martes 23 abril, 2024

EL HABLA DEL CAPITAL

“Se necesita hablar del terror del capital: intereses de deudas transforman el tiempo en dinero y alambran el porvenir con plazos, vencimientos, pagos. Sin tiempo ni porvenir, sensibilidades estallan en violencias, permanecen inmovilizadas en el miedo, practican indolencias”, dijo a Fixiones.

Por: Emiliano Montelongo y Pilar Molina  |  Imágenes: gentileza Daniel Santoro

Publicada originalmente en 2018

A Marcelo Percia lo envuelve, sobre todo, el silencio. Sentado en el sillón de su consultorio ensaya una escucha rigurosa. Prefiere no ser retratado para la entrevista; no considera que los argumentos, las ideas, los pensamientos, deban quedar amarrados a las personas. “Lo interesante sería encontrar la manera de ilustrar argumentaciones”, apunta. Psicoanalista, ensayista y docente regular de la Universidad de Buenos Aires (UBA), Percia llena cada miércoles por la noche sus teóricos de oídos interesados e inquietos por escuchar su poesía, su prosa. En la sede de Hipólito Irigoyen de la facultad de Psicología dicta la materia Teoría y Técnica de Grupos desde hace más de treinta años. En un intercambio con Fixiones, desplegó algunas reflexiones ante interrogantes que atraviesan la actualidad de la Argentina; el terror del capital; los discursos de autoayuda y la culpa; el “goce del negro”; las estancias en común. Elaboró las respuestas con su particular modo de escritura fragmentada y para nada inocente, tal como lo plantea en su libro Sujeto fabulado I notas (publicado por la editorial La Cebra en 2014): “Lo fragmentario no es pereza que se niega a trabajar en la articulación de lo disperso, sino fascinación y encantamiento por lo que se esparce. Lo fragmentario ofrece también una manera del pensar en común, que practica la momentánea proximidad de lo lejano, la reunión de lo que no se une, de lo que vive desunido”.

-¿Cuáles son las implicancias de las políticas neoliberales sobre los cuerpos?

Antes que de neoliberalismo prefería hablar de un capitalismo anti-estatal, más financiero que productivo, tardío y declinante, que se encuentra ante la disyuntiva de tener que destruirse a sí mismo o destruir la vida.

Este capitalismo confunde la demasiada vida con excesos que suministra y distribuye para gobernar.

El habla del capital patentiza desmesuras que luego se ofrece para administrar.

Así, normalidades gozan de excesos planificados: una o dos veces por semanas, en una pequeña época del año, en fugaces aventuras, en excepciones diseñadas.

Un intento de administración de demasías se realiza a través de la medicalización. La medicalización procura transformar asuntos del vivir en patologías que solicitan medicinas.

El poder de la medicalización debilita potencias de soledades aturdidas. Las confina a custodiar pastilleros que publicitan felicidad, voluntad, ánimo, indiferencia, olvido, descanso.

Demasías no enferman: padecen clasificaciones del habla del capital.

Normalidades no saben qué hacer con sensibilidades que no niegan, no dosifican, no disfrazan, no dejan de sentir.

Demasías resisten normalizaciones sin saber que resisten. No encajan en patrones, no ceden ante anestesias disponibles. Alojan intensidades indomesticables.

Demasías no claudican subyugadas ante promesas, esperanzas, seguridades publicitadas por el habla del capital.

Pero, ¿demasías sufren? Sí, cierto, demasías sufren, alojan sufrimientos y crueldades del mundo igual que alojan bellezas que también hieren.

-Sobre la construcción de un “nuevo” Otro  terrorista en Argentina y siguiendo tu crítica a la idea de identidad ¿Cuáles creés que son los peligros que entraña la constitución de esta nueva identidad terrorista en Argentina?

Antes que otra cosa, se necesita hablar del terror del capital: intereses de deudas (que aumentan cada segundo que pasa), transforman el tiempo en dinero y alambran el porvenir con plazos, vencimientos, pagos.

