DARCY RIBEIRO Y LOS FUTUROS EN AMÉRICA LATINA

En diálogo con Fixiones, Andrés Kozel – sociólogo, Doctor en Estudios Latinoamericanos por la UNAM, investigador del Conicet radicado en el Lich de la UNSAM y director de la Revista Wirapuru– reflexiona sobre la figura de Darcy Ribeiro, América Latina, los pueblos originarios y la relación con la tecnología y los futuros posibles. Kozel publicó este año junto a Fabricio Pereira da Silva el libro Os futuros de Darcy Ribeiro, en Elefante Editora, donde antologan una serie de textos y analizan con minucia el pensamiento del pensador brasileño. 

Por Martín Mitidieri l Fotos: Martina Solari Arena

Este año Darcy Ribeiro hubiera cumplido cien años. Antropólogo, etnógrafo, pensador, escritor, político, ensayista, intelectual comprometido, latinoamericanista, Darcy fue ante todo un autor que pensó en y desde América Latina. Fixiones visitó a Andrés Kozel, quien acaba de publicar junto a Fabricio Pereira da Silva el libro Os futuros de Darcy Ribeiro –en Elefante Editora–, que contiene textos de Ribeiro donde el pensador brasileño “futuriza”. Kozel nos lleva a recorrer la intimidad de una trayectoria intelectual, haciendo pie en los centros de interés que persiguió, en la relación con el contexto, y en las formas que fue adquiriendo su escritura en función de su pensamiento y su actuar en el mundo. Instantáneas de espacio y tiempo, exploración por tomografía de la vida y obra de un latinoamericanista que se ocupó del pasado, del presente y del futuro.

 

–¿Por qué un libro sobre los futuros y por qué un libro sobre los futuros de Darcy Ribeiro? Es decir, en términos contextuales, ¿qué relevancia tiene escribir y pensar sobre el futuro hoy y qué relevancia tenía hacerlo en la época en que lo hizo Darcy Ribeiro?

–Esa pregunta se puede abordar desde diversos ángulos. Un ángulo es la historia de nuestro libro. Convergen allí dos líneas de investigación en las que venía trabajando. La primera, sobre el estatuto civilizacional de América Latina. La segunda, sobre los discursos acerca de la temporalidad y, en particular, del futuro en nuestra cultura. Me encuentro con Darcy y me propongo rastrear qué nociones sobre la civilización y la temporalidad fue manejando. El tema de la civilización es abordado en varios textos darcyanos, incluso desde los títulos; recorriendo la obra me voy dando cuenta que en varios lugares Darcy futuriza. No es común que un autor así futurice, menos que lo haga en distintos momentos y en varios registros. En un capítulo analiza estadísticas y proyecta tendencias, como si fuera un economista cepalino. En un ensayo bosqueja utopías para Venezuela a treinta años. En “La civilización emergente”, propone una futurición multidimensional. En un interludio de la novela Utopía salvaje, dibuja una especie de futurición delirante, una distopía catártica. Entonces me planteo la posibilidad de reunir esos materiales, de ofrecer la posibilidad de recorrerlos en secuencia, de proponer una interpretación de los deslizamientos. Le comento la idea a Fabricio Pereira da Silva, amigo carioca, le pido ayuda, se entusiasma, y así surge el libro.

 

–¿Y el otro aspecto?

A eso iba, tu pregunta puede encararse también desde otro ángulo. En la época de Darcy, futurizar estaba de moda (ahora también lo está). Fue un gran momento para la ciencia ficción (cuento, novela, cine) y también para la futurición como disciplina; hay una película muy divertida de Stanley Kubrick ―Dr. Insólito― que toca ambas cuestiones. Además de la catástrofe nuclear, los temas del momento eran el agotamiento de los recursos, el exceso de población, la carrera espacial. En América Latina y en Argentina había varios futurizadores: José Luis de Ímaz, Óscar Varsavsky, la Fundación Bariloche; en el Chile de Allende hubo experiencias de planificación muy pioneras; en el Perú de Velasco Alvarado también, ahí estuvieron Darcy y Varsavsky. Darcy futurizó en ámbitos institucionales, pero también de manera “suelta”, incluso lúdica.

