martes 23 abril, 2024

"CADA GENERACIÓN LITERARIA TIENE OTRO TIPO DE PALABRAS"

En conversación con Fixiones, la poeta y ensayista Tamara Kamenszain habló sobre la poesía como testimonio de la experiencia – “de perfil bajo, dicho bajito” -, sobre el lenguaje de las distintas generaciones e incluso la mutación de la escritura en la era digital. “La poesía tiene esa capacidad, justamente porque no se compromete del todo: narra, pero no narra; piensa, pero no piensa; tiene ideas, pero no es filosofía; todo eso le da una capacidad de dar un testimonio asombroso, diferente, que es el que no se ve”, afirmó una de las voces más potentes de la poesía latinoamericana.

Por Nahum Villamil Garcés | Fotos: Michell Arzuza

A la hora de hablar de poesía latinoamericana contemporánea es ineludible asomarse a la labor creadora de Tamara Kamenszain (Argentina 1947). Su obra poética, compuesta por diez poemarios, inicia con De este lado del Mediterráneo (1973), discurre a lo largo de más de cuarenta años hasta El libro de los divanes (2014), y pasa por La novela de la poesía (2012), reunión de toda su poética previa, que le valió el Premio de poesía José Lezama Lima, otorgado por Casa de las Américas en 2015. Dicho volumen, prologado con el preciso y precioso rigor de la pluma del crítico Enrique Foffani, contiene, entre otros, El eco de mi madre (2010), el más premiado, estudiado y traducido de los poemarios publicados por una de las voces mayores de la lengua castellana. 

Además de todos los méritos que ocupa su trasegar poético, es muy notable la ensayística que ha construido y con la cual ha dado en revisitar el canon, desechar anticuados organigramas, trazar itinerarios de lectura que han terminado por reconfigurar la tradición literaria argentina y la forma en que han sido leídos los clásicos nacionales en relación con sí mismos y con las literaturas latinoamericana y mundial. Asimismo, en libros como La boca del testimonio. Lo que dice la poesía  (2006) su prosa ha relevado antiguas y revelado nuevas formas de concebir el ejercicio poético en su acepción amplia, en esa capacidad misma de tejer narrativas que le atañe a la poesía y cierta crítica obtusa ha querido arrebatar.

La más reciente instancia de su prosa es El libro de Tamar (2018) en el cual tensionan lecturas del orden teórico, filial, literario y un amplio etcétera, que, a partir de un poema que le dejara su ex esposo, el también escritor Héctor Libertella, se conjugan para revisar las maneras en que su confluencia se insertó en aquella renombrada generación argentina que incluyó voces como las de Ricardo Piglia, Osvaldo Lamborghini, Josefina Ludmer o Néstor Perlóngher y cómo esta orbitó en su contemporaneidad y se proyecta en las recientes generaciones literarias argentinas. 

-En La novela de la poesía hay unos versos que rezan “es el lujo que me doy con el secreto/si lo guardo termino hablando de nada/ y si lo ventilo tengo que inventar una novela” y parecen prefigurar este paso de la poesía a la prosa de El libro de Tamar 

¡Qué bueno! Cómo se sorprende uno con los lectores, no sé si te estoy halagando, cuando encuentran esas cosas que pueden parecer una obviedad y que yo no las había relacionado. Pero evidentemente la escribí yo y, si la escribí yo, quiere decir que algo de verdad había, que no era una mentira ni una cosa retórica escrita por escribir. Lo cierto es que prometo todo el tiempo en La novela de la poesía, incluso desde el título mismo, que voy a escribir una novela. De hecho, no sé para ti, pero yo misma no sé si El libro de Tamar es una novela porque ya me lo han definido de mil maneras: novela, ensayo, poesía, novela poética, ensayo poético, algunos más lo han leído como crónica o libro autobiográfico… Yo no podría definirlo, pero para mí está como una vuelta de tuerca más a lo que busco en todos mis libros: la poesía, pero la poesía forzada a ser otra cosa, forzamientos de la poesía, empujándola a ser otra cosa sin dejar de ser porque si no la dejas y tan solo te disfrazas de otro género y no es simplemente eso lo que busco. 

-Sus versos “Perdidos en familia”, los mismos que titulan su antología alemana, parecen continuar entreviéndose en El libro de Tamar ¿Qué implicaciones tuvo este paso del verso a la prosa, acompañada por una topología de lo familiar? 