Sin tiempo ni porvenir, sensibilidades estallan en violencias, permanecen inmovilizadas en el miedo, practican indolencias.

Formas de terror se inician con el cerco de identidad que circunda la ficción de la primera persona del plural: nosotros.

El nominativo masculino o femenino de la unidad cooperativa, de la pertenencia referencial, de la celebración de alianzas; al cabo, fabrica espectros que amenazan su seguridad.

Al cabo, la expresión nosotros equivale a un juramento de fidelidad y a una declaración de guerra.

Cada vez que un colectivo, jactancioso de sí, se amuralla en el pronombre de la primera persona del singular, una matanza se vuelve verosímil.

El pronombre latino nos (yo y los que se asocian conmigo) resulta construcción fértil para grandezas morales que designan como contrincante algo que construyen como mal absoluto.

Algún día eso, que todavía se cultiva como identidad, causará pavura.

Si nos distanciamos de la complacencias de grupo que pronuncian con orgullo el nosotros, se podrían ensayar enunciados que nombren momentos solidarios o amorosos que se dan haciéndose.

Convendría tomar precauciones respecto de un nosotros terrorista antes de naturaliza el vosotros terrorista.

Las ideas podrían inspirarse en cosas que sugieren obras de Alexander Calder: sensibilidades sueltas haciendo flotar solidaridades y luchas en común, entreveros de volutas de deseos que no se solidifican como pulsión ni objeto, disparidades que esbozan movimientos (que trazan cercanías y distancias) que no se guían según un pensamiento o una única intensión. 

-¿Por qué pensas que algunos sectores de la Argentina odian el “Goce del negro” que Promueve el peronismo? ¿Qué es lo que se odia?

¡Qué difícil pensar en término de goces!

Si goces se diferencian de placeres que cautivan pieles acariciadas y se diferencia de la satisfacción de necesidades como comer, beber, defecar, copular; entonces, se goza sin necesidad.

Se gozan ficciones.

El goce del negro ¿reside en participar del poder de machismos blancos enriquecidos?

Daniel Santoro ensaya, en su obra plástica, el descaro popular del goce del negro.

El habla del capital diagrama y selecciona goces apropiados para cada cual. Algunos pensamientos encuentran en el peronismo la intención de democratizar diferentes formas de goce.

Tal vez el peronismo actuó, en sus disrupciones populares, como fuerza política que trató (como sugiere Alejandro Kaufman) de reducir los daños del goce del capital.

-¿Qué lugar ocupan los discursos de las neurociencias y la autoayuda frente a la injusticia social?

No solo discursos de las neurociencias justifican injusticias.

La autoayuda despunta como empresa unipersonal que propone planes eficaces para ganar amigos, amores, dineros, prestigios.

Detrás de las fachadas del mérito, el habla del capital agita el fantasma de la culpa: si a las soledades les va mal, ello se deberá a que no han hecho lo suficiente.

Autoayudas destellan en tiempos en los que solo cuentan esfuerzos privados. Privados de lo común.

Vivimos épocas de mutaciones: la figura del trabajo deja su lugar a la de emprendimiento. No se trata de vidas que trabajan o que ofrecen su capacidad de trabajar en el mercado capitalista, sino de vidas que emprenden iniciativas inteligentes.

Si la idea de trabajo convoca cooperaciones y acuerdos en común, la de emprendimiento alienta oportunidades individuales y ventajas competitivas.

-La idea de “estancias en común” que presentas en tu libro, ¿podría pensarse como un potencial de resistencia o emancipación frente a la época que puja hacia la disolución,  y fragmentación de vínculos sociales, amorosos?

Estancias en común trata de soltar amarras de la idea de comunidad. También de los automatismos que repiten términos como vínculos, lazos, ligaduras, identidades colectivas.

Estancias en común se presenta como idea anti institucional.

Piensa en sensibilidades hablantes que acontecen como soledades que actúan cercanías y distancias, a la vez.