 

–¿Qué relación con América Latina hay en los futuros de Darcy Ribeiro?

Piensa en primer lugar en Brasil. Golpe del 64. Exilio. Su pregunta inicial es: ¿por qué la clase dominante volvió a derrotarnos? Se propone escribir un libro para responder esa pregunta. Escribe un montón de páginas y las desecha. Piensa: “No puedo explicar esto si no explico primero qué lugar ocupan los países latinoamericanos en la evolución de la humanidad”. ¿Qué lugar ocupan Brasil y América Latina en la pentalogía darcyana, es decir, en los cinco libros que aparecen del 68 al 72, uno por año? Son espacios que se vinculan de manera pasiva con el proceso civilizatorio. Las revoluciones tecnológicas, lo verdaderamente importante, había pasado siempre en otros lugares. La moraleja era que, para superar la postración, Brasil y América Latina debían volverse sujetos activos de las revoluciones tecnológicas y, así, agentes del proceso civilizatorio. Volverse sujetos activos, agentes: dominar la tecnología Después del viraje, que tuvo lugar tanto por los cambios políticos ―sobre todo, el golpe de 1973 en Chile, derrota de derrotas― como por motivos de índole personal, cambian los acentos. Darcy no abandona por completo sus ideas, pero su relación con la temporalidad se modifica. En dos palabras, deja de creer en la “revolución necesaria” y pasa a cultivar la “pequeña utopía”. También despuntan nuevos usos de la noción de civilización, portadores de otros acentos. Pequeña utopía: ya no es un horizonte de revolución mundial, es como una “música de sobrevivencia”, a contracorriente de las grandes tendencias a largo plazo que discierne, más sombrías.

 

En el estudio preliminar del libro decís que un autor es una unidad problemática de propósitos, un itinerario más o menos desgarrado, una voz por medio de la cual resuenan ecos de numerosas voces con las cuales la voz en cuestión conversa”. ¿Cuáles fueron los principales propósitos de Darcy Ribeiro como autor y por qué ellos en conjunto serían una unidad problemática?

–Todo esto es parte de una reflexión sobre qué es un autor. La disposición inicial es la de pensar que un autor es una entidad invariable, siempre igual a sí misma. Es una vía equivocada, por sustancialista, que lleva a pronunciar, junto al nombre propio, un verbo conjugado en presente del indicativo. Estudiando un poco, uno se da cuenta de que no funciona así: casi nunca un autor es sinónimo estricto de una determinada posición, no de manera invariable o esencial. Un autor va diciendo cosas. Para pensarlo, es más productivo acudir al gerundio que al presente simple del indicativo. Porque el tiempo juega un papel fundamental. Aprender esto es introducir la historia en la lectura: historizar, pensar más en términos de itinerarios. Sin embargo, si nos excedemos en la propensión a historizar, lo que leemos se desestabiliza tanto que la figura autoral se difumina, por ejemplo, en los contextos respectivos. La idea de la unidad de propósitos pretende restituirle cierto protagonismo al autor, un grado de control sobre lo que hace. Un autor sería alguien que trabaja para “ir diciendo”, de maneras sinuosas, y a veces tortuosas, cosas que responden a una unidad de propósitos más o menos problemática.

 

–Ahí viene el problema de los propósitos…

–Los propósitos ―la preocupación que mueve a alguien a escribir, a involucrarse en la arena pública― pueden cambiar, aunque tampoco conviene esencializar eso. Además, es algo que no opera siempre igual. Hay muchos ejemplos. (Leopoldo) Lugones mutó de manera consciente y explícita. En un momento escribió: “ya no pienso más lo que pensaba”. Hay autores que cambian de propósitos sottovoce. Y hay otros que se van moviendo dentro de sus propósitos, como si fueran interpretando un tema con variaciones. Son ideas que retomo de Françoise Perus, quien me enseñó ―comprimo brutalmente― que un autor es alguien que sabe lo que hace y que al lector le corresponde descifrar el código, comenzando por saber escuchar las voces que habitan los textos ―allí está Bajtín, claro–. Por eso, Perus ha enfatizado tanto en la necesidad de formarnos como lectores, y de ayudar a formar mejores lectores.