Me parece que el hecho de narrar, el querer contar algo, me fue empujando a dar lo que Giorgio Agamben, el filósofo italiano, llama “dar un paso de prosa”. No es pasarse a la prosa, es simplemente dar un paso a la prosa desde la poesía. Él dice que Dante fue quien pidió eso: le pidió a los poetas que tenían que saber dar un paso de prosa, animarse a dar un paso de prosa, es decir, poder justificar lo que escribieron como poetas. Es lo que estamos haciendo, tú me citas cosas de la poesía y yo trato de justificártelas con la prosa, llámese ensayo, llámese novelita, nouvelle o lo que fuera. El Dante dice que es una responsabilidad que tiene el poeta de poder dar cuenta de lo que escribió. 

-Si bien durante el siglo XIX y buena parte del XX la poesía fue casi circunscrita en una concepción singular del yo, hoy existe una visión de la poesía que admite al testimonio dentro de su ámbito. Usted misma ha escrito ensayística sobre el testimonio en la poesía, pero en su poemario El eco de mi madre también parece haber ahondado en los inenarrables de una enfermedad insondable como el alzhéimer 

Sí, es una posición de testigo, pero no es un testigo realista. No es el testigo que se sienta y dice “acá pasa esto, esto y esto”. Es un testigo que está mezclado como un espía, está ahí adentro, es parte, pero, además, encuentra algunos detalles o algunas entrelíneas que por ahí no encuentran otros y que encontrarlas es escribirlas. ¡Y eso también es poesía! Por eso yo creo que mi intento es sacar a la poesía de sus límites, de sus encuadres, de cómo se la ha encuadrado: lo “poético”, “poesía son las imágenes y las metáforas”… No dejan de serlo, yo no digo que dejen de serlo, pero la poesía tiene esa capacidad, justamente porque no se compromete del todo: narra, pero no narra; piensa, pero no piensa; tiene ideas, pero no es filosofía; todo eso le da una capacidad de dar un testimonio asombroso, diferente, que es el que no se ve. Por eso, en El eco de mi madre, lo que a mí me interesó, lo que encontré haciéndolo eran cosas que no las había visto de antemano. No es un resumen de lo que fue la enfermedad de mi madre. No es que yo digo que pasó la enfermedad y ahora me siento a buscar metáforas e imágenes que me den un dibujo de lo que fue ¡No! Sentándome a escribirlo es donde voy encontrando los secretos y el derrotero de un testimonio humilde, aunque no humilde porque al decirlo parecés no humilde, pero de perfil bajo, dicho bajito, que no dice grandes cosas; no descubres América, no es un gran descubrimiento, son pequeñas líneas, pequeños resabios que, cuando salen bien, cuando más o menos salen, arman algo que puede servirle a otros. Y eso también es lo interesante, ¿no?, porque si es solo para mí, ¿qué sentido tiene? 

-Es que la enfermedad tiene bemoles universales.

Sí, puede que eso lo haya hecho mi best seller (risas). Yo le trato de huir un poco porque siempre hablo mucho de él, pero me doy cuenta que por algo vuelven a preguntarme por ese libro y es evidente que hay algo ahí que tocó un punto de universalidad, que otros libros míos no tocan. En ese sentido es fantástico, y no me refiero al libro sino a la experiencia. Es el libro que más se ha traducido y yo he estado con los traductores en Inglaterra y otros lugares donde hemos leído, en lecturas bilingües, y me asombraban muchísimo las caras de la gente que escuchaba en otra lengua y les pasaba lo mismo que a los que escuchaban en español. La verdad me emociona mucho porque eso quiere decir que pasó alguna frontera de la lengua, sea bueno o malo el traductor, para convertirse en una experiencia. La traducción de poesía, porque es prácticamente un imposible, es otro rubro del que se puede hablar. Cuando algo tiene que pasar: pasa, se transmite, sea buena o mala la traducción. Si es buena: mucho mejor, claro. 

-En esto de los secretos de su poesía, usted refiere algunos “humildes”, pero también existen algunos universales y de la “gran historia”. Podemos pensar en Este lado del Mediterráneo que tiene la impronta de un tema como la migración y la deriva de la Diáspora judía. Esto se encuentra de una forma quizás no tan soterrada o leve como en El eco de mi madre, sin embargo es posible entrever cómo las tramas de lo familiar se entrecruzan con topologías más universales 

Eso ya depende de los críticos y aquí tú te pones en posición de crítico que afronta una lectura crítica. Yo lo agradezco muchísimo: darle esta idea y un peso específico a estos temas. Sin embargo, al escribirlo yo en ningún momento tuve esta intención. Tuve intenciones muy chiquitas, muy íntimas: mi familia, mi ghetto y casi te diría que mi holocausto. Nunca me surgió escribir sobre estos asuntos importantes  o estas temáticas. Ahora, si después al leerlo aparece esa línea resulta fantástico. Puede ser una de las posibilidades de lectura y por suerte hay otras. No desprecio esa, al contrario, pero por suerte hay otras maneras de leerlo también. No cerraría en esas etiquetas ni en temáticas, aunque ahí me afloran resabios de ciertas teorías de las que yo ahora me río un poco, pero que están en mi formación: todo lo que tiene que ver con el formalismo o con el estructuralismo y que en El libro de Tamar aparecen parodiadas, en el sentido de que la escritura no es temática ni reducible a ello. 