Soledades desasidas de las formas de propiedad. Indiferentes a las compulsiones posesivas de un sí mismo o un cuerpo propio.

Soledades desinteresadas de gramáticas que reproducen y repiten relaciones de poder.

Modos de estar en común de soledades que resisten sujeciones.

Soledades que planean fugas para no quedar capturadas por algoritmos que descifran vidas o las completan con instrucciones automatizadas.

Estancias en común se interesan por eso que Calder, a propósito de sus obras móviles, concebía no como productos, sino como eventos, como modos de vivir que acontecen haciéndose, sin planes ni controles.

Para poderes que se enseñorean en el planeta la idea de estancias en común resuena como inocencia romántica y pastoril, o como ideal anárquico e irrealizable. A lo sumo como excentricidad estética.

Sin embargo, el enunciado estancias en común se presenta como detección de modos de estar no estandarizados (ni vínculos ni lazos, ni relaciones, ni enlaces, ni alianzas).

Cercanías y distancias no institucionalizadas.

Esas estancias, a veces, se presienten en la amistad; otras (menos) en el amor; en ocasiones, en momentos de lucha y protesta; pocas, muy pocas, en la aulas. Cada tanto, en espacios clínicos.

-En «Sujeto fabulado» hablás de figuras del lenguaje que colonizan vidas. ¿Podrían pensarse estas figuras como significantes que están representando al sujeto para otros significantes?  ¿Cuáles creés que son las figuras del lenguaje que imperan hoy?

Cada época arraiga, en vidas hablantes, figuras que disciplinan sensibilidades. Esas figuras “no están en representación del sujeto”.

Ocupan un lugar sujeto: accionan gramáticas de vida.

En la proposición El rendimiento asegura una buena vida; rendimiento ocupa un lugar sujeto, asegura el de verbo núcleo del predicado y buena vida el de objeto directo.

Se necesitan desarmar automatismos de sentido común que solo asocian la idea de sujeto con la de persona, yo, sí mismo, individuo, inconsciente propio.

Urge vislumbrar figuras que gobiernan vidas.

La cuestión, ahora, reside en interrogar qué figuras impone el habla del capital.

Incluso, cómo esos hábitos incrustados en los sentimientos diseñan imperativos especializados para cada región del planeta, cada dominio nacional, cada clase social, cada construcción de género, cada edad hablante.

Entre innumerables figuras a detectar, conviene atender a la de la posesión. La posesión a cualquier precio.

El habla del capital cautiva vidas contemporáneas con ilusiones de un sí mismo, de un deseo propio, de una libertad individual, de un derecho a la diferencia concebido como privilegio y exclusividad.

Una cosa que el habla del capital adora se reconoce en el sintagma mercado de capitales.

Cuesta concebir algo así para quienes la palabra mercado evoca algarabías de voluntades que concurren con sus cosechas, artesanías, alimentos elaborados, adivinaciones, trucos con cartas.

En la proposición El capital desea capital, sujeto y objeto se aúnan en un solo deseo.

 

 Lo interesante es que allí por primera vez se planteó la idea de un poder acéfalo, un poder sin titular. Michel Foucault acertó en la descripción de este tipo de poder que describe como pos autoritario y pos político, donde no hay alguien tomando decisiones, sino que estamos dentro de una máquina que funciona sola. Otra cosa que dijo fue que teníamos una maximización de derechos, que éramos sujetos cargados de derechos. Pero derecho no es lo mismo que justicia. Los romanos tenían un apotegma que decía summum ius, summa iniuria, es decir, el máximo derecho es la máxima injusticia. Cuando lo único que hay son reglas, no hay más justicia. La justicia supone la autoridad, una autoridad que decide. Acá todo se va rigiendo por reglas y modos «soft». La autoridad es disfuncional al capitalismo. Se muestra en que hoy ya no hacen falta militares para sostener determinado modelo económico y político.