 

–¿Cuál sería la unidad de propósitos de Darcy Ribeiro? Fue antropólogo, ensayista, político, escribió novelas: ¿se sostuvo esa unidad a través de esas mudanzas y cambios de registro?

–Se pueden identificar varios propósitos coherentes. Me parece que le interesaron un “pensar situado” y la superación de la opresión (no son expresiones suyas, pero nos ayudan). También le interesó, a partir de cierto momento, la puesta en cuestión de lo utilitario como sentido último de la existencia: en Darcy vibra una utopía estética. Los propósitos van emergiendo, se van conformando. También en gerundio. Recuerdo que, en varios de sus estudios, Óscar Terán enfatizaba la importancia de los años formativos de las figuras autorales. Pero hay deslizamientos; en este caso, sin ninguna duda. Cuando Darcy se involucra en política, en la época de João Goulart, deja de ser estrictamente un etnógrafo y pasa a intervenir en la vida pública; a partir de ahí sus propósitos se vuelven más claros. Esto se consolida con el exilio, una experiencia fundamental en su itinerario. Hay además algo que no es un propósito intelectual en sentido estricto, pero sí es una dimensión muy presente en él: el humor, lo lúdico. Aparece y permanece como algo muy significativo.

 

–¿Dirías que Darcy Ribeiro es un autor brasilero, latinoamericano, del Sur Global, universal…?

–La palabra Sur Global no existía en su época. Sin embargo, Darcy es claramente un pensador del Sur Global. Incurrimos en un anacronismo al decirlo así, pero es un anacronismo que no traiciona. Darcy dice algo así como: “necesitamos una teoría no eurocéntrica que nos diga en qué lugar estamos de la historia”. Sus primeros libros tratan sobre eso: El proceso civilizatorio y Las Américas y la civilización. A él le interesa ubicar a América Latina en la historia de la humanidad. Para eso reescribe la historia de la humanidad desde aquí. Una empresa parecida a la que había encarado Leopoldo Zea y a la que por esos años iniciaba Enrique Dussel. Una vía para acceder a una universalidad más genuina.

 

–¿Hay relación entre el deslizamiento en las temporalidades de la que hablamos hace un rato y la experiencia de Darcy con los pueblos indígenas? ¿Se puede vincular esto con lo que se retoma de las temporalidades indígenas en la actualidad?

–En todos sus momentos Darcy adoró a los pueblos indígenas. Sin embargo, no siempre vislumbró para ellos “el mismo” futuro. Tempranamente llegó a sus manos un dato inquietante: la población indígena disminuía. Ante esa evidencia, acuñó el concepto de transfiguración étnica, que planteaba algo así: “los indios, con sus identidades específicas, van a desaparecer, se van a transformar en indios genéricos”. Perspectiva trágica, formulada a su pesar. A fines del año 1973 escribió “Venutopías 2003”, un ensayo para un diario de Venezuela. El futuro deseable propuesto allí tenía que ver con imaginar a los venezolanos recuperando aspectos centrales del modo de ser de los indios makiritare. Novedad: lo indígena aparecía en una visión de futuro, en un futuro deseado. El ensayo tocaba cuestiones profundas:

“Los veo dispersos en la inmensidad de la selva intocada en su belleza infinita. Viven junto a ríos y lagunas donde máquinas domesticadas los llevan al trabajo y los traen al convivio apacible. Para crear nuestra utopía estética tenemos que inspirarnos en los indios. Sólo ellos saben dar satisfacción a la voluntad de belleza que pulsa en todos los hombres. Ella es la que alienta en los indios makiritare para colocar en cada tarea que se propone más esfuerzo que lo necesario para obtener fines utilitarios.”

Vemos su alta estima por los indios: “Sólo ellos saben dar satisfacción a la voluntad de belleza”. Sólo ellos: no Rafael, no Mozart, no Proust. Vemos un cuestionamiento a lo utilitario: “En la perfección de la flecha hecha para cazar el makiritare se exprime caligráficamente como creador de belleza”. Se exprime caligráficamente: poesía absoluta, pronunciada por alguien que, lejos de todo lirismo, sabía bien la importancia de los avances tecnocientíficos.