-De ahí el reclamo que subyace en El libro de Tamar sobre lo programática que llegó a ser su generación y las etiquetas. 

¡Exactamente! El neoborroso (risas)

-Unos versos suyos plantean el  irse hacia otra vida, hacia otro libro y en El libro de Tamar se entrevé la idea de absorber lo que hacen las nuevas generaciones, pero también la posibilidad de encontrar cómo estas le dan una vuelta de tuerca a lo que la suya propia fue labrando como un legado

Eso lo trabajo bastante en mi libro de ensayos Una intimidad inofensiva, donde ya tomo lo íntimo de las nuevas generaciones como algo inofensivo. Esto lo digo en el sentido de que ya no tiene densidad, ya no quieren escandalizar, ni nada de eso. Es como un estar más allá, una sinceridad y honestidad brutales, como dicen los jóvenes. Decir lo íntimo, casi tirándolo sobre la mesa, pero no para escandalizar porque ya está sobre la mesa y la mesa puede ser la calle, son las redes sociales, puede ser Facebook.

-Y aún suscribe aquella máxima de Kate Hamburgüer sobre Goethe “En mi poesía está una pizca de toda la vida, pero no está tal cual ocurrió”. 

Es como un cliché ya mío, uno que me apropié, porque es maravilloso. Sobre todo cuando enseño, me doy cuenta que lo primero que aparece como necesario es que el estudiante entienda que el yo que habla no es el mismo que el autor, pero que tampoco deja de serlo. Es un punto en el que los estudiantes que empiezan se quedan pensando y la frase de Goethe les muestra que en ese desfasaje de la pluma está la escritura. 

-Hablando de desfasajes, en el poema que cierra su último libro hay un verso que reclamaba que las palabras creaban las distancias, lo cual es muy curioso. ¿Cómo es posible que las palabras crearan cercos en este tallerismo de pareja con Héctor Libertella? 

Hay palabras y palabras, y texto y paratexto. Creo que cada corriente, cada época y cada generación literaria tienen otro tipo de palabras que consideran que son las verdaderas. Por suerte el lenguaje da para todo y romperlo y reinventarlo permiten todo. En ese libro yo hablo y vuelvo sobre lo que dice Philip Roth de su padre: que usaba palabras afectivas, que no tenían nada que ver con lo intelectual, y que daban, tal vez, en el eje de lo que se quiere decir. A veces una palabra prestigiosa o que arrastra una gran carga cultural, en vez de acercar, aleja. No logras que un “te quiero” pueda ser reemplazado con “encuentras maneras de que el afecto bla, bla, bla”. Paradójicamente, eso puede lograr un distanciamiento y lo mismo pasa con  la escritura. Con lo cual no quiero decir que haya que escribir todo de forma ultra coloquial o con las palabras más simples, porque eso también puede generar un efecto de distanciamiento. Es difícil. 

-Ya para finalizar, Borges planteaba que conocer las formas de lectura de una época futura permitiría conocer la literatura de aquellos tiempos. ¿Qué formas de lectura tiene usted en este momento? 

Siempre estoy buscando lo que escriben los jóvenes, los más jóvenes, pero me voy quedando corta porque luego me doy cuenta que vino otra generación y que tienen otros modos. No podría decir si me gusta o no. Es una necesidad… Siempre me preguntan si me gusta realmente lo que escriben, por ejemplo, estos chicos tan jóvenes cuyo coloquialismo es tan extremo que ya no encuentras la lírica, no encuentras el tejido poético. Yo digo que no, porque ellos tampoco buscan gustar, así que yo no podría decir si me gustan o no. Pero necesito imperiosamente nutrirme de eso, a lo mejor para robarles. Necesito una renovación permanente que quizás es una curiosidad muy extrema que tengo. Pero así como los leo a ellos puedo volver a cosas muy viejas y leerlas juntas, como leyéndolas juntas y leyendo las juntas. Pero en la poesía no pasa mucho eso de encontrar algo que esté de moda. Lo que sí veo ahora es una chica que acaba de vender, para poesía es mucho, su primer libro de 3000 o 4000 ejemplares. Es youtuber, escribe en Twitter y tiene muchísimos seguidores, lo cual veo que provoca un nuevo tipo de mercado que me parece interesante de trabajar y de ver. No me expío todavía, pero me interesa y ya podremos trabajarlo un poco más. 

 

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