¿Eso haría más difícil rebelarse, al no haber un Otro frente a quien hacerlo?

Por supuesto. Al comienzo de la película de Pino Solanas La hora de los hornos se ven los vietnamitas mirando los aviones en el cielo. En ciertos lugares del mundo es fácil ver dónde están los enemigos. En otros es más difícil. Si el enemigo es la mano invisible del mercado, ¿cómo luchar contra ello? Eso también tiene que ver con lo que desde el psicoanálisis podríamos llamar sociedad pos patriarcal. Hay también toda una discusión sobre la función del padre. Pero según el contexto, hoy se corre el riesgo de hablar de ésto y quedar ubicado en una posición de nostálgico y conservador.

– ¿No cree que existan cambios importantes entre la fase del capitalismo de los estados de bienes y el neoliberalismo?

Siempre hay cambio porque hablamos de que el capitalismo exige una renovación  incesante. Ésto tiene, además, un efecto en la forma en la que vivimos el tiempo. En una de las encíclicas que pronunció Francisco Bergoglio sobre el medio ambiente describió la problemática ecológica y afirmó que ella es también social. Mencionó un fenómeno que él llamó «rapidación». Hay una aceleración del tiempo, cada vez hay menos tiempo; existe una enorme precarización laboral y a la vez una exigencia de que todo tiempo sea productivo. Eso me remite también a lo que Jaques Lacan planteó en el Seminario 16, cuando sostuvo que no había más ocio en la sociedad capitalista: incluso el tiempo de las vacaciones tiene que rendir y está pensado dentro de un circuito de consumo. Se descansa durante 15 días, pero en esos días se tiene que consumir, se tiene que formar parte de la cadena, de ese circuito.

-¿Cree que predomina en la actualidad otro tipo de identificación entre los trabajadores, ya no tanto en relación a una clase subalterna, sino más bien una identificación con las empresas?

Recuerdo el caso de varios analizantes, en general ejecutivos de multinacionales. Es interesante observar cierta feminización del trabajador ligado a la empresa. Pero cuando se menciona la identidad del trabajador hay que recordar que capitalismo cuestiona la identidad, exigiendo la renovación, el cambio, la reconstrucción y conversión en otra cosa constante. Por otra parte, entre psicoanalistas la identidad es algo que está mal visto, es algo disfuncional a la hegemonía de un mercado global, que nos plantea a todos como consumidores. En cierto punto hay un aplanamiento de las diferencias culturales y este es un problema que ha llevado a todo tipo de reivindicación de una identidad cualquiera, del trabajador o una identidad nacional. Esto es visto como algo peligroso, vinculado al fanatismo, al nacionalismo, al fundamentalismo. La palabra identidad en cierto ambiente psicoanalítico es como una mala palabra. Si hablás de identidad te pueden tildar de fascista. El fascismo fue un intento de alternativa al capitalismo monstruoso, es un hijo teratológico del capitalismo o del neoliberalismo. En este momento podemos hablar del movimiento de chalecos amarillos en Francia, quienes están con el frente nacional de Marine Le Pen. Este es  un movimiento que no se sabe para dónde puede ir. Esperemos no sea hacia un camino fascistoide, pero podría pasar.

-¿Qué ocurre en la actualidad con la figura clásica del trabajador, del obrero, del proletario?

El filósofo norteamericano Richard Rorty en los años noventa hizo una crítica de la izquierda cultural.  Dijo que el neoliberalismo arrasa con los trabajadores tradicionales, sobre todo con los trabajadores rudos, los obreros de la construcción, los blue collars, que son los que utilizan el overol azul, esa gente que no tiene estudios universitarios, que siguen utilizando palabras como “negro” o “marica”, esa gente políticamente incorrecta, gente que el mercado y el capital financiero está haciendo pedazos porque los está dejando sin trabajo. Es gente a la que la izquierda cultural les ha soltado la mano. Hoy se plantean los derechos de las mujeres, del negro, pero los derechos del hombre blanco, heterosexual, viril, no. Dice Rorty que nos hemos olvidado de ellos y algún día se van a vengar votando a una figura autoritaria.