 

–¿Qué efectos tiene esta mirada en los desarrollos teóricos que venía trabajando?

Estas cosas generan inconsistencias en relación con el marco teórico que él mismo venía desarrollando en la pentalogía. Profundizarlas habría requerido reelaboraciones que él no encaró, o sí, aunque de manera fragmentaria y sinuosa, y sin desdecirse nunca del todo. Es una zona brumosa, como un pensamiento intersticial. Este Darcy que despunta hacia 1973 está mucho más pendiente de lo que hay de recuperable en nuestros “modos de ser” latinoamericanos. Son disposiciones que se van a robustecer cuando, ya en los años ochenta, le llegan datos que indican que la población indígena se recuperaba. Eso lo hace feliz, y lo conduce a un ajuste conceptual: comienza a ver a los indígenas como pueblos emergentes ―cuya afirmación étnica había que promover―, y ya no como pueblos condenados a la transfiguración.

Vale la pena explicar mejor el punto. En Las américas y la civilización (1969) Darcy había introducido su tipología de los pueblos extraeuropeos. La tipología distinguía los pueblos testimonio, los trasplantados, los nuevos y los emergentes. En América había de los tres primeros, no de los últimos. Cuando le llega el dato sobre el crecimiento de la población indígena, una población que buscaba afirmarse étnicamente, incluye a los indígenas entre los pueblos emergentes. Muchos de los que hoy recuperan a Darcy, recuperan al segundo Darcy, omitiendo mencionar deslizamientos e inconsistencias. Queda un Darcy pionero de muchas reivindicaciones que fueron ganando centralidad en las últimas décadas. Es una imagen cierta. Pero la aproximación gana teniendo presentes los desgarramientos, la trabajosa forja de la ecuación.

 

–¿Por qué importa leer sobre los futuros de Darcy Ribeiro hoy?

Tenemos que leer a nuestros clásicos por curiosidad histórica, como objeto de estudio, pero también como productores de textos de alto valor teórico. Hay que discutir sus propuestas conceptuales no solamente como piezas de museo. Hay una trampa grave en eso de pensar que los clásicos “de verdad” son siempre los otros. La historización tiene sentido cuando está al servicio de la restitución de la riqueza de las obras, no de su minusvaloración. En Darcy hay zonas de alto valor teórico. Discutir la validez de su tipología de los pueblos, de nociones como transfiguración y afirmación étnicas, de las “emergencias”, de nuestros vínculos con la tecnología, es importantísimo.

(El primer) Darcy decía: hay pueblos en el mundo que son protagonistas activos de las revoluciones tecnológicas y hay pueblos, como los nuestros, que son receptores pasivos, y sería mejor que fuésemos activos. Hoy, cuando pensamos la transición energética, la transición digital, el calentamiento global, ¿somos protagonistas activos o receptores pasivos? ¿incidimos en alguna de esas agendas? (El primer) Darcy pensaba que nuestra cultura era “espuria y alienada”. (El segundo) Darcy reelaboró todo eso en clave de justipreciar nuestros rasgos culturales, pese a nuestra condición dependiente y subdesarrollada. El movimiento fue más bien implícito, de la mano con un “ir dejando de ver” a los pueblos más avanzados como cénit de la experiencia humana. Esto, sin embargo, no le quita relevancia, al contrario.

Es interesante leer a Darcy en paralelo con otros autores que experimentaron deslizamientos análogos, como Eduardo Galeano: Las venas abiertas, los tomos de Memoria del fuego, “Ser como ellos” … Además, la mirada darcyana sobre el futuro tuvo bastante de visionario: algunos de sus futuros parecen desplegarse ante nuestros ojos. El interludio titulado “Próspero”, en la novela Utopía salvaje, es de una actualidad alucinante: describe el funcionamiento del poder, los impactos de las tecnologías sobre la subjetividad. Lo mismo sucede cuando, en otros textos, tematiza la tensa coexistencia entre los impulsos globalizantes y los de afirmación étnica. Por último, Darcy es un autor de un alto nivel de reflexividad. Constantemente se está preguntando sobre los alcances y los límites de lo que está diciendo. Claro que se lo puede historizar y criticar. Pero no es justo regatearle su condición de clásico. De clásico universal.

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