viernes 19 abril, 2024

EL SECRETO DE LOS VILLANOS

Beth Harmon, personaje y protagonista de la serie estadounidense “Gambito de dama”, protagonizada por la argentina Anya Taylor-Joy y disponible en Netflix, permite realizar una lectura sobre la travesía de una joven posicionada, a lo largo de los capítulos, en jaque frente a su goce. Ante esto, la serie habilita las siguientes preguntas: ¿qué lugar queda para el deseo?; ¿es lo colectivo la salida triunfante frente a una jugada que parece perdida por la captura de lo autoerótico e individualista?

Por: Pilar Molina Ilustración: Cintia Salazar

 

Gambito de dama hace feminista un escenario ya lejano en el tiempo, transcurrido en los años cincuenta y sesenta, para convertirse en una apuesta política de la sociedad actual, al proponer una trama cuyo discurso se distancia de los imperativos de la época, delineados por un conjunto de significantes: individualismo, meritocracia, aquí y ahora, conócete a ti mismo, entre la infinitud de frases New Age que abundan en el imperio neoliberal. Como dice Jorge Aleman en su libro “Soledad: Común” en relación a estos discursos, se trata de “figuras patéticas de la soledad que han ascendido al cénit social al ser colonizadas por distintos dispositivos del individualismo capitalista”.

Estas formas de individualización quedan cristalizadas en frases como “conócete a tí mismo”, pero distan de una práctica transformadora de sí, con miramientos políticos, donde el sujeto, la verdad y el Otro quedarían articulados, al modo en que lo describe Foucault en las conferencias tituladas “La hermenéutica del sujeto”.  Por su parte –y ante todo–, Gambito invita a pensar que la partida, la mejor partida, la que involucra al sujeto y lo confronta a su deseo, no se gana a solas.

Con el transcurrir de los capítulos, la serie permite ver que la protagonista, Beth Harmon, niña genio y mujer fascinante, no logra triunfar fácilmente ante aquello que representa su talón de Aquiles: las drogas y el alcohol. Desde una lectura psicoanalítica se habilita pensarlo y nombrarlo como goce,  satisfacción paradojal que se presenta como su peor enemigo en momentos claves de su carrera de ajedrecista y en su vida más allá del ajedrez. De este modo es posible pensar en la posición éxtima de un goce que hace que el enemigo y la otredad sean parte constitutiva del propio sujeto, aquello imposible de dominar y reconocer que habita en lo más íntimo de sí.

La persistencia del goce posiciona a Beth en un lugar de soledad angustiante, autoerótica y mortífera. La salida se presentará en lo colectivo. Es su amigo y compañero de jugadas Benny Wats quien le confiesa a Beth la clave de los rusos, mejores jugadores de ajedrez, a los que la protagonista teme y admira en proporciones similares. Benny le confiesa que el modo en que los soviéticos –villanos favoritos de la industria cultural estadounidense– logran diagramar esas jugadas inalcanzables para la protagonista, es a través del pensamiento colectivo. Piensan las jugadas individuales sostenidas en un colectivo de cabezas pensantes.

Así como la serie muestra decenas de aperturas y jugadas de ajedrez, la vida de Beth Harmon puede pensarse como una más de ellas. La partida de Harmon comienza tras el suicidio de su madre. Con esas piezas en el tablero, en principio, tiene al menos dos aperturas posibles: ajedrecista, o bien, niña víctima, huérfana.

Si las piezas son las mismas para todos los jugadores: ¿por qué la infinidad de posibilidades de juego? Es posible pensar que son las coordenadas subjetivas y los significantes que marcan las vidas de quienes se atreven a jugar aquello que definirá finalmente la partida de cada quién y lo que aportará la cuota fascinante de formar combinaciones casi infinitas a lo largo del juego, a lo largo de la vida.

Desde el primer capítulo, la serie marca que el encuentro con la vía deseante no se le presenta a Harmon como hallazgo individual, “iluminado” o “meritocrático”. Es en un primer momento Mr. Shaibel, el encargado del orfanato donde ella crece, quien aloja la singularidad de Beth y le habilita el descubrimiento del juego de ajedrez. Luego, es la madre adoptiva la que, nuevamente apostando por ella, la incita a viajar por el mundo jugando, ofreciéndose como su representante. 

La serie resuelve la encrucijada de la vida de Beth, entre sus goces y su deseo, con un enroque sorpresivo, produciendo un desplazamiento que va del ensimismamiento autoerótico del goce al vínculo afectivo con otros. Es la red que va formando colectivamente de amigos y colegas de juego lo que le permite a la protagonista salir de esta satisfacción mortífera y retomar la vía de aquello que aparece en relación a su deseo, su habilidad, y lo que la posiciona en el centro de la jugada, en la pieza femenina única y más valiosa en el juego del ajedrez: en el lugar de la reina.

Beth no logra ser la campeona de ajedrez, la reina de la partida, hasta que piensa su jugada  colectivamente. Es ésta la invención para hacerle jaque al goce.

 

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