El capitalismo deshace estructuras rígidas y monolíticas, lleva a una fragmentación  constante hacia algo supuestamente plural, heterogéneo. Es cierto que hay una serie de cambios civiles positivos, el problema es que a la vez hay una homogeneización formidable a nivel global. Vos viajás, mirás la televisión y son todos los programas iguales: usan las mismas ropas, las diferencias se van anulando. Esa supuesta pluralidad es cosa para discutir. Yo veo más bien un proceso de uniformización no autoritario. No es la uniformización fascistoide. No es lo que en el nazismo  se llamaba la Gleischschaltung sino que hoy cada uno es libre de vestirse como quiera, de hacer lo que quiera, pero se observa un proceso dentro de un sistema donde es un gran problema proponer una alternativa.

– El empresario Andrew Grove en el  libro Solo los paranoides sobreviven habla de la competencia en el ámbito empresarial como un comportamiento paranoico necesario para imponerse en el mercado laboral con la lógica de la meritocracia. ¿Qué manifestaciones ve de esto en la práctica analítica?

Es lo que Freud llama narcisismo.  Es cierto que el sujeto de la modernidad es un sujeto cada vez más narcisista y ésto tiene que ver también con la declinación de la función paterna. Hay un sujeto que es cada vez más paranoide y cada vez más agresivo, lo cual no quiere decir que esa agresividad se traduzca en fenómenos de violencia como los que había antes. Desde ciertas variables podría decirse que nuestra sociedad es una sociedad menos violenta. Por ejemplo, el historiador francés Robert Muchembled hace un recorrido histórico de la violencia en Europa desde el siglo XVI hasta la actualidad y plantea un descenso de ésta. En un sentido es correcto: en el siglo XIX era normal que los hombres estuvieran armados y eso se terminó. A la vez surgieron otros fenómenos como el genocidio, fenómenos de gran condensación de violencia que fueron apareciendo, como la violencia contra la mujer. Y es una paradoja porque el patriarcado es algo que está en baja desde hace siglos. Sin embargo las cifras de la violencia crecen. Desde la primer marcha del Ni Una Menos hasta ahora hay más víctimas aún. Entonces hay algo que no está funcionando; hay una sociedad cada vez más agresiva. Esto señaló Freud: el sujeto interioriza cada vez más estas tendencias agresivas porque el comportamiento violento está mal visto. Hay que ser políticamente correcto, no perturbar al otro, cosa que no está mal, pero aparecen fenómenos paradójicos, porque lo cierto es que el racismo y la segregación no son cosas que estén decreciendo. Existen leyes que igualan al homosexual, a las personas trans, a los negros, a las minorías; existen leyes y derechos pero en la práctica, en la realidad, hay que ver en qué medida existe la tolerancia. Ésto tiene que ver con el narcisismo. El narcisismo no tolera lo Otro, éste es el gran problema.

-¿Hay un creciente narcisismo en este sentido?

Sí, totalmente. La idea capitalista de que estamos en el mundo para ser felices es nueva. El sujeto de épocas anteriores de algún modo sabía que había poderes contra los cuales no se podía hacer nada. Y no estoy hablando de la autoridad del rey, del señor feudal o del Papa; estoy hablando de la autoridad de lo real, de la muerte  y la sexualidad. Estas dos cosas que Freud decía que le hacen agachar la cabeza al yo. Dos cosas que existen: hay muerte y hay sexualidad. Esto se expresaba como el temor a Dios. Pero esto comienza a modificarse. Hay una promesa de que si vos producís, tenés ganada la felicidad. Una cosa es la búsqueda de la felicidad, otra que plantees a la felicidad como un derecho, como una demanda y otra que lo plantees como un imperativo: si no sos feliz en tu vida, sos un fracasado.

