sábado 20 abril, 2024

EL DÍA QUE HEBE ADOPTÓ AL SUBCOMANDANTE MARCOS

En el aniversario número 43 de Madres de Plaza de Mayo, la presidenta de la organización, Hebe de Bonafini, recordó el día en que visitó al Ejército Zapatista de Liberación Nacional y conoció, junto a Juanita Meller, al subcomandante Marcos en medio de la selva mexicana. Hoy, a un día de su fallecimiento, Fixiones la recuerda con esta entrevista de abril de 2020.

Por: Melisa Molina

 

A lo largo de los 43 años que cumplen las Madres de Plaza de Mayo, hay incontables luchas, viajes, historias. En diálogo con Fixiones, la presidenta de la organización, Hebe de Bonafini, recuperó una anécdota paradigmática, que tiene que ver con la identidad colectiva de una lucha que comenzó el 30 de abril de 1977 con un grupo de madres que marcharon alrededor de la pirámide de la Plaza de Mayo para exigir la aparición con vida de sus hijos e hijas, desaparecidos por la dictadura cívico-militar-eclesiástica. Se trata del día en que Hebe adoptó como hijo al líder del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, el subcomandante Marcos.

 

La cuarentena no les impide a las Madres hacer lo que aprendieron de sus hijos: militar para ayudar a los que menos tienen. “La gente ni sabe lo que hacemos las Madres. Por ejemplo, hay una fábrica que nos trae todos los recortes de tela que les sobra y nosotras los guardamos y una vez por semana hacemos una campaña, para la que vienen ocho o diez mujeres y cortamos, acomodamos, preparamos frazadas, mantas más grandes y más chicas. No desperdiciamos ni un cachito. Con los recortes que quedan, además, hacemos ropita para los nenes y todo eso lo llevamos a los barrios más humildes”, comentó Hebe, que todos los jueves transforma su casa en Plaza, para seguir marchando junto con sus compañeras de lucha.  “Cada Madre trabaja en lo suyo y todas tenemos un gran amor por lo que hacemos. Algunas vienen con unas agujas y no le dejan ni un agujerito a la tela. Todo está zurcido y cocido perfecto para darles cosas en condiciones, no les damos ropa vieja, usada o rota. Todo lo mejor. Y eso también tiene que ver con lo que nos enseñaron nuestros hijos: la igualdad de derechos”, agregó.

 

En uno de sus días más atareados, entre reuniones, llamados y organización de tareas, se permitió unos minutos para rememorar su viaje a Chiapas, México, en 2001. Una de las consignas más importantes para las Madres es la de socializar la maternidad. Para ellas el reclamo por sus hijos debe ser en plural y por eso nunca llevan en las marchas las fotos con sus caras, ni el nombre de cada uno de sus hijos o hijas en el bordado de sus pañuelos. “Nosotras ponemos a todos los hijos en el mismo plano y todos los días hacemos cosas que ellos nos enseñaron, que es la educación, tener una universidad, tener una bandera, tener consignas. ‘El otro soy yo’, eso es lo que creemos las madres y lo llevamos a cabo, hoy más que nunca porque esa es la forma de darle vida a los hijos todo el tiempo y de no reconocerlos muertos”, explicó la histórica luchadora.

 

En ese aspecto, las Madres tienen un punto de contacto con los zapatistas, que usan el paliacate para reafirmar que conforman un sujeto colectivo, que no hay individuos sueltos en su lucha. “Cuándo nosotras fuimos a ver a Marcos, fue toda una epopeya”, recordó Hebe. “Nos llevó, a Juanita Meller y a mí, Rosario Ibarra, que era una mujer que trabajaba con él. Llegamos a la selva y había unos zapatistas que te esperaban y te pedían el pasaporte. Cuando llegabas a La Candona, entrabas y no sabías cuándo te iba a recibir Marcos. Te daban un lugar, un baño que era un pozo con cal, y si te querías lavar un poquito ponías los pies en el río”, contó. Hebe se acordó que “con Juanita pusimos los pies en el río y nos picaron unos bichos en todas las piernas, que nos duraron años. Cada vez que volvía el calor nos empezaban a picar”.

 

Cuando llegaron al campamento se encontraron con muchas otras personas que iban a ver al subcomandante, con los que rápidamente entablaron una conversación amena. De todas formas, les habían dicho que Marcos “venía solo para vernos a las Madres”. “En eso sonaron unos caracoles, porque ellos hacen unos ruidos con caracoles para anunciar la llegada de Marcos. Apareció a caballo y en el momento en el que el caballo se iba acercando a donde estábamos nosotras, todos los compañeros que estaban ahí se pusieron el palicate, se taparon la cara y ya no supimos más quien era quien. Cuando llegó, se bajó del caballo, nos abrazamos. Fue una emoción muy fuerte”, relató.

 

Las Madres y los zapatistas hicieron un acto, “nos intercambiamos los pañuelos y los palicates”, y después los anfitriones invitaron a Hebe y a Juanita a pasar la noche en el campamento. “Marcos nos dijo: ‘yo no tengo una suite, pero tengo dos bolsas de dormir arriba de unas maderas’. Y así, nos quedamos en la selva”, contó Hebe. Cuando cayó la noche en la selva mexicana, Hebe no quería irse a dormir: “Yo dije ‘a mi dejame que me levante porque me muero de angustia acá adentro. Quiero estar afuera, ver todo, escuchar la selva, ver las estrellas, escuchar los silencios que sólo interrumpe algún que otro insecto o animal salvaje’. Así que, una vez que se durmió Juanita, me levanté y me senté en una perezosa que había afuera y me quedé disfrutando de la noche”, describió Hebe.

 

Pero su tranquilidad en el silencio estrellado de la selva se vio interrumpido a las tres de la mañana. Los zapatistas les informaron tenían que llevarlas fuera del campamento, porque habían pasado muchas veces camiones del ejército y tenían que estuvieran en peligro. Sin dormir, Hebe levantó a Juanita y partieron en el auto de la misma compañera que las había llevado, pero esta vez custodiadas por los camiones llenos de militantes zapatistas arriba.

 

Antes, había tenido una charla a solas con el subcomandante Marcos: “estuve con él a solas un rato largo hablando. Fue una charla muy fuerte, muy sentida. Y en un momento me dijo: ‘yo sé que vos tenés cuatro hijos, ¿no querés tener uno más?’. Yo tengo mis tres hijos y mi nuera, que siempre digo que es como mi hija. Parece que él sabía eso y me preguntó si lo podía sumar. Y yo le respondí: ‘claro, ¿por qué no?’”.

 

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