevemos las nuevas generaciones, juventudes que no vivimos la dictadura pero reivindicamos la memoria?

 

Es una pregunta que también me hago. Victoria da muchas charlas sobre eso en escuelas y siempre dice que es compilado hablarle a un adolescente de la dictadura cuando ellos la ven en blanco y negro. Ven que fue hace cuarenta años y que les quedó muy atrás. También la frase de Estela: “lo que se olvida, se repite”. En el mundo y en Argentina en particular, hay movimientos fascistas que empiezan en discursos y pasan a los hechos. Así han empezado las peores épocas de nuestra humanidad y nuestra historia Argentina. Es muy importante que se siga sembrando memoria. Contarle la historia a los más jóvenes, que la entiendan y la sientan propia. Que sepan que los pibes, los bisnietos como yo, puede ser tu amigo, puede ser un compañero de la escuela que tiene la identidad falseada. Yo tenía el apellido del apropiador de mi mamá también. Hoy soy Gonzalo Tarelli Montenegro y antes era Tetzlaff. Va de generación en generación. Si bien es algo que pasó hace cuarenta años, sigue pasando todos los días donde centenares de nietos buscan a sus abuelas. Los jóvenes tienen la posta y la responsabilidad de sembrar la memoria para que esos hechos no vuelvan a suceder nunca más, pero también para contribuir activamente en la búsqueda de los nietos que todavía nos faltan. Puede ser una amiga tuya, una compañera de facultad que tiene dudas, que quizás ni se lo llega a replantear. Pero hablando de la historia, interpelando, acompañando o como sea, puede llegar a destrabar la situación y lograr ese abrazo tan esperado. 

 

–Entender que cuarenta años no es una eternidad, es nuestra historia reciente…

 

Cuarenta años no es nada. Ya mencionamos lo que dijo Macri, el discurso de que hay gente que sigue viviendo de lo que pasó hace cuarenta años. Como si fuera el Cruce de los Andes. Cuarenta años en la historia no es nada. No te garantiza nada. Estamos entrando en la etapa de mayor democracia en la historia de la Argentina y eso hay que sostenerlo todos los días. Ya tengo un hijo y pienso de otra manera, no solo en lo inmediato y en mí, sino que tengo la responsabilidad de seguir trabajando para que nunca más pase.

 

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