-¿Qué opina sobre idea de la “cultura del trabajo” y del trabajo como sacrificio?

La palabra trabajo en psicoanálisis tiene un sentido que es distinto al que se le puede dar en la política, en la sociología o en la economía. Ésto es una instancia de trabajo: juntarnos a pensar es una instancia de trabajo. Si ésto fuese una reunión de amigos donde se están pensando temáticas, sería una instancia de trabajo. El trabajo analítico es una instancia de trabajo. Yo vincularía principalmente el trabajo al deseo. Cuando los padres están angustiados porque ven que el hijo adolescente no hace cosas más que jugar videojuegos o hablar con amigos, en realidad si ese sujeto está interesado por algo, está trabajando. Trabajar es siempre ceder algo, tratar de ir generando y elaborando algo. El objeto de todo trabajo es el duelo y la separación de lo que uno ha sido. El trabajo es de elaboración. Lacan citaba a Tien Gilson, quien decía «la vida es una sucesión de activas y trabajosas separaciones». Podría pensarse que uno se va pariendo muchas veces, es el trabajo de uno mismo. El trabajo no necesariamente tiene que ver con una producción de dinero. Eso es importante, obviamente, pero yo centraría la cuestión en el deseo. Freud dijo «amar y trabajar» y opondría un poco cuando el trabajo y el amor queda del lado del consumo o del goce, porque por más trabajo que el sujeto hace en la oficina, depende del tipo de relación que tenga con ese trabajo. Ese trabajo puede convertirse en una actividad masturbatoria que puede tener un circuito muy complejo, puede parecerse mucho a una socialización, pero es todo lo contrario a ello; te desconecta del otro, de lo otro y de vos mismo, es un embotamiento.

Es bien conocido el lema que dice «al pueblo hay que darle pan y circo», y cuanto menos pan más circo. Hoy en día éso está elevado a la máxima potencia: con pan o sin pan, pero que hay circo no hay dudas, dispositivos estupefacientes de distracción por donde mires, es tremendo. Vuelvo a Marx, quien decía “la religión es el opio de los pueblos”. Hoy vos tenes un opio sin autoridad religiosa. En base a ésto, se puede pensar que es un progreso y en un sentido es cierto, pero también hay una masa uniformizada y adormecida en donde cada vez se hace más difícil despertar

-Mencionó que el trabajo debería estar vinculado al deseo. Pero, ¿cómo opera el capitalismo sobre el deseo?, ¿qué complejidades acarrea este concepto?

Hay una diferencia enorme entre el sujeto de la sociedad liberal y el sujeto tal cual lo plantea el psicoanálisis en relación al deseo. En la sociedad liberal, más allá del poder adquisitivo que tengas, lo que se plantea es que vos entrás al shopping y podés llevarte lo que quieras, que está todo lo que vos deseas. Ahí vemos el deseo planteado como tus ganas y en base a eso tenés mil opciones para elegir, mil sitios en la pantalla del televisor, doscientos canales para elegir. El psicoanálisis viene a plantear que no tenés doscientos canales para elegir, que no tenés tantas opciones, que tu deseo no es infinito, sino que está acotado a ciertas cosas y que por no hacerle caso a eso se paga un precio muy serio.

-Hay, por otro lado, una enorme contradicción entre la “cultura del trabajo” y la producción de renta del capital financiero, en donde el trabajo humano no existe.

El capital financiero es la verdadera encarnación, de eso se trata. Rorty decía que lo que la gente sentía era que los bancos se habían beneficiado y ellos estaban en el fondo de todo. Es lo que pasó acá con el corralito. Acá se salvaron las entidades financieras y se hundió a toda la clase media. Fue la primer vez que el Estado incautó los fondos de la clase media. Y eso no lo hizo ni Hugo Chávez ni Fidel Castro ni Marx. Lo hizo el ministro de Economía Domingo Cavallo, ligado a la ortodoxia neoliberal más furibunda